Valores+_19
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El fin del promotor y del gestor cultural;<br />
la era de los emprendedores<br />
Por: Lic. Eduardo Cruz Vázquez<br />
Periodista y experto en<br />
economía cultural<br />
Coordinador del GRECU<br />
de la UAM Xochimilco<br />
Promotores y gestores culturales<br />
no pueden quejarse. Por décadas,<br />
han sido objeto de una envidiable<br />
atención. Gran parte de este empeño<br />
que les tiene con un amplio<br />
reconocimiento por parte de la sociedad,<br />
ha provenido sobre todo,<br />
del aparato gubernamental y de<br />
las universidades públicas; y no<br />
tanto como debiera por parte del<br />
sector privado, visto en su más<br />
amplia extensión.<br />
Pero hace años que andan estancados.<br />
Se encuentran en una zona<br />
de confort que no necesariamente<br />
significa buenas condiciones de<br />
trabajo para la gran mayoría de estos<br />
mediadores de políticas, contenidos,<br />
marcas simbólicas, bienes,<br />
servicios, productos, públicos y<br />
consumidores. Hablamos de promotores<br />
y gestores culturales que<br />
se despliegan a lo largo y ancho de<br />
la República y que se distribuyen<br />
en los tres amplios sectores característicos:<br />
público, social y privado<br />
(subrayando aquí estrictamente<br />
lo asistencial).<br />
Hay varios elementos que explican<br />
lo que sucede. Primero, la<br />
falta de la patente que otorga la<br />
Ley Federal del Trabajo; segundo,<br />
la burocratización, el haber<br />
sido tanto parte, como presas del<br />
abigarrado sistema administrativo<br />
Valores<br />
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de los organismos culturales de<br />
orden público (incluidas las universidades,<br />
por supuesto), como<br />
también se las gastan mal en el<br />
llamado tercer sector, sea cual sea<br />
el origen del organismo. Tercero,<br />
la complicidad o la confrontación<br />
con el sindicalismo tradicional,<br />
esos gremios que nadie hará que<br />
cambien. Cuarto, la implantación<br />
a nivel federal y en no pocas entidades<br />
federativas, del Servicio<br />
Profesional de Carrera, esa suerte<br />
de “Sindicalismo Premier” que<br />
transformó el oasis meritocrático<br />
en catálogo de farsas a efecto de<br />
ocupar y eternizarse en plazas de<br />
“mandos medios y superiores”.<br />
Quinto, la persistencia en acudir<br />
a modelos de gestión de tiempos<br />
idos: aquellos en que para cultura<br />
el Estado “Soy Yo, el Rector Soy<br />
Yo, el Presidente de la Fundación<br />
Soy Yo. El genio que define qué<br />
necesita la población, Soy Yo y<br />
mis cuates intelectuales y artistas”.<br />
Y sexto: que muchos desde<br />
su quehacer “independiente” se<br />
plegaron a los modos dominantes<br />
y se olvidaron de la innovación y<br />
del afán contradictor: los entiendo,<br />
pues no es fácil estar fuera de<br />
la nómina subsidiaria y asistencialista<br />
que, tras malabares, se obtiene<br />
con proyectos sin ton ni son.<br />
Más allá de los desmanes de orden<br />
“institucional”, que en las actuales<br />
licenciaturas y escasos posgrados<br />
en gestión cultural tienen sendas<br />
expresiones del nivel de dislocación<br />
alcanzado, pienso que una<br />
mayoría de promotores y gestores<br />
culturales, en todos los niveles, no<br />
quieren admitir que su paradigma<br />
se agotó. Que tuvieron tiempo<br />
para darse cuenta y prefirieron<br />
seguir haciendo caso al canto de<br />
la sirena del ejecutar gasto (otros<br />
le dicen “inversión”) sin palancas<br />
de sustentabilidad, de evaluación<br />
y de rendición de cuentas. Empecinados<br />
en el diseño de acciones<br />
(“políticas culturales”) donde lo<br />
que menos importa es si se pierde<br />
dinero o va poca gente. O que si<br />
se “llena” una actividad, basta palomear<br />
celebratoriamente que “la<br />
misión fue cumplida” (es impresionante<br />
la vigencia del “aplausómetro”).<br />
Y lo más importante:<br />
promotores y gestores culturales<br />
han despreciado que su estructura<br />
y modo de acción debe hacer<br />
sinergia con el emprendedor y el<br />
empresario cultural, quienes cada<br />
día influyen más en la oferta de<br />
bienes, servicios y productos culturales,<br />
cuyas cargas de contenido,<br />
creatividad y valor simbólico<br />
son una aplanadora a la que no escapa<br />
ya ni la población más rural<br />
o de menor ingreso. Son casi los<br />
reyes, para no exagerar, aunque<br />
muchos “arañen” el sustento de su<br />
microempresa.<br />
Si bien los emprendedores y empresarios<br />
culturales accionan para<br />
hacer negocios, dado que en el<br />
mercado y el comercio encontraron<br />
su forma de vida, los promotores<br />
y gestores culturales tienen,<br />
por lo general, la responsabilidad<br />
de manejar un flujo significativo<br />
de la economía cultural del gasto<br />
público en cualquiera de sus expresiones<br />
(por ejemplo, subsidios,<br />
donativos o deducibilidades).<br />
Y esta intervención no sólo tiene<br />
años de ser ineficaz; tampoco<br />
logran zanjar el abismo que hay<br />
entre valor y significado, entre público<br />
y consumidor, entre oferta<br />
y demanda, entre coproducción,<br />
economía social y comercio justo.<br />
Entre el promotor, el gestor y el<br />
emprendedor cultural hay al menos<br />
otra categoría sumamente<br />
relevante: la del diplomático cultural,<br />
que en muchos casos (sea o<br />
no perteneciente al Servicio Exterior<br />
Mexicano) es resultado de la<br />
combinación de estos actores. Por<br />
eso he venido pugnando por crear<br />
la categoría del agregado cultural<br />
y de negocios. Pero también es<br />
cierto que al agregado cultural no<br />
se le ha dedicado tanto empeño<br />
para comprender su labor. Unos<br />
cuántos deliberamos sobre ellos<br />
y escasa es la repercusión: una de<br />
ellas, pasar a la lista de renegados<br />
por andar mirando a detalle sus tareas<br />
(o la de la política exterior y<br />
la diplomacia cultural). Al interior<br />
del Servicio Exterior Mexicano<br />
tampoco lo consideran relevante,<br />
en virtud de ciertos cánones sempiternos<br />
que alimenta la todología<br />
del diplomático.<br />
Entonces ¿por qué el fin del promotor<br />
y el gestor cultural? La respuesta<br />
en simple: los nuevos paradigmas<br />
de la cultura demandan<br />
profesionales que sean capaces de<br />
diseñar políticas y ejecutar programas<br />
con una enorme responsabilidad<br />
económica, de criterio<br />
financiero y con un impulso natural<br />
a la rendición de cuentas, la<br />
transparencia y la capacidad para<br />
generar indicadores y estadísticas<br />
para evaluar lo mejor posible<br />
los resultados y el impacto que se<br />
genera en el desarrollo económico.<br />
Estas y más características no<br />
las están adquiriendo promotores<br />
y gestores culturales, acaso, a regañadientes<br />
y por excepción, por<br />
gusto y compromiso.<br />
Quienes las vienen asumiendo, no<br />
sin sortear muchísimas barreras,<br />
casi de forma autodidacta y con<br />
una capacidad innovadora que<br />
sorprende, son los emprendedores<br />
culturales. Bien por esta generación<br />
que perfila una nueva era que<br />
al final de cuentas se traduce en<br />
un mayor potencial creativo para<br />
el país, en generación de empleos<br />
y en una mejor distribución de<br />
la riqueza. Estos emprendedores<br />
culturales no sólo controlan ya<br />
vastos escenarios y ampliarán su<br />
influencia en el mercado cultural.<br />
Muchos de ellos serán llamados a<br />
cubrir puestos y responsabilidades<br />
en los sectores público y social.<br />
Cosa de unos años para que este<br />
relevo sea, para bien, un hecho<br />
irreversible.<br />
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Valores