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AnimaBarda_Abril2012

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13Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOción les prestáis, más poder les conferís.Los forlratienses, o como diantres sellamaran, parecían avergonzados.- Pero han matado a los posaderos –Uno aún tenía ganas de bronca-. Nuncahabía atacado a nadie así.Esas palabras surtieron un efecto estimulanteen la ira de la masa, que volvióa elevar voces de protesta.- ¿Borij está muerto? –El sacerdoteperdió un poco de ímpetu. Rápidamenteentró en la posada, seguido de unpar de aldeanos que le llevaron hastalos cadáveres. No tardaron en salir, y elhombre estaba un poco más pálido queantes-. Qué horror… ¿Quién ha podidohacer algo así? –la pregunta iba dirigidaal aire.- ¡Ellos, han sido ellos! ¡Es culpa suya!–Los alborotadores partidarios del linchamientovolvían a las andadas.- ¡Silencio! –el religioso volvió a alzarla voz-. Demos a estos hombres la oportunidadde contarnos que ha pasado.Decidnos, forasteros, cuáles son vuestrosnombres, qué os ha traído hastaaquí y qué le ha ocurrido a Borij y sumujer.- Primero tened la decencia de presentarosvos, padre –Alric no se mostrabamuy cooperante.El clérigo entrecerró los ojos, valorandoa Brewersen. Con voz potente, dijo:- Mi nombre es Rainer, sacerdote delDios Helado, el Supremo por encima detodos. Las gentes de Forlrat son mi rebaño.Ahora es vuestro turno.- Me llamo Alric Brewersen, y este esGodert Iverson, de Norringe. Hemosvenido a Forlart en busca de descanso,pues llevamos muchos días de viaje apie, durmiendo a la intemperie y comiendopoco y mal. ¿No le negaréis repujones,un sacerdote de Gudelrem, elDios Helado, alzó las manos hacia loslados, ordenándoles que se detuvieran.- ¡Parad, insensatos analfabetos! Portodas las ventiscas, ¿qué hacéis?Tenía la cabeza completamente afeitaday una barba fosca pero cuidada.Vestía la gruesa y basta cogulla blancapropia de su orden, con el capuz echadohacia atrás, y, a pesar de que su aparienciay la autoridad que desprendía leechaban años encima, lo cierto es queno debía de ser mucho mayor que yo.Se movía dando grandes zancadas deun lado para otro, haciendo gestos tranquilizadorese instando a los hombres abajar las armas.- ¡Calmaos, calmaos! ¿Cómo juzgáisy condenáis con tanta ligereza? ¿Acasoes esa una costumbre que tenemos enForlrat? ¿No soléis alardear de vuestrahospitalidad y buen trato con los forasteros?- ¿Forlrat? –murmuró Alric para quesólo yo pudiera oírlo-. Está bien sabercómo se llama este pueblo. ¿Sabes dóndeestamos, exactamente?Me encogí de hombros, no lo habíaoído en mi vida.- ¡Están malditos! ¡Los dokkalfar loshan marcado! –Varios asintieron altiempo que alzaban sus brazos en direccióna las señales. El clérigo se giró haciala posada y contempló los dibujos.- ¡Santo Gudelrem! ¡No seáis tan ineptos!¡Estos hombres no están malditos!–Se acercó a la pintura y, cogiendo tierra,la tiró contra ella. La arena se quedópegada, lo que indicaba que aún estabafresca-. ¡Me rio de los dokkalfar! Oslo he explicado muchas veces, son sólouna pandilla de duendes traviesos, nodebéis hacerles caso. Cuanta más aten-

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