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El Deseado de Todas las Gentes por Elena White [Edición Completa]

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de Todas las Gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de Todas las Gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 25 : <strong>El</strong> Llamamiento a Oril<strong>las</strong> <strong>de</strong>l Mar<br />

AMANECÍA sobre el mar <strong>de</strong> Galilea. Los discípulos, cansados <strong>por</strong> una noche infructuosa, estaban<br />

todavía en sus barcos pesqueros bogando sobre el lago. Jesús volvía <strong>de</strong> pasar una hora tranquila a<br />

oril<strong>las</strong> <strong>de</strong>l agua. Había esperado hallarse, durante unos cortos momentos <strong>de</strong> la madrugada, aliviado<br />

<strong>de</strong> la multitud que le seguía día tras día. Pero pronto la gente empezó a reunirse alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> él.<br />

La muchedumbre aumentó rápidamente, hasta apremiarle <strong>de</strong> todas partes. Mientras tanto, los<br />

discípulos habían vuelto a tierra. A fin <strong>de</strong> escapar a la presión <strong>de</strong> la multitud, Jesús entró en el<br />

barco <strong>de</strong> Pedro y le pidió a éste que se apartase un poquito <strong>de</strong> la orilla. Des<strong>de</strong> allí, Jesús podía ser<br />

visto y oído mejor <strong>por</strong> todos, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el barco enseñó a la muchedumbre reunida en la ribera. ¡Qué<br />

escena para la contemplación <strong>de</strong> los ángeles: su glorioso General, sentado en un barco <strong>de</strong><br />

pescadores, mecido <strong>de</strong> aquí para allá <strong>por</strong> <strong>las</strong> inquietas o<strong>las</strong> y proclamando <strong>las</strong> buenas nuevas <strong>de</strong> la<br />

salvación a una muchedumbre atenta que se apiñaba hasta la orilla <strong>de</strong>l agua! <strong>El</strong> Honrado <strong>de</strong>l cielo<br />

estaba <strong>de</strong>clarando al aire libre a la gente común <strong>las</strong> gran<strong>de</strong>s cosas <strong>de</strong> su reino. Sin embargo, no<br />

podría haber tenido un escenario más a<strong>de</strong>cuado para sus labores. <strong>El</strong> lago, <strong>las</strong> montañas, los campos<br />

extensos, el sol que inundaba la tierra, todo le pro<strong>por</strong>cionaba objetos con que ilustrar sus lecciones<br />

y grabar<strong>las</strong> en <strong>las</strong> mentes. Y ninguna lección <strong>de</strong> Cristo quedaba sin fruto. Todo mensaje <strong>de</strong> sus<br />

labios llegaba a algún alma como palabra <strong>de</strong> vida eterna.<br />

Con cada momento que transcurría, aumentaba la multitud. Había ancianos apoyados en sus<br />

bastones, robustos campesinos <strong>de</strong> <strong>las</strong> colinas, pescadores que volvían <strong>de</strong> sus tareas en el lago,<br />

merca<strong>de</strong>res y rabinos, ricos y sabios, jóvenes y viejos, que traían sus enfermos y dolientes y se<br />

agolpaban para oír <strong>las</strong> palabras <strong>de</strong>l Maestro divino. Escenas como ésta habían mirado <strong>de</strong> antemano<br />

los profetas, y escribieron: "¡La tierra <strong>de</strong> Zabulón y la tierra <strong>de</strong> Neftalí, hacia la mar, más allá <strong>de</strong>l<br />

Jordán, Galilea <strong>de</strong> <strong>las</strong> naciones; el pueblo que estaba sentado en tinieb<strong>las</strong> ha visto gran luz, y a los<br />

sentados en la región y sombra <strong>de</strong> muerte, luz les ha resplan<strong>de</strong>cido." * En su sermón, Jesús tenía<br />

presentes otros auditorios, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la muchedumbre que estaba a oril<strong>las</strong> <strong>de</strong> Genesaret. Mirando<br />

a través <strong>de</strong> los siglos, vio a sus fieles en cárceles y tribunales, en tentación, soledad y aflicción.<br />

Cada escena <strong>de</strong> gozo, o conflicto y perplejidad, le fue presentada. En <strong>las</strong> palabras dirigidas a los<br />

que le ro<strong>de</strong>aban, <strong>de</strong>cía también a aquel<strong>las</strong> otras almas <strong>las</strong> mismas palabras que les habrían <strong>de</strong> llegar<br />

como mensaje <strong>de</strong> esperanza en la prueba, <strong>de</strong> consuelo en la tristeza y <strong>de</strong> luz celestial en <strong>las</strong><br />

tinieb<strong>las</strong>. Mediante el Espíritu Santo, esa voz que hablaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el barco <strong>de</strong> pesca en el mar <strong>de</strong><br />

Galilea, sería oída e infundiría paz a los corazones humanos hasta el fin <strong>de</strong>l tiempo. Terminado el<br />

discurso, Jesús se volvió a Pedro y le or<strong>de</strong>nó que se dirigiese mar a<strong>de</strong>ntro y echase la red. Pero<br />

Pedro estaba <strong>de</strong>scorazonado. En toda la noche no había pescado nada. Durante <strong>las</strong> horas <strong>de</strong><br />

soledad, se había acordado <strong>de</strong> la suerte <strong>de</strong> Juan el Bautista, que estaba langui<strong>de</strong>ciendo solo en su<br />

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