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AnimaBarda_Abril2012

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72Ánima Barda - Pulp Magazineimpidió que se percatara de la quietudque reinaba a su alrededor. Pensó quesi bien es cierto que son pocos los ruidosque se oyen de madrugada, en estaocasión el silencio era casi sepulcral. Nisiquiera se oía el ulular de algún búho oel gruñido de alguna alimaña nocturna;salvo por sus pasos y el jadeo de los podencos,el bosque estaba mudo. Pensócon cierta hilaridad que todo se habíapuesto a favor de las supersticiones deDawn; que aquello tenía un cierto airede complot contra su sosiego mental.Tampoco el ambiente ayudaba: el espesotecho de ramas, unido a la ausenciade luna y el cielo atestado de nubes, volvíanprácticamente inútil la escasa luzque proyectaba la linterna.William empezó a sentirse el centrode atención de todas las criaturas delos alrededores, pues sus botas partíanpequeñas ramas a cada zancada, y lallama de la lámpara sólo iluminaba sufigura, convirtiéndolo en un objetivo visibley muy ruidoso. También tenía laimpresión de que había perdido el rumbo,a pesar de haber pasado poco tiempodesde se internaron en el bosque. Oal menos eso creía él.Al mirar el reloj, no pudo evitar unsobresalto. Llevaban dos horas deambulandopor allí, mucho más de lo quehabían necesitado en otras ocasiones.Inspecciono con cautela los alrededoresy cayó en la cuenta de que no reconocíael terreno. La inquietud invadió susmiembros, pues sus vagas impresioneshabían resultado ser veraces. Intentódesandar el camino, pero en aquellaespesa negrura era imposible saber pordónde había venido. Los perros olieronel miedo y se encogieron, gimoteando.De alguna parte les llegó un gruñido.Los podencos, acobardados y sin ganasde pelear, echaron a correr uno detrásdel otro sin pensárselo dos veces. Williamse quedó congelado en el sitio, estirandoel brazo de la lámpara mientrassujetaba la escopeta con el otro, apuntandoal sotobosque. Miraba en todasdirecciones buscando la fuente del ruido.Un roce de arbustos en su espaldadelató la posición de la posible amenaza.Girando con rapidez sobre sus talones,encaró a la sombra que salía a latenue luz de la llama.Cuando lo vio, suspiró aliviado paraluego echarse a temblar. No era unacriatura del infierno o un ánima sedientade sangre, era algo mucho más real ypalpable: un enorme jabalí, la mitad dealto que él, con enormes colmillos y unamirada feroz. William soltó precipitadamentela linterna para agarrar el armacon las dos manos, disparando a bocajarroel primero de los dos cartuchos. Laestampida sonó por todas partes y losperdigones pasaron rozando al animal,provocándole una herida leve y enfureciéndoloaún más. Con un pulso nadafirme y sabiéndose el claro perdedor delencuentro, apretó a correr, como almaque lleva el diablo, en dirección contrariaal animal. Era una mala decisión,pues iba a ciegas y la bestia podía moversepor el bosque mejor y más rápido.Para terminar con sus posibilidades desupervivencia, aminoró el paso y, girándosea medias, disparó el segundocartucho contra la sombra del animal.De nuevo la mala fortuna, previsibleante tan inconsciente comportamiento,se puso de su parte: no se oyó ningúnquejido del jabalí, que seguía indemney manteniendo su frenética carga. Reanudóla huida por el bosque, aterrado

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