Mary melgarejo
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Los congresistas de hoy sufren grandes problemas de<br />
identidad, porque la gran mayoría no alcanza a entender<br />
cuál es su papel en el poder legislativo.<br />
Luego del espejismo que experimentan los primeros<br />
días, el tiempo los va relegando −poco a poco− a un<br />
anonimato asfixiante, que los cubre con un manto que<br />
los hace invisibles a los ojos del país. Esa experiencia<br />
los obliga a transitar los vericuetos del “figuretismo”<br />
político.<br />
En ese doloroso trance se encuentra la congresista<br />
<strong>Mary</strong> Melgarejo, que a pesar del arduo esfuerzo que<br />
ha librado para proyectar su figura política, no ha<br />
logrado alcanzar su objetivo.<br />
Su situación debe ser dramática, porque ha puesto<br />
de manifiesto que no es capaz de controlar sus<br />
nervios; y, que puede −con tal de alcanzar sus fines−<br />
cerrar los ojos frente a sus obligaciones éticas.<br />
(Pero antes de ingresar a este patético asunto,<br />
divisemos un poco los trajines de la congresista).<br />
Los sueños de <strong>Mary</strong><br />
El peor enemigo de la Melgarejo es su ansia<br />
frenética de éxito: creemos que por esa razón<br />
resulta muy fácil entusiasmarla.<br />
Ella debió chocar con un “vivo”, que luego de<br />
“chequearla” la envolvió ofreciéndole “el oro y el<br />
moro”, con el escondido propósito de acomodarse<br />
en su oficina, como asesor congresal.<br />
Le ofreció un boleto para alcanzar el éxito<br />
político inmediato: sería la autora de una ley<br />
histórica.<br />
−Gracias a usted doctora todo el Perú tendrá<br />
agua potable. Sera una ley que la catapultara<br />
hasta la estratosfera de la popularidad.<br />
− ¿Y cómo así? −preguntó incrédula la<br />
congresista−.<br />
Tengo listo un proyecto de ley −le aseguró−<br />
para que el agua sea reconocida como un<br />
“derecho humano”. Es el paso previo y<br />
decisivo, para que todo el Perú goce del<br />
líquido elemento.<br />
−Y usted doctora−la manipuló− será la<br />
autora de esta revolución social.<br />
A la Melgarejo debieron prendérsele las<br />
luces y se vio, por un momento, rodeada<br />
No controla sus<br />
frustraciones<br />
de periodistas, disputándose sus<br />
declaraciones.<br />
Por su mente desfilaron los rostros de un<br />
tropel de congresistas a quienes los<br />
periodistas ningunean diariamente, en las<br />
puertas del congreso, negándoles la<br />
oportunidad de una entrevista que les<br />
permita recitar las largas frases que con<br />
tanto afán memorizan cada noche.<br />
A ella no le sucedería lo mismo. Afiebrada,<br />
la congresista decidió que le “sacaría el<br />
jugo” al bendito proyecto, compartiéndolo −para<br />
ganarse alguito− con el “chino” Kenji Fujimori; a quien,<br />
alborozada, le ofreció la coautoría.<br />
El “chino” debió agradecerle el gesto, sin mayor entusiasmo.<br />
Seguramente que la miró como a una “caída del palto”,<br />
pero −buena gente él− no dijo nada para no herirla.<br />
No le dijo que ese proyecto de ley era más viejo que<br />
Matusalén y que nunca había podido prosperar. Que en la