28.02.2017 Views

FINALFINAL CONFconcordia -2

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Todo comenzó por borrar la memoria. Por tal razón, el eje del<br />

pacto de La Habana fue la tergiversación de la historia de<br />

Colombia con el fin de maquillar para las nuevas generaciones<br />

la razón de ser política y el actuar criminal de las Farc.<br />

De entrada se ignoró el hecho histórico que logró la paz de<br />

Colombia: el acuerdo de los dos grandes partidos para poner<br />

punto final al desangre. Mediante una fórmula audaz se acordó<br />

en 1957 el Frente Nacional. Se logró, en las palabras del<br />

presidente Darío Echandía, que en Colombia fuese posible<br />

“volver a pescar de noche”.<br />

Me cuenta una amiga cercana a los hechos que la fórmula fue<br />

inspirada por los enfrentados católicos y protestantes de la<br />

canadiense y pescadora provincia de Nueva Escocia -en<br />

Halifax, precisamente- en la que sus ciudadanos resolvieron<br />

alternar el poder de común acuerdo para poner fin al conflicto<br />

religioso que hacía su vida y su futuro imposibles. La noticia del<br />

inusual arreglo habría llegado a manos del expresidente<br />

Laureano Gómez, quien eventualmente pactó en Sitges y<br />

Benidorm el Frente Nacional con su contendor Alberto Lleras<br />

Camargo sobre un modelo similarmente heterodoxo.<br />

Cuando los residuos de la violencia partidista fueron asumidos<br />

por el comunismo para darles forma de guerrillas, Colombia<br />

era un país en paz. Un país que había pactado, firmado y<br />

ratificado su paz, unánime y transparentemente en las urnas,<br />

mediante un plebiscito multitudinario. En este entorno de<br />

concordia las Farc le declararon la guerra a la Colombia que<br />

dejó atrás el conflicto para emprender nuevos caminos de<br />

justicia social y desarrollo. La Colombia que estrenaba la<br />

conciliación y apenas la celebraba fue agredida por las Farc<br />

porque al naciente castrismo no le gustaba la paz reinante en<br />

Colombia puesto que la democracia era el obstáculo a sus<br />

propósitos continentales.<br />

La respuesta del país a este grupo, sanguinario desde sus<br />

orígenes, fue apenas en defensa propia. Y lo cierto, lo que la<br />

historia oficial de las Farc y el gobierno de Santos pretenden<br />

hoy ignorar, es que el Frente Nacional entregó en 1974 un país<br />

en paz y progreso, con empleo abundante, ahorro, vivienda y<br />

desarrollo agrícola. Un país el que durante los últimos cuatro<br />

años del experimento político duplicó el número de aulas<br />

<br />

1


escolares construidas en su 150 años como República. En esa<br />

Colombia, al cierre del Frente Nacional, el enfrentamiento<br />

partidista estaba marcado por la discusión, planteada por el<br />

gobierno entrante, de si la economía estaba creciendo al 7% o al<br />

9%. Dicho sea de paso, el país estaba creciendo al 9%, como se<br />

demostró posteriormente.<br />

Las Farc, el Eln y el M19, prácticamente inexistentes en 1974<br />

como fuerza militar y política, sin ninguna base popular,<br />

habrían de surgir con fuerza después del Frente Nacional como<br />

mafias de secuestro, extorsión, terrorismo y narcotráfico.<br />

Esas guerrillas, tan sui generis y minúsculas en el Frente<br />

Nacional, llegaron a prácticamente doblegar al estado y<br />

generar como reacción el infame paramilitarismo. “Señor<br />

Presidente: estamos perdiendo la guerra”, fueron las primeras<br />

palabras que oí del nuevo comandante de la FF.AA. en mi<br />

primer consejo de ministros como jefe del estado en 1998.<br />

Sin embargo, poco antes, yo había viajado como presidente<br />

electo al campamento de Manuel Marulanda, alias Tirofijo, en<br />

busca de abrir un camino hacia la paz. Hace poco me encontré<br />

por coincidencia una vieja cinta de video que contenía un<br />

registro histórico que creíamos perdido cuando no funcionó<br />

nuestra cámara: la versión paralela lograda por una guerrillera<br />

de mi primera conversación con Marulanda, en la que le<br />

advierto que voy a construir unas nuevas Fuerzas Armadas y<br />

de Policía “para la paz o para la guerra”. “Usted decide”, le dije<br />

a Tirofijo. La constancia histórica del momento está hoy<br />

disponible en mi página web.<br />

La simultaneidad del diálogo y el Plan Colombia garantizaron la<br />

pronta y efectiva respuesta a la mala fe de las Farc en el<br />

Caguán. El país que recibí resignado a la disyuntiva de guerrilla<br />

o paramilitarismo, recuperó el monopolio de la fuerza en<br />

manos del estado. Y la guerrilla, diezmada y doblegada, retornó<br />

eventualmente a la mesa en la que habría de resucitar.<br />

Tal vez en calidad de testigo he sido invitado a este foro para<br />

abordar el tema de la implementación a la fuerza de un acuerdo<br />

rechazado por el pueblo colombiano en la urnas. En acto sin<br />

antecedente en nuestra historia, se ha dado un golpe de estado<br />

<br />

2


en consonancia con la subversión. En ese marco no debería<br />

caber discusión alguna puesto que se trata del robo descarado<br />

de una elección popular. Todo lo que de allí se desprenda es, por<br />

lo tanto, igualmente ilegal y antidemocrático. Como<br />

colombiano, como demócrata, como expresidente de la<br />

República no puedo menos que condenar, como lo he hecho<br />

insistentemente, ese vergonzoso acto totalitario que desafía lo<br />

poco que queda en pie de nuestras instituciones y nuestra<br />

tradición de libertad y democracia.<br />

Sin embargo, he accedido a contribuir a este diálogo con<br />

algunas reflexiones sobre el presente y el futuro de una<br />

democracia a la que un extremista extranjero le ha<br />

superimpuesto una nueva constitución que acaba con el<br />

democrático equilibrio de poderes, con la Justicia y con el<br />

Parlamento para habilitar dictatorialmente al Ejecutivo y a un<br />

seudotribunal de justicia.<br />

El momento no puede ser más oportuno para el análisis de un<br />

país marcado por la corrupción. El acuerdo de La Habana es un<br />

acuerdo corrupto pactado por un gobierno corrupto con una<br />

guerrilla corrupta. Nada bueno para el país podía salir de esta<br />

combinación funesta rechazada por el pueblo colombiano.<br />

Aquí entre nosotros seguramente se encuentran ciudadanos<br />

británicos, italianos o estadounidenses que pueden dar fe de<br />

que en sus democracias el voto se respeta. Que los resultados se<br />

pueden discutir posteriormente con vehemencia, pero nunca se<br />

niegan. Eso no se le pasa por la cabeza a ningún demócrata de<br />

latitud alguna. Excepto por la cabeza del estado colombiano.<br />

Esto, lo que hoy discutimos democráticamente, seguramente<br />

no lo veremos mañana en muchos medios de comunicación de<br />

Colombia, sometidos por los miles de millones de dólares en<br />

publicidad que el gobierno Santos les ha inyectado para<br />

comprar su silencio y sus aplausos. Aquí, en esta mesa,<br />

tenemos un testigo de excepción de ello: el comisionado<br />

encargado de dispensar buena parte de los dineros del estado a<br />

los medios.<br />

He sido invitado a hablar sobre la implementación de unos<br />

pactos que poco tienen que ver con las zonas de distensión y<br />

entrega de armas. La verdadera implementación de los<br />

<br />

3


acuerdos rechazados por los colombianos en las urnas es el<br />

diario y constante desmonte de las instituciones democráticas<br />

de Colombia.<br />

Hoy, Colombia está sumergida en un escándalo que ha puesto a<br />

toda la contratación pública en entredicho. La corrupción de<br />

Odebrecht compromete hasta ahora, de una u otra forma, a<br />

cinco ministros y exministros de este gobierno, a un ex<br />

secretario general de la Presidencia, al jefe de la campaña<br />

Santos 2014, a los asesores de imagen y al secretario privado<br />

del Presidente. Solo para hablar del inmediato entorno<br />

presidencial. Vendrá más adelante el escándalo de la refinería<br />

de Cartagena, la que costó más que la ampliación del Canal de<br />

Panamá gracias a los más de ocho mil millones de dólares<br />

marcados por la corrupción desmesurada del proyecto.<br />

La corrupción del Congreso es evidente tanto en las cifras<br />

presupuestales como en sus actuaciones anticonstitucionales,<br />

doblegadas al Ejecutivo y la chequera del presupuesto nacional.<br />

La Justicia, mientras tanto, ha sido despojada de sus<br />

herramientas por un seudotribunal elegido por un sospechoso<br />

comité extranjero. A partir de esa instancia incontrolada,<br />

concebida por un comunista foráneo, Colombia será una nación<br />

sin Corte Suprema de Justicia, sin Corte Constitucional, sin<br />

Fiscal, sin Procurador, sin justicia ordinaria.<br />

Hoy, en esta mesa, seguramente veremos cómo los amigos y<br />

funcionarios del gobierno pretenden defender este engendro<br />

con trucos retóricos que apelan a lo que ellos consideran los<br />

sentimientos de paz por encima de todo. Paz sin instituciones,<br />

sin leyes, sin justicia. Apelando a lo visceral sin fundamentos<br />

jurídicos que coincidan con los principios y garantías<br />

universales del derecho. Veremos cómo la única defensa<br />

posible del gobierno y las Farc es y ha sido “el fin justifica los<br />

medios”.<br />

Nos dirán, seguramente, que la Corte decidió en consonancia<br />

con el Ejecutivo que la voluntad popular no es el voto del pueblo<br />

sino el sometimiento del Congreso. Alegarán que dos párrafos<br />

hacen un nuevo acuerdo. Que en el África central han hecho<br />

experimentos jurídicos superiores a las instituciones de<br />

<br />

4


nuestra vieja República. Dirán cosas que ni siquiera Hugo<br />

Chávez se hubiese atrevido a afirmar. Dirán –de una u otra<br />

forma- que por lograr la firma de las Farc, todo vale. Y dirán<br />

que desconocer un resultado electoral democrático, también<br />

vale. Porque para Santos y las Farc, para el Congreso que<br />

desmonta la Constitución de afán, para la Justicia que le<br />

levantaron la venda, “el fin justifica los medios”.<br />

Basta analizar el proceso de La Habana para darse cuenta de<br />

que lo que buscó el gobierno fue un acuerdo a cualquier precio.<br />

Que las Farc no cedieron un milímetro en sus pretensiones y<br />

que el gobierno no obtuvo nada. Que el gobierno entregó las<br />

instituciones, las salvaguardas constitucionales, a cambio de<br />

nada. Aquí tenemos como testigo de excepción a quien ha<br />

debido negociar algo pero entregó todo.<br />

Las Farc fueron amnistiadas como cartel, obtuvieron la<br />

protección de sus cultivos gracias a la no fumigación,<br />

guardaron sus dineros, mantienen sus rutas, no reparan a sus<br />

víctimas, no devuelven a los niños que secuestraron para<br />

convertirlos en asesinos, imponen al Congreso su voluntad,<br />

obtienen territorios y feudos políticos intocables, curules<br />

parlamentarias, cadena de emisoras. Pero, ante todo,<br />

desmontan la justicia y la sustituyen por un seudotribunal,<br />

escogido por un comité extraño y extranjero, omnipotente y<br />

omnímodo, sin control y sin límite en el tiempo, afín a sus<br />

convicciones y propósitos.<br />

En esta mesa me ha correspondido hacer la presentación de los<br />

mecanismos de ratificación del golpe de estado de Juan Manuel<br />

Santos y las Farc. Lo que el gobierno eufemísticamente llama<br />

‘implementación de los acuerdos’. De los pactos con las Farc<br />

rechazados por los colombianos, de los acuerdos impuestos a la<br />

fuerza pretendiendo el engaño de una ilusión de paz sin<br />

instituciones democráticas que no es más que una bomba de<br />

tiempo.<br />

Colombia vive el drama de la autocracia y el golpe de estado<br />

permanente. Ante este drama, la discusión no debe centrarse<br />

en la tendencia del gobierno y o la de quienes lo enfrentan sino<br />

en la manera de garantizar la solidez de las instituciones<br />

democráticas en los vaivenes del péndulo de la alternación en<br />

el poder y las ideas.<br />

<br />

5


La más reciente edición de la revista Atlantic trae una<br />

reflexión sobre los peligros en Estados Unidos de una<br />

autocracia y las deformaciones institucionales y abusos del<br />

poder que pueden estimularla. El autor no se refiere a Colombia<br />

cuando analiza el fenómeno de orden global, pero sus<br />

reflexiones indudablemente traen un eco de la realidad<br />

colombiana. Particularmente cuando se muestra el paso de la<br />

autocracia a la cleptocracia -el gobierno de los ladrones- en las<br />

naciones que concentran todos los poderes en el Ejecutivo a<br />

costa de la mutilación o anulación efectiva del Congreso y la<br />

Justicia.<br />

Es así, por razón de sus desmanes y los de su entorno, que el<br />

gobierno de Santos no sería comparable con Estados Unidos o<br />

Francia sino más bien con los regímenes cleptocráticos de<br />

Jacob Zuma en Suráfrica o Hugo Chávez en Venezuela. El país<br />

así lo entiende y las encuestas confirman el descontento<br />

general, semana tras semana.<br />

Únicamente con los poderes concentrados del Ejecutivo y el<br />

desmonte de la justicia y el parlamento pactados con las Farc<br />

puede mantenerse impune la predominante cleptocracia que<br />

saquea el presupuesto nacional al ritmo de 20 billones de pesos<br />

anuales. Solamente con la implementación de los pactos que el<br />

gobierno rechazó se garantiza el florecimiento impune de la<br />

industria del narcotráfico. La razón es muy sencilla: los pactos<br />

fueron hechos a la medida de un cartel mafioso y de sus<br />

intereses. Esos pactos de impunidad que se ajustan<br />

perfectamente a los intereses de los carteles de la contratación<br />

y el saqueo de las entidades públicas.<br />

Lo que hemos de discutir aquí, entonces, es si la paz es posible<br />

en un país sin instituciones efectivas, sin equilibrio de poderes,<br />

autocrático y profundamente corrupto. Si la democracia es<br />

posible tras el desconocimiento de un proceso electoral y en<br />

medio del robo continuado de $20 billones de pesos anuales de<br />

las arcas del estado. nos debemos preguntar si la eventual<br />

victoria por la Presidencia en las urnas de quienes vencimos en<br />

el plebiscito será garantizada en 2018 o será birlada de nuevo.<br />

Pero más allá, la preocupación de los colombianos en las<br />

próximas elecciones no debe centrarse en la disyuntiva de Paz<br />

<br />

6


o guerra. Lo que está en juego es la democracia liberal y<br />

participativa cuando vemos la paja en el ojo ajeno de los<br />

vecinos pero no la viga en el propio. Porque la concentración<br />

del poder en el Ejecutivo se ha convertido en la herramienta<br />

para garantizar la impunidad de la corrupción.<br />

La verdadera implementación de la paz se dará en Colombia<br />

tras las elecciones de 2018 en las que dos puntos de vistas<br />

habrán de enfrentarse: el de la ilusión de paz en la corrupción,<br />

sin Constitución efectiva y sin instituciones legislativas y de<br />

justicia. O la opción de la paz real y duradera sustentada sobre<br />

las instituciones democráticas sólidas con pesos, contrapesos y<br />

garantías democráticas. Esta última triunfó en 2016 para<br />

rechazar lo que hoy se pretende implementar y su victoria le<br />

fue rapada por el régimen. Pero esa Colombia, cuya mano<br />

tendida el presidente Santos rechazó tras el plebiscito en aras<br />

del golpe contra la Constitución y las leyes con las Farc, ha de<br />

volver renovada en 2018 para liderar un gobierno sin<br />

exclusiones, para todos los colombianos.<br />

Muchas Gracias<br />

Foro Concordia , Metropolitan Club , Febrero 21, 2017<br />

<br />

7

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!