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AnimaBarda_Abril2012

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14Ánima Barda - Pulp Magazinefugio a dos viajeros, padre?- Sí, si acaso su presencia perturba lapaz en este pueblo –la treta de Alric paradistraer a Rainer de nuestro periplo nofuncionó. El hombre estaba alerta y notenía nada de tonto o paleto-. Pero contadnosun poco más de vuestro viaje.¿A dónde os dirigís? ¿Y qué ha pasadoesta noche?El mercenario prosiguió con el relato,diciendo que nos dirigíamos al surpara unirnos a un mercader que queríair más allá de las montañas, y para ellonecesitaba de hombres fuertes y hábilescon las armas. Por precaución, omitiólos motivos de nuestro viaje, así comoal ser sin sombra. Luego les contó cómonos habían despertado los ruidos y loque nos habíamos encontrado al bajar.Mientras hablaba, la luz del amanecerfue iluminando el cielo poco a poco.No sé si la historia convenció o no alos habitantes de aquel pequeño pueblo,pero lo cierto es que se quedaronun poco más tranquilos. Rainer asentía,mesándose la barba.- ¿Y decís que no visteis nada en absoluto?- Ni una sombra, sólo correteos y risas–dijo Alric.- Esto es más raro de lo que creía.- ¡Mienten, padre! ¡Mienten como bellacos!- ¡Calla! ¿No tienes ojos en la cara oes que tu ira te ciega por completo? ¡Notienen ni rastro de sangre en las manoso en la ropa! Y además la daga está limpia.¿Crees que si hubieran sido elloshabrían salido tan limpios? No, Jensen,no han sido a ellos.- ¡Pero la magia puede hacer que…!- ¡Basta de tonterías! ¡Es suficiente!Alric, Godert, subid a recoger vuestrosbártulos. Cuando acabéis iremos al templo,aún tenemos cosas de las que hablar.Los demás, sacad los cadáveres ypreparadlos para su viaje eterno.Alric y yo subimos a por nuestrascosas. Brewersen iba mascullando maldiciones,quejándose de que no podíadormir tranquilo ni una noche. Cuandoestuvimos en el segundo piso, lejos detodos, le pregunté:- ¿Te fías de Rainer?- Yo no me fío de nadie. Es la únicaforma de seguir vivo mucho tiempo. –Se encogió de hombros-. Parece sensatoy prudente. También es cierto que es difícilmanejar a una leva de pueblerinosiracundos, y él lo ha hecho con destreza.Eso quiere decir algo.- ¿Que es un buen hombre?- Que es listo y, por lo tanto, te tienesque fiar aún menos de él.Entramos en nuestras respectivashabitaciones. Con la claridad del albapude inspeccionar mejor el cuarto. Efectivamente,no había ni rastro de las armas.Suspiré aliviado cuando vi que elcofre del oro seguía en su sitio. La verdades que todo aquello resultaba muyextraño.En el pasillo me esperaba Alric, queya se había vestido por completo.- De momento iremos con él, a verqué nos cuenta –me dijo-. Tenemos queaveriguar dónde pueden estar nuestrasarmas. No iremos muy lejos sin ellas.Afuera, los aldeanos transportabanlos cuerpos del posadero y su esposaenvueltos en sábanas blancas, por lasque, poco a poco, se extendían manchasescarlatas. La gente nos seguía mirandocon hostilidad y desconfianza, como sitodo aquello fuera culpa nuestra. Rainer,que se miraba de cerca la pintura

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