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29 DE ENERO DE 2016<br />
En esta ocasión, también la escena <strong>se</strong> desarrolló como un danza de<br />
apareamiento, donde quien tuvo todo el tiempo el control manejó a la<br />
ingenua presa que creía dictar la pauta del encuentro. El Chapo volvió a<br />
engatusar al ganador de dos premios Óscar, como una vez le hiciera Raúl<br />
Castro en La Habana.<br />
El actor-periodista cayó rendido ante su entrevistado, bromeó con él, le dió la<br />
mano. En su conversación, es el otro el que lleva el ritmo y dicta los temas.<br />
La idea del sanguinario delincuente es mostrar<strong>se</strong> como un producto de una<br />
sociedad corrompida, alguien que ha sido moldeado por las causas externas y<br />
ha hecho de la violencia un acto de rebeldía.<br />
Sin embargo, más allá de las adversidades y del contexto, hubo un momento<br />
en que tanto Raúl Castro como el Chapo Guzmán pudieron cuestionar<strong>se</strong> el<br />
daño que estaban haciendo, la estela de infelicidad y dolor que dejaban tras<br />
de sí. El mayor fracaso del condescendiente reportero fue no hurgar en por<br />
qué no había arrepentimiento en ninguno de los dos, sino la fría tozudez de<br />
los caudillos.<br />
Penn volvió a perder la oportunidad del periodista y <strong>se</strong> convirtió así en un<br />
triste vocero de capos y generales.<br />
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