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AnimaBarda_Abril2012

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42Ánima Barda - Pulp Magazinedo. Un gruñido, parecido al de una cría dedragón, acompañó al lento deslizar de lasbisagras. Tomó de nuevo la bandeja en susmanos y comenzó a arrastrar sus pies lentamente.Poco a poco su diminuta figura quedóenvuelta en las tinieblas que habitaban eldesván. Se convirtió en una tarea tan habitualque ni siquiera precisaba abrir los ojospara realizarla. Había logrado memorizarlos pasos necesarios para dejar el encargosobre la solitaria mesa que se alzaba en elcentro del habitáculo. Una vez depositado elinusual manjar sobre aquella mohosa madera,comenzó a dar pasos atrás sin dejar demirar al frente. El suave tintineo de unascadenas sirvió de despedida para su fugazvisita.La luz arañaba sus párpados pidiendoa estos que plegaran sus velas. Su espaldatraspasaba el dintel de la puerta, una vezmás había cumplido con éxito su misión.Cerró el portón sin querer interrumpir elbanquete que estaba teniendo lugar al otrolado y se sentó con la espalda pegada a lapared. Recordó las palabras que un día oyóen boca de su madre: “Si haces las cosas conel corazón, nunca te equivocarás”. Una sonrisase dibujó en su rostro y como un resortese levantó. Nuevas aventuras estaban esperandotras los muros de su fortaleza y noquería hacerlas esperar. Bajó como un rayohasta su cuarto y dio un portazo que hizotemblar toda la casa. Se abalanzó sobre susmuñecos, que aguardaban impacientes taly como los dejó. Allí esperaría, envuelto enmil batallas, la próxima llamada del moradorde la buhardilla.El portón del colegio siempre estabarepleto de padres esperando para recogera sus retoños. Todos ellos ansiososy alzando las cabezas, cual jirafas, unospor encima de otros. Por unos minutosaquella puerta se convertía en una especiede cinta transportadora de maletas;los padres se acercaban, reconocían asus hijos y de un tirón los sacaban de lamarabunta.Desde hace algunos meses, Hugo esperaa Víctor al otro lado de la enormecancela verde. Concretamente desde elocho de enero de este mismo año, día enel que los padres del pequeño abandonaroncualquier tipo de existencia. Noquedando más que las fotos que descansabansobre el coqueto recibidor quetenían en casa. Al pequeño no parecíaimportarle demasiado aquel cambio.Hugo, su abuelo, le llevaba diariamenteuna bolsa de chucherías con las queél se entretenía de vuelta a casa. Sus favoritaseran las fresas, ya que no podíacomer las de verdad debido a una estúpidaalergia. Por el camino, además dedevorar la bolsa de golosinas, iba absortoen las historias que su abuelo se inventabapara él. Nunca repetía, siempreera una nueva aventura la que salía delos labios de aquel anciano. Pero aqueldía, la historia tendría que esperar.Víctor iba confiado, sabía que de unmomento a otro su abuelo le silbaría yél saldría corriendo a su encuentro. Trasatravesar la jauría de padres se paró enseco. Miró hacia ambos lados y no habíani rastro de su abuelo. Era la primeravez que le ocurría algo así. Contrariadoy un poco perdido volvió sobre sus pasos.Se sentía seguro estando entre tantagente.Entre la muchedumbre sonó una vozfamiliar, aunque no era capaz de relacionarlacon aquel escenario. Buscócon la cabeza el origen de aquellas palabrasy al fin pudo distinguir la figura

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