La voz del Fray 2.0, 5 (06/2018)

A la sombra del paraíso (2)
ciencia que nos falta. Condescendemos a veces en los labriegos como especie protegida, ancestral, hablando de
ellos como de los gigantes que poblaban el génesis, tan lejano:… “y había gigantes en la tierra en aquellos días,
y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y ellas les dieron a luz hijos.
Estos son los héroes de la antigüedad, hombres de renombre”...
…y mi abuelo —ahora lo veo— era un gigante.
Los dioses de mi abuelo eran los tomates, habas, patatas y demás floraciones de un hombre cultivado por
la mitología de su huerta. Se leía en el clima, mi abuelo, en las hormigas que salen, en los pájaros que se bañan.
Alegría de sandía, tristeza de haba vana. El devenir de la cosecha era el devenir de su alma, las plantaciones le
ordenaban la vida, y él intervenía en la creación del mundo disponiendo hortalizas, legumbres, frutas y canales
de riego modelados con sus manos. —Albertito, toma, recién cogida del árbol!—. Y dormía.
Buscar la huerta perdida, encontrar el peral y darle un bocado a su fruto me descubriría que no era la
manzana la impostora, que no fuimos expulsados sino exiliados, nosotros, siempre huidos del jardín y de la
huerta. Nosotros, la pera de traidores.
Entremos en el jardín, llevémonos al huerto, nosotros, raros estambres colgados en la flor redonda de la
tierra.
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