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Hablar de este tema cansa, porque parecierano tener vuelta atrás, pero mientras existanlos espacios para la expresión, es buenoseguir arando en el mar.Como ya lo deben haber leído en las anteriorespáginas de esta edición —y, probablemente,seguirán leyendo—, la ética, en unade sus definiciones, “es un conjunto de normasque rigen el comportamiento humano”;y la música, según su concepto tradicional,es “el arte de organizar, sensible y lógicamente,una combinación coherente de sonidos ysilencios, a través de los principios básicosde la melodía, la armonía y el ritmo”. Ahorabien, la música, al igual que cualquier manifestaciónartística, es un producto culturalque busca suscitar una experiencia a quien lapercibe. Sobre esos conceptos no hay discusión,de hecho, ya están más estandarizadosque la vida misma. Lo que sí es una disyuntivaes la manera en que se suscitan tales“experiencias”. Hoy por hoy, cuando el artepuede darse a través de cualquier tipo de expresión,sería un crimen definir qué es y quéno es arte, y establecer lo correcto y lo incorrectodentro de ese universo variopinto. Noes válido condenar a los géneros musicales:la culpa no es del reguetón, es del reguetonero,por dar un ejemplo. Lo que sí se puedecondenar, cuando se hace obvio lo que pordelante de los ojos pasa, es que hay músicahecha con un objetivo: vender. Sin importarqué o a quién haya que perjudicar o alabarpara ganar popularidad y, por ende, dinero.“Tener ética es serle fiel a la motivación creativagenuina y protegerla de agendas de cualquierotra índole. Respetar el trabajo musicalde cualquier colega sin hacer juicio y aceptarel hecho de que una característica primordialdel arte es la de ser diverso. Se cumple aquellode ‘entre gustos y colores’ y del ‘cada cabe-... en su mayoría,los grandesandamiajesde producción,ya sean empresasprivadas o delEstado, siguenfavoreciendoa las encuestas,al márquetin—za es un mundo’”, dice Rafael Pino (ver ÉpaleCCS N° 77), cantante y percusionista activonacido en el universo musical caraqueño.“Hacer música por dinero y comenzar a‘crear’ a partir de encuestas, análisis, tendenciaso estrategias de márquetin es prostituirel arte y es fatal para la actividad cultural. Denada sirve una infraestructura poderosa coninfinitos recursos de producción si el hechomusical no es honesto”, culmina.El cantautor Vargas (ver Épale CCS N° 122)opina que “si le das valor a tu trabajo a travésdel respeto de tus ideas e identidad, hayética. Si conviertes tus obras en un productopara vender, sin importar las consecuencias,no hay ética. Hacer música es una responsabilidady debes tener claros tus valores”. En2010 Aquiles Báez escribió: “La música hechapara vender se rige bajo las leyes de unmercado que, generalmente, busca fórmulas.Se estandariza por armonías muy sencillasy ritmos que no compliquen a la gente.Sin embargo, existen excepciones contundentes.La ‘Chica de Ipanema’, de AntonioCarlos Jobim, es la canción en el mundoque cuenta con más cantidad de versiones29y su estructura armónica y melódica es biencompleja. La salsa de los 70 tenía una complejidadmelódica y estructural. Uno de lostemas de salsa más conocidos es ‘Pedro Navaja’y dista mucho de las estructuras comerciales.Creo que el problema radica en que lamúsica comercial se ha distanciado del artey lo que importa es la venta de un producto.Hemos caído en esquemas reiterativos enlos que impera el copy-paste”.Lo cierto —y esta es otra de las tantas aristasque el tema “ética en la música” tiene— esque, en su mayoría, los grandes andamiajesde producción, ya sean empresas privadaso del Estado, siguen favoreciendo a las encuestas,al márquetin. Un ejemplo de estoúltimo fue invitar a Chino y Nacho al festivalSuena Caracas. Gracias a las quejas de unpueblo con bastante dignidad, se retirarondel cartel. Normal, los errores existen.“Es ético también pensar que la retribucióneconómica que se devenga por el hecho culturaldebería ser la justa, ni más ni menos.En el caso de que se cobre más o menos,el perjudicado será el gremio musical”. Esoopina, nuevamente, Rafael Pino, en relacióna las “tarifas” que se han estandarizado en elmercado musical nacional donde, casi siempre,por no decir siempre, los músicos criollossufren los asaltos de organizadores, mánagersy empresarios que, por alguna razón,“dan mejor trato (y mejor paga) a los artistasforáneos”. Finalmente, para no dejarla porfuera, otro embate contra la ética musical —mundial— es la payola: esa pavosa palabraque resume el hecho musical al dinero, querecuerda a los extintos sellos discográficos yque, para pesar de muchos músicos honestos,con talento, pero sin dinero, sigue existiendoen la mayoría, por no decir todas, lasemisoras privadas.MONTAJE A PARTIR DE LA OBRA Un Cuento De La Decameron, de Jhon William WATERhouseCaracas, 12 de julio de 2015.Edición Número Ciento treinta y siete. Año 03. ÉPALE CCS

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