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Pideme lo que quieras 1-85 Megan Maxwell

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A las once y media, mi amiga Rocío pasa a buscarme y juntas vamos a ver a<br />

su sobrino. Como me ha dicho mi padre, el niño es precioso. A la una y a estamos<br />

de vuelta en casa y nos bañamos en la piscina. El agua está fresquita y muy rica.<br />

Rocío me cuenta sus cosas e intenta interrogarme sobre Fernando. Pero en<br />

cuanto ve <strong>que</strong> no quiero hablar sobre el tema, <strong>lo</strong> deja estar y hablamos de otras<br />

cosas. A las dos y media, mi amiga regresa a su casa y yo me <strong>que</strong>do tirada en la<br />

piscina. Suena mi teléfono. Un mensaje. Es Fernando para invitarme a comer.<br />

Rechazo la invitación y me tiro en la hamaca a escuchar música.<br />

Mi móvil pita de nuevo. Maldigo. Lo cojo pero me <strong>que</strong>do sin aire cuando leo:<br />

« ¿Tomas algo conmigo?» . ¡Es Eric!<br />

El corazón me palpita.<br />

Eric está en Madrid y yo a demasiados kilómetros de él. Cojo la Coca-Cola y<br />

bebo. La garganta de pronto se me ha <strong>que</strong>dado seca y el móvil vuelve a sonar<br />

otra vez.<br />

« Sabes <strong>que</strong> no soy paciente. Responde» .<br />

Con las manos temb<strong>lo</strong>rosas comienzo a teclear, pero ¡no doy una! Finalmente<br />

consigo poner: « Estoy de vacaciones» .<br />

Lo envío y las tripas se me encogen hasta <strong>que</strong> oigo <strong>que</strong> el móvil pita y leo su<br />

respuesta. « Lo sé. Muy bonita la puerta roja del chalet de tu padre» .<br />

Cuando leo eso, doy un chillido, suelto el móvil, cojo un pareo y corro hacia<br />

la puerta como alma <strong>que</strong> lleva el diab<strong>lo</strong>. En mi carrera, arraso las sillas del patio<br />

y me dejo la cadera, pero no me importa.<br />

¡Eric está allí!<br />

Abro rápidamente la puerta pero es tal mi ceguera <strong>que</strong> no veo ningún coche<br />

<strong>que</strong> pueda ser de él, hasta <strong>que</strong> un pitido me hace mirar a mi derecha y veo un<br />

hombre sobre una imponente moto. Se baja de ella, se quita el casco y sus ojos y<br />

su boca me sonríen.<br />

Sin importarme nada, ni nadie, corro hacia él y me tiro a sus brazos. Es tal mi<br />

impulso <strong>que</strong> estamos <strong>lo</strong>s dos a punto de rodar por el sue<strong>lo</strong>, pero nada,<br />

absolutamente nada me importa. Só<strong>lo</strong> <strong>lo</strong> abrazo y me estremezco cuando vuelvo<br />

a oír su voz en mi oído:<br />

—Pe<strong>que</strong>ña… te he echado de menos.<br />

Estoy nerviosa. ¡Histérica!<br />

Eric, ¡mi Eric!, está entre mis brazos. En Jerez. En la puerta de la casa de mi<br />

padre. Me ha buscado. Me ha encontrado y eso es <strong>lo</strong> único <strong>que</strong> quiero pensar.<br />

Cuando me separo de él, siento su mirada recorrer mi cuerpo y entonces soy<br />

consciente de mi estado.<br />

—Eric, podías haber avisado. Mira qué pintas tengo.<br />

Él no contesta. Só<strong>lo</strong> me mira y entonces me agarra de la nuca y me acerca a

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