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El fin del promotor y del gestor cultural;<br />

la era de los emprendedores<br />

Por: Lic. Eduardo Cruz Vázquez<br />

Periodista y experto en<br />

economía cultural<br />

Coordinador del GRECU<br />

de la UAM Xochimilco<br />

Promotores y gestores culturales<br />

no pueden quejarse. Por décadas,<br />

han sido objeto de una envidiable<br />

atención. Gran parte de este empeño<br />

que les tiene con un amplio<br />

reconocimiento por parte de la sociedad,<br />

ha provenido sobre todo,<br />

del aparato gubernamental y de<br />

las universidades públicas; y no<br />

tanto como debiera por parte del<br />

sector privado, visto en su más<br />

amplia extensión.<br />

Pero hace años que andan estancados.<br />

Se encuentran en una zona<br />

de confort que no necesariamente<br />

significa buenas condiciones de<br />

trabajo para la gran mayoría de estos<br />

mediadores de políticas, contenidos,<br />

marcas simbólicas, bienes,<br />

servicios, productos, públicos y<br />

consumidores. Hablamos de promotores<br />

y gestores culturales que<br />

se despliegan a lo largo y ancho de<br />

la República y que se distribuyen<br />

en los tres amplios sectores característicos:<br />

público, social y privado<br />

(subrayando aquí estrictamente<br />

lo asistencial).<br />

Hay varios elementos que explican<br />

lo que sucede. Primero, la<br />

falta de la patente que otorga la<br />

Ley Federal del Trabajo; segundo,<br />

la burocratización, el haber<br />

sido tanto parte, como presas del<br />

abigarrado sistema administrativo<br />

Valores<br />

6<br />

de los organismos culturales de<br />

orden público (incluidas las universidades,<br />

por supuesto), como<br />

también se las gastan mal en el<br />

llamado tercer sector, sea cual sea<br />

el origen del organismo. Tercero,<br />

la complicidad o la confrontación<br />

con el sindicalismo tradicional,<br />

esos gremios que nadie hará que<br />

cambien. Cuarto, la implantación<br />

a nivel federal y en no pocas entidades<br />

federativas, del Servicio<br />

Profesional de Carrera, esa suerte<br />

de “Sindicalismo Premier” que<br />

transformó el oasis meritocrático<br />

en catálogo de farsas a efecto de<br />

ocupar y eternizarse en plazas de<br />

“mandos medios y superiores”.<br />

Quinto, la persistencia en acudir<br />

a modelos de gestión de tiempos<br />

idos: aquellos en que para cultura<br />

el Estado “Soy Yo, el Rector Soy<br />

Yo, el Presidente de la Fundación<br />

Soy Yo. El genio que define qué<br />

necesita la población, Soy Yo y<br />

mis cuates intelectuales y artistas”.<br />

Y sexto: que muchos desde<br />

su quehacer “independiente” se<br />

plegaron a los modos dominantes<br />

y se olvidaron de la innovación y<br />

del afán contradictor: los entiendo,<br />

pues no es fácil estar fuera de<br />

la nómina subsidiaria y asistencialista<br />

que, tras malabares, se obtiene<br />

con proyectos sin ton ni son.<br />

Más allá de los desmanes de orden<br />

“institucional”, que en las actuales<br />

licenciaturas y escasos posgrados<br />

en gestión cultural tienen sendas<br />

expresiones del nivel de dislocación<br />

alcanzado, pienso que una<br />

mayoría de promotores y gestores<br />

culturales, en todos los niveles, no<br />

quieren admitir que su paradigma<br />

se agotó. Que tuvieron tiempo<br />

para darse cuenta y prefirieron<br />

seguir haciendo caso al canto de<br />

la sirena del ejecutar gasto (otros<br />

le dicen “inversión”) sin palancas<br />

de sustentabilidad, de evaluación<br />

y de rendición de cuentas. Empecinados<br />

en el diseño de acciones<br />

(“políticas culturales”) donde lo<br />

que menos importa es si se pierde<br />

dinero o va poca gente. O que si<br />

se “llena” una actividad, basta palomear<br />

celebratoriamente que “la<br />

misión fue cumplida” (es impresionante<br />

la vigencia del “aplausómetro”).<br />

Y lo más importante:<br />

promotores y gestores culturales<br />

han despreciado que su estructura<br />

y modo de acción debe hacer<br />

sinergia con el emprendedor y el<br />

empresario cultural, quienes cada<br />

día influyen más en la oferta de<br />

bienes, servicios y productos culturales,<br />

cuyas cargas de contenido,<br />

creatividad y valor simbólico<br />

son una aplanadora a la que no escapa<br />

ya ni la población más rural<br />

o de menor ingreso. Son casi los<br />

reyes, para no exagerar, aunque<br />

muchos “arañen” el sustento de su<br />

microempresa.<br />

Si bien los emprendedores y empresarios<br />

culturales accionan para<br />

hacer negocios, dado que en el<br />

mercado y el comercio encontraron<br />

su forma de vida, los promotores<br />

y gestores culturales tienen,<br />

por lo general, la responsabilidad<br />

de manejar un flujo significativo<br />

de la economía cultural del gasto<br />

público en cualquiera de sus expresiones<br />

(por ejemplo, subsidios,<br />

donativos o deducibilidades).<br />

Y esta intervención no sólo tiene<br />

años de ser ineficaz; tampoco<br />

logran zanjar el abismo que hay<br />

entre valor y significado, entre público<br />

y consumidor, entre oferta<br />

y demanda, entre coproducción,<br />

economía social y comercio justo.<br />

Entre el promotor, el gestor y el<br />

emprendedor cultural hay al menos<br />

otra categoría sumamente<br />

relevante: la del diplomático cultural,<br />

que en muchos casos (sea o<br />

no perteneciente al Servicio Exterior<br />

Mexicano) es resultado de la<br />

combinación de estos actores. Por<br />

eso he venido pugnando por crear<br />

la categoría del agregado cultural<br />

y de negocios. Pero también es<br />

cierto que al agregado cultural no<br />

se le ha dedicado tanto empeño<br />

para comprender su labor. Unos<br />

cuántos deliberamos sobre ellos<br />

y escasa es la repercusión: una de<br />

ellas, pasar a la lista de renegados<br />

por andar mirando a detalle sus tareas<br />

(o la de la política exterior y<br />

la diplomacia cultural). Al interior<br />

del Servicio Exterior Mexicano<br />

tampoco lo consideran relevante,<br />

en virtud de ciertos cánones sempiternos<br />

que alimenta la todología<br />

del diplomático.<br />

Entonces ¿por qué el fin del promotor<br />

y el gestor cultural? La respuesta<br />

en simple: los nuevos paradigmas<br />

de la cultura demandan<br />

profesionales que sean capaces de<br />

diseñar políticas y ejecutar programas<br />

con una enorme responsabilidad<br />

económica, de criterio<br />

financiero y con un impulso natural<br />

a la rendición de cuentas, la<br />

transparencia y la capacidad para<br />

generar indicadores y estadísticas<br />

para evaluar lo mejor posible<br />

los resultados y el impacto que se<br />

genera en el desarrollo económico.<br />

Estas y más características no<br />

las están adquiriendo promotores<br />

y gestores culturales, acaso, a regañadientes<br />

y por excepción, por<br />

gusto y compromiso.<br />

Quienes las vienen asumiendo, no<br />

sin sortear muchísimas barreras,<br />

casi de forma autodidacta y con<br />

una capacidad innovadora que<br />

sorprende, son los emprendedores<br />

culturales. Bien por esta generación<br />

que perfila una nueva era que<br />

al final de cuentas se traduce en<br />

un mayor potencial creativo para<br />

el país, en generación de empleos<br />

y en una mejor distribución de<br />

la riqueza. Estos emprendedores<br />

culturales no sólo controlan ya<br />

vastos escenarios y ampliarán su<br />

influencia en el mercado cultural.<br />

Muchos de ellos serán llamados a<br />

cubrir puestos y responsabilidades<br />

en los sectores público y social.<br />

Cosa de unos años para que este<br />

relevo sea, para bien, un hecho<br />

irreversible.<br />

7<br />

Valores

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