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LA NACIONAL | Abril - Mayo| 2017

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Gaceta de la Directiva <strong>Nac</strong>ional de la Asociación Mexicana de Geólogos Petroleros<br />

Número 3<br />

cuando había pan o esta húmedo o duro;<br />

etcétera. El caso es que Paulina siempre<br />

llegaba al colegio con la conciencia de<br />

que no llevaba torta, no obstante, la angustia<br />

y la inseguridad que esto le provocaba<br />

todos los días.<br />

Cuando faltaba media hora para que<br />

tocaba la campana del recreo, Paulina<br />

siempre sentía lo mismo: un hambre pavorosa,<br />

confundida con mucha ansiedad.<br />

“Juro por dios que, hoy no lo hago”, repetía<br />

una y otra vez mientras hacía lo posible<br />

por escuchar a su maestra impartir la<br />

clase.<br />

Pero por más que tratara de concentrarse,<br />

más sentía un hueco en el estómago<br />

por donde escuchaba salir una voz<br />

que le decía “Tengo hambre, me muero<br />

de hambre” cada 2 minutos miraba hacía<br />

el reloj del salón. El tiempo se le hacía<br />

eterno; cuando finalmente marcaba las<br />

diez y media, sentía que su corazón le iba<br />

a estallar. “Bueno, niñas seguimos después<br />

del recreo”, decía la maestra al mismo<br />

tiempo que cerraba su libro Geografía<br />

general de Tomás Zepeda. Nuevamente,<br />

formaditas las alumnas pasaban frente al<br />

cubo de las tortas para que cada una tomara<br />

la suya. Mientras avanzaba la fila,<br />

Paulina, que era de las últimas, sentía<br />

que sus manos se humedecían y que su<br />

boca se secaba.<br />

38<br />

“Juro por Dios que, hoy no lo hago”,<br />

repetía, pero como si alguien le ordenara<br />

exactamente lo contrario; cuando estaba<br />

cara a cara al cubo, súbitamente su<br />

mano se precipitaba sobre una de las pocas<br />

tortas que quedaban. Con la cabeza<br />

gacha y caminando lo más rápido posible,<br />

Paulina atravesaba el patio hasta<br />

uno de los baños. Allí, con la puerta bien<br />

cerrada, se atragantaba literalmente la<br />

torta robada. Eran tantos sus nervios y la<br />

culpa, que su paladar no advertía si era<br />

de jamón, de frijoles o de paté. A veces,<br />

hasta se la comía con todo y envoltura.<br />

Mientras mas masticaba a toda velocidad,<br />

miraba de un lado a otro recordando<br />

las palabras de la monja de catecismo: El<br />

niño Dios siempre nos mira. El está en<br />

todas partes y vigila nuestros actos. A él<br />

es al único que no podemos engañar. Algo<br />

le decía que los ojos azules del niño<br />

Dios la observaban. “Perdóname. Ya no<br />

lo vuelvo hacer”, se disculpaba Paulina<br />

mentalmente con él, a la vez que jalaba<br />

la cadena del excusado por donde desaparecían<br />

los restos de la envoltura de la<br />

torta. Al salir del baño Paulina había saciado<br />

su hambre pero había pecado una<br />

vez más contra el mandamiento “No robarás”.<br />

De regreso a casa, cuando iba en<br />

el camión, Paulina estaba triste y pensativa

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