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Gaceta de la Directiva <strong>Nac</strong>ional de la Asociación Mexicana de Geólogos Petroleros Número 3 cuando había pan o esta húmedo o duro; etcétera. El caso es que Paulina siempre llegaba al colegio con la conciencia de que no llevaba torta, no obstante, la angustia y la inseguridad que esto le provocaba todos los días. Cuando faltaba media hora para que tocaba la campana del recreo, Paulina siempre sentía lo mismo: un hambre pavorosa, confundida con mucha ansiedad. “Juro por dios que, hoy no lo hago”, repetía una y otra vez mientras hacía lo posible por escuchar a su maestra impartir la clase. Pero por más que tratara de concentrarse, más sentía un hueco en el estómago por donde escuchaba salir una voz que le decía “Tengo hambre, me muero de hambre” cada 2 minutos miraba hacía el reloj del salón. El tiempo se le hacía eterno; cuando finalmente marcaba las diez y media, sentía que su corazón le iba a estallar. “Bueno, niñas seguimos después del recreo”, decía la maestra al mismo tiempo que cerraba su libro Geografía general de Tomás Zepeda. Nuevamente, formaditas las alumnas pasaban frente al cubo de las tortas para que cada una tomara la suya. Mientras avanzaba la fila, Paulina, que era de las últimas, sentía que sus manos se humedecían y que su boca se secaba. 38 “Juro por Dios que, hoy no lo hago”, repetía, pero como si alguien le ordenara exactamente lo contrario; cuando estaba cara a cara al cubo, súbitamente su mano se precipitaba sobre una de las pocas tortas que quedaban. Con la cabeza gacha y caminando lo más rápido posible, Paulina atravesaba el patio hasta uno de los baños. Allí, con la puerta bien cerrada, se atragantaba literalmente la torta robada. Eran tantos sus nervios y la culpa, que su paladar no advertía si era de jamón, de frijoles o de paté. A veces, hasta se la comía con todo y envoltura. Mientras mas masticaba a toda velocidad, miraba de un lado a otro recordando las palabras de la monja de catecismo: El niño Dios siempre nos mira. El está en todas partes y vigila nuestros actos. A él es al único que no podemos engañar. Algo le decía que los ojos azules del niño Dios la observaban. “Perdóname. Ya no lo vuelvo hacer”, se disculpaba Paulina mentalmente con él, a la vez que jalaba la cadena del excusado por donde desaparecían los restos de la envoltura de la torta. Al salir del baño Paulina había saciado su hambre pero había pecado una vez más contra el mandamiento “No robarás”. De regreso a casa, cuando iba en el camión, Paulina estaba triste y pensativa
“Soy una ladrona de tortas. Estoy segura que por mi culpa una compañera se queda sin su torta. Juro que ya no lo vuelvo hacer”, pensaba, sintiendo ganas de vomitar. Pero al otro día esta misma situación se volvía a repetir. Salvo esta debilidad, Paulina era una alumna con muy buena conducta y con mucha voluntad para trabajar. Todas las tardes hacía su tarea y estudiaba para no volver a reprobar tercer año. Además adoraba a la maestra. Era la primera que creía en ella. “Tu puedes”, le decía cada vez que se acercaban los exámenes. De alguna manera, este crédito también la hacía sufrir. “Ella cree en mí y, sin embargo, soy una vil ladrona de tortas”, se decía Paulina. Finalmente llegó el día de los premios, Paulina no nada más paso con un excelente promedio, si no que era merecedora de una medalla de buena conducta. Esta nada más se entrega a una alumna de primaria, una de secundaria y una de preparatoria. Recibirla era un honor. Cuando la madre superiora llamó por el micrófono a Paulina, no lo podía creer. Sin embargo, en ese momento se acordó de su pecado y se sintió profundamente culpable, al salir del salón de actos, Paulina busco a su maestra. “Necesito hablar con usted”, le dijo con un nudo en la garganta. Y en uno de los rinconcitos del gran patio, le explico con los ojos llenos de lágrimas: “No merezco esta medalla. Todos los días me robaba una torta”. La maestra enternecida la vio, y con una voz muy suave le dijo: “Paulina, no te la robabas. Una compañera tuya te la traía”. Nunca supo Paulina el nombre de esa compañera. Ahora que han pasado muchos años, está casi segura que era la maestra la que le llevaba la torta. Por eso siempre que se celebra el día del Maestro, se acuerda mucho de ella; mentalmente ese día le dice: “Muchas gracias por las tortas, pero, sobre todo, muchas gracias por haber sido una maestra sabia y generosa”. Sea este un pequeño homenaje a todos los maestros que contribuyeron en nuestro crecimiento profesional y personal. “Uno recuerda con aprecio a los maestros brillantes, pero con gratitud a los que tocaron nuestros sentimientos” Carl Gustav Jung 39
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