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AnimaBarda_Abril2012

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64Ánima Barda - Pulp MagazineSe concentró en explorar su alrededor,temblando de puro miedo por laausencia de luz y las histéricas carcajadasdel escritor fantasmal, que no ayudabandemasiado a mantener la calma.Para Fergus, la oscuridad siempre habíasido un ser en sí mismo; un ente convida y personalidad propia que dabacobijo a los horrores que el ser humanono estaba preparado para ver.Esperando que una garra lo arrastraray devorara en cualquier momento, pestañeócon fuerza y consiguió distinguirante sus ojos un par de luces titilantesque proyectaban sombras en las paredesy el suelo. Sombras que comenzarona tomar forma y pronto se convirtieronen dibujos que cubrían el pavimento yen una figura que flotaba ante él, describiendouna extraña danza.— ¡No me comas! —Lloriqueó el jovena la desesperada—. ¡No, por favor,monstruo, no me comas! Me uniré a tuhorda de seres malévolos y seré tu sirviente,pero ¡quiero vivir! ¡Acabo deaprender a volar! ¡Oh, por favor! —Yasí continuó un buen rato, balbuceandocosas sin sentido, sentado en el suelo yenvolviendo su propio cuerpo con losbrazos.Las carcajadas de Poe sonaron conmás intensidad y, de pronto, una vozgrave y profunda surgió de entre lassombras.— ¿A qué perturbado me has traídoesta vez, Edgar?Poe tosió un par de veces y, medioatragantado por la risa, consiguió pronunciar.— Buenos días, John. Te presento aFergus. Fergus Ferguson. Contratadohace dos días por Mesmerize, muertodesde hace uno. Todo un récord.Fergus vio a medias, a través de lasrendijas que formaban sus dedos, cómola figura avanzaba suavemente haciaél, candil en mano, y cómo lo escrutabaminuciosamente. Poco a poco, acostumbrandosus ojos a la oscuridad, distinguióque se trataba de un hombre deedad algo avanzada. Las líneas afiladasde sus rasgos se incrementaban por unaridícula barbita terminada en punta,que reposaba sobre una amplia gorguerade color blanco, en contraste con susnegras vestiduras.— ¡Oh, Dios mío! ¡Si es Cervantes!Y Poe volvió a reír con ganas. A juzgarpor su acostumbrado carácter taciturno,Fergus habría jurado que aquelera el mejor día de la vida del escritor.— ¡Un respeto hacia la autoridadeclesiástica, jovencito! —Sentenció lavoz cavernosa. —Piensa en tus palabrasantes de decirlas o el lastre de la ignoranciapesará sobre tus hombros hastaque los años nieven cabellos blancos sobreti.Fergus se quedó unos minutos procesandola sarta de palabrejas que le habíasoltado aquel extraño personaje antesde agachar con vergüenza la cabeza yasentir en señal de respeto.— Chico, tienes el honor de conocera todo un maestro en las artes mortuorias.Saluda al más importante poetametafísico inglés del siglo XVII. Autorde reinas, seductor de muchachas y mejoramigo de la muerte y su guadaña.Fergus, te presento a John Donne. Él teayudará a descubrir los hechos que hicieronque hoy estés aquí, igual que meayudó a mí.El joven respiró hondo, asimilandoque nadie iba a comerse su ectoplasma,y dedicó unos minutos a inspeccionar el

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