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AnimaBarda_Abril2012

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25R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOSobservaba cada detalle dentro de aquelhabitáculo. Los muebles, todos de colorcaoba brillante se dividían en aquelenorme y robusto escritorio, un pequeñodiván y la librería. Ésta contenía numerososvolúmenes antiguos y amarillentos,la mayoría posiblemente obrasque serían difíciles e incluso imposiblesde encontrar. En la parte superior,permanecía el busto de un hombre defacciones rudas y espesa barba talladosobre lo que antaño fue un bloque demármol.El Doctor Tucker presentaba unaavanzada calvicie, tanto que su frentese fusionaba con el resto de la cabeza,dejando solo los laterales poblado deescaso y blanco pelo. Las gafas de gruesoscristales permanecían montadas sobresu aguileño tabique nasal y su espesay larga barba blanca le daba un airedistinguido. Le recordaba a una extrañaversión de Freud.- Excelentes calificaciones las queobtuvo usted en Oxford. Perfecto. Superfil es exactamente lo que buscamos.–Una vez dicho esto, volvió a guardarlos papeles en la carpeta. De los cajonesdel escritorio sacó un nuevo documento–Como usted comprenderá, es unapieza demasiado valiosa como paradejarlo marchar. Aquí tiene el contrato.Ojéelo cuanto le plazca, no encontraránada mejor. Vivirá aquí; pensión completa,agua y luz gratis, medicamentosy un salario que no podrá rechazar.Jack agarró la hoja y observó todoslos puntos allí remarcados, era demasiadoincreíble para ser verdad. Sacóun bolígrafo del pantalón de su bolsillo,(una manía que jamás había conseguidoerradicar), y firmó el contrato.- ¡Perfecto! Ahora usted me pertenena,y sobre ella, la imagen de un perrode tres cabezas.Quedó fuertemente hipnotizado porla mirada de aquel can desde la altura,que le miraba con ojos crueles y amenazantes.Cuando volvió a prestar atencióna la carretera, la enorme puerta metálicaestaba a tres metros de él. Pisó afondo el pedal del freno, haciendo quese mezclaran los sonidos del derraparde los neumáticos con el sonido metálicode su coche contra la colosal puerta.- Bueno, así que usted es mi nuevopsiquiatra, el que ha empotrado su cochecontra la puerta de entrada, ¿cierto?–dijo el hombre tras el escritorio.- Sí, así es, señor Tucker. Lo sientomucho. No volverá a suceder.- Eso espero, sino me parece a mí queno volverá a ver un sueldo en muchotiempo –dijo en un tono que no supo calificarentre irónico o serio.- Lo extraño es que la puerta ha quedadointacta. Ojalá pudiese decir lo mismode mi coche.- La puerta es de acero reforzado,ideal para realizar su cometido, quenadie salga ni entre sin autorización.Bueno, comencemos. –Aquel hombre seajustó sus enormes y negras gafas hastael punto más alto en su tabique nasal,abrió una carpeta que se encontraba sobresu reluciente escritorio caoba y comenzóa sacar los papeles que guardabaen su interior-. Es usted… ¿Mauler, JackMauler?- Así es, señor Tucker.- Por favor, llámame Bill.- Cómo desee, Bill.Mientras el Doctor Tucker revisabaa fondo su currículum y su ficha, Jack

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