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AnimaBarda_Abril2012

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17Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOtido.- De momento lo que haremos –dijoAlric-, será recuperar nuestras armas.Sin ellas no vamos a llegar muy lejos.- Pues entonces tendréis que buscar alos dokkalfar–dijo Rainer.- ¿Y dónde se supone que tenemosque ir? –pregunté.- Los dokkalfar no tienen un asentamientofijo, van deambulando de acápara allá. Pero, como tienen un retopendiente con vosotros, es probableque os estén esperando. Al noreste deaquí, yendo hacia la costa, hay unas viejasruinas de anfiteatro. Allí los encontraréis.- Entonces –dije yo-, ¿no sabemos aqué nos vamos a enfrentar?- Me temo que no. Pero, sea lo que sea–continuó Rainer poniéndose en pie-, osdaré algo que será útil. Seguidme.IVEl sol estaba empezando a inclinarsesobre el horizonte cuando divisamos alo lejos las ruinas. Colgando de mi cinturóniban las cinco pequeñas botellasde vidrio que Rainer nos había dado.Dentro, un líquido transparente que parecíaagua oscilaba con mis pasos.Por el camino Alric me explicó lo queíbamos a hacer, cuál sería nuestra estrategiafrente a cualquier enemigo. Básicamenteconsistía en que Alric distraeríacon su daga mientras yo elegía bienlos blancos y los rociaba con el líquidode Rainer. Supuestamente debía funcionar,era un plan simple y no podía salirmal.El anfiteatro estaba a tiro de flechacuando Alric dijo:- Mira.Levantó el brazo y señaló hacia elcentro de la estructura. Allí, en mediode lo que en otro tiempo debió de estarel escenario, había un alto poste, del quecolgaban varios objetos. Un reflejo delsol reveló de qué se trataba.- Nuestras armas… -murmuré.- Ahí tienes tu reto, muchacho: subirteal poste y bajar las armas. Yo te esperaréabajo.- No puede ser tan fácil.- Seguro que no. –Alric entrecerró losojos-. El sitio está vacío, no se ve a nadie.- Huele a trampa.- Pues les va a dar igual. Vamos.Brewersen empezó a moverse a pasoligero, casi corriendo. Según nos aproximábamosal anfiteatro, más claro estabaque la estructura, estaba completamentevacía.Las ruinas estaban ubicadas en unadepresión del terreno. El escenario seencontraba en el fondo de la hondonada,y las gradas a lo largo de la ladera.Bajamos por unos desgastados escalonesde piedra, saltándolos de dos en dosy con las barbas en el hombro, por si losdokkalfar decidían emboscarnos en esemomento, pero nada nos atacó por sorpresa.Al llegar al escenario, Alric, daga enmano, se giró para vigilar las ruinas.- Intenta llegar arriba, yo te cubro.Abrazando el poste, traté de ascenderusando las piernas. Por fortuna, lamadera estaba reseca, así que subía conbastante facilidad. A medio camino, estallóun coro de risas que reverberó portoda la hondonada.Alarmado, giré la cabeza por encimadel hombro, apretando bien fuertelos brazos y piernas para no soltarme.Como por arte de magia, en las gradashabían aparecido cientos de pequeñas

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