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El caballo mágico

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—Una cosa tan tonta solo es adecuada para Tambal<br />

—murmuró el primer ministro a oídas del rey—. No se<br />

lo puede comparar con el maravilloso pez.<br />

<strong>El</strong> carpintero se preparaba tristemente para partir<br />

cuando Tambal dijo: —Padre, déjame quedarme con el<br />

<strong>caballo</strong> de madera.<br />

—Está bien —dijo el rey—, dádselo. Llevaos al<br />

carpintero y atadlo a un árbol para que se dé cuenta<br />

de que nuestro tiempo es valioso. Que piense cuán<br />

rico nos hizo el maravilloso pez, y tal vez cuando haya<br />

tenido tiempo para pensar cómo trabajar realmente, lo<br />

dejaremos en libertad para que practique lo que haya<br />

aprendido.<br />

Se llevaron al carpintero, y el príncipe Tambal salió<br />

de la corte cargando al <strong>caballo</strong> <strong>mágico</strong>.<br />

Tambal llevó al <strong>caballo</strong> a sus aposentos, y allí<br />

descubrió que tenía varias clavijas, ingeniosamente<br />

escondidas entre los diseños tallados. Cuando se las<br />

giraba de cierta manera, el <strong>caballo</strong> - y quienquiera que<br />

lo montara - se elevaba en el aire y volaba veloz al lugar<br />

que estuviera en la mente de quien movía las clavijas.<br />

De esta manera, día tras día, Tambal volaba a<br />

lugares que nunca había visitado antes, y llegó a<br />

saber muchas cosas. Él llevaba al <strong>caballo</strong> a todos<br />

lados.

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