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Música<br />
Y EL LUNÁTICO SIGUIÓ SONRIENDO<br />
ECOS DE SYD BARRETT<br />
A diez años de la muerte del genio loco que<br />
fundó Pink Floyd, revisamos momentos de su<br />
vida en fragmentos. El legado imborrable de<br />
un explorador del sonido.<br />
POR ANDRÉS NAZARALA R.<br />
Uno<br />
Algún bar de Valparaíso, en algún<br />
momento de 1998. El foco infrarrojo<br />
de masajes de mi madre en el<br />
centro del escenario como un sol<br />
psicodélico. Cinco adolescentes interpretando,<br />
con la postura de científicos en medio de<br />
un laboratorio, una versión libre y extendida<br />
de «Interestellar overdrive». Lo que no podemos<br />
hacer en vivo, por falta de un sonidista<br />
propio, es replicar ese efecto final que fascinó<br />
a los fans de Pink Floyd en 1967: el inquieto<br />
paneo de un parlante a otro para reproducir<br />
acaso los efectos de las drogas alucinógenas.<br />
Ese día, en una de las salas de los estudios<br />
Abbey Road, el sonido adquirió la dinámica<br />
de un pájaro que sobrevuela las cabezas sin<br />
encontrar un nido. Esta noche, en Valparaíso,<br />
el estruendo es más bien metálico.<br />
Nadie recuerda ya a Líbido Andrónico, la<br />
banda que integré junto a un grupo de amigos<br />
en los 90 en la Quinta Región, y los registros<br />
de nuestro paso por el mundo no son más que<br />
piezas de arqueología devaluada. Los casetes<br />
que grabamos se perdieron en nuestras habitaciones<br />
de adolescencia y, en el mejor de los<br />
casos, hoy se pudren dentro de cajas embaladas.<br />
Pero quedan los recuerdos (muchas veces<br />
mejorados gracias al aderezo de la fantasía) y<br />
dos frases pertenecientes a Mauricio, nuestro<br />
único fan, un tipo que comenzó a seguirnos<br />
como si fuésemos una sociedad de chamanes:<br />
“Por suerte que estaban las ventanas cerradas<br />
porque si no hubiésemos salido volando” (la<br />
lanzó como elogio después de una tocata) y<br />
“el mundo no está preparado para ustedes”.<br />
Pero, siendo fiel a la verdad, no habíamos<br />
descubierto la pólvora ni tampoco pretendíamos<br />
hacerlo. Tocábamos libremente, metíamos<br />
ruido, hablábamos pretenciosamente<br />
de la “expansión de la conciencia” y nos sentíamos<br />
solos en una escena musical que no<br />
ofrecía grandes sorpresas, pero estábamos<br />
profundamente anclados al pasado. Sí, porque<br />
de alguna manera seguíamos la parábola<br />
de Syd Barrett (1946-2006).<br />
Mientras abrazábamos la psicodelia en algún bar<br />
decadente de Valparaíso, Barrett seguía refugiado<br />
en la casa de su madre, en Cambridge. Dos años<br />
antes, había sido inducido al Rock & Roll Hall of<br />
Fame pero, como era de esperar, no llegó. Como en<br />
un cruel experimento, los organizadores apelaban al<br />
reconocimiento para sacarlo de su ostracismo, viendo<br />
si los laureles eran capaces de terminar con una<br />
situación mental que no estaba del todo clara. No<br />
se sabía si Barrett era esquizofrénico o si simplemente<br />
había tenido un colapso nervioso motivado<br />
por el consumo de LSD. Conversar con Syd era la<br />
fantasía de fans y periodistas que llegaban hasta su<br />
casa buscando un instante de gloria. En esa época<br />
en que nos conectábamos a internet a través de un<br />
teléfono, ya circulaban fotografías que lo mostraban<br />
gordo y calvo, como un señor de pueblo que sale<br />
diariamente a comprar el pan.<br />
Dos<br />
<strong>La</strong> culpa del peregrinaje masivo la tuvo su talento<br />
pero también Dan Treacy, líder de la banda post punk<br />
The Television Personalities, quien reveló la dirección<br />
del ídolo en uno de sus shows. Muchos la memorizaron.<br />
En 1996, su hermana Rosemary Breen ofreció un<br />
testimonio esclarecedor en el libro «A Fish out of Water»,<br />
de Luca Ferrari y Annie Marie Roulin. Contó<br />
que Syd llevaba una vida tranquila, dedicada a la<br />
pintura y a la jardinería, y que su sueño era tener un<br />
reproductor de CD. Sí, estaba en la ruina financiera.<br />
Según ella, Roger Waters y David Gilmour le habían<br />
hecho firmar un contrato según el cual dejaría<br />
de recibir dinero por las ventas de «The piper at the<br />
gates of dawn», el único disco que grabó junto a Pink<br />
Floyd. Syd accedió solamente para desligarse de esos<br />
rufianes que hasta el día de hoy lo homenajean en<br />
escenarios gigantescos con canciones como «Shine on<br />
you crazy diamond» y «Wish you were here».<br />
22 I <strong>La</strong> <strong>Panera</strong>