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Rasca Cielos 20180701

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C R O N I Q U I TA<br />

Pablo Andrés Rivero<br />

Los venezolanos<br />

de la esquina<br />

En la frontera con Colombia,<br />

venezolanos en busca de esperanza.<br />

En Lima, Bogotá, Medellín, Santiago o<br />

La Paz hay un ciudadano venezolano con<br />

esperanza. Si usted ve alguno, “ay ú d e l o,<br />

ya usted sabe cómo está la cosa”.<br />

LIMA, 9 DE LA NOCHE de un sábado durante<br />

el Mundial. Al mediodía, Perú perdió 1 a 0<br />

contra Dinamarca y la ciudad aún no se recupera<br />

del golpe anímico, pues la fiesta estaba<br />

armada. Hace frío para los limeños aunque<br />

todavía es benigno para quienes venimos de<br />

climas más hostiles.<br />

En el lobby del hotel espero al conductor de la empresa que<br />

habitualmente nos hace el traslado al aeropuerto. Llega y tras<br />

un saludo intrascendente nos montamos en un Geely negro<br />

marcha china que gana terreno en América Latina. Como<br />

siempre, me subo al lado del conductor; no me gusta hablarle<br />

a la gente por la espalda.<br />

Eduardo, venezolano, cuarenta y tantos años, estatura<br />

mediana, ojos pequeños y un bigote fino sobre el rostro bien<br />

marcado por su delgadez. Viste todo de negro y lleva las<br />

mangas de la camisa arremangadas, cual si estuviera en el<br />

trópico. Fija el celular en el tablero y pone las instrucciones de<br />

navegación; conduce con cuidado.<br />

Antes de llegar al circuito de playas, vía rápida hacia el<br />

Callao, la conversación está instalada.<br />

Eduardo llegó hace tres meses a Lima y se siente tranquilo.<br />

Dice que fue la mejor decisión que pudo tomar y le agradece a<br />

su hija mayor, quien salió primero en noviembre de 2017, “pues<br />

allá no hay más que hacer, está todo perdido”. Le tomó nueve<br />

años levantar una tienda de artesanías en Caracas junto con su<br />

esposa y, a pesar de todo, la vida iba bien. Pero hace dos años la<br />

escasez se acentuaba y las ventas empeoraban; intentó volver<br />

al trabajo de su juventud, la construcción, pero no había material<br />

y el sector estaba paralizado. Decidió marchar.<br />

Eduardo dice que a su esposa le cuesta tolerar el frío estacional,<br />

que si bien ellos vienen de una zona templada de Venezuela,<br />

el frío del invierno en Lima la tiene a mal traer, "vea usted<br />

que esos pies son un hielo por la noche y no hay cómo calentarlos".<br />

Con todo, se sienten tranquilos. Me lo dice en un cruce de<br />

vías con el semáforo en rojo. “Fíjese, aquí vamos conversando y<br />

14<br />

sin peligro, tranquilos, llego a casa a las 10 u 11 de la noche sin<br />

problemas. Allá el peligro está en cada esquina, la gente mata<br />

y muere por miserias”.<br />

Primero llegó la hija mayor de Eduardo. Lo hizo a Lima, una<br />

ciudad en la que es ya común -como en Bogotá, Medellín, Santiago<br />

o tantas otras de Sudamérica- escuchar a la mesera o la<br />

empleada doméstica, al guachimán o incluso al vendedor<br />

ambulante, con acento venezolano.<br />

Eduardo agradece a dios varias veces, no entro en detalles<br />

pero está clara su fe. Me dice que agradece por tener comida y<br />

todo lo básico gracias al apoyo de mucha gente en Perú; desde<br />

la persona que les alquila un par de piezas hasta quien le dio el<br />

trabajo. Puede comprar pan, leche, café, azúcar, huevos, carne<br />

de res o papel higiénico, “es una cosa increíble, aquí hay de<br />

todo, y si uno trabaja, con lo que gana ya está tranquilo, come<br />

dos o tres veces al día, cubre todo lo que necesita”, sentencia.<br />

Hago un silencio ya muy cerca del Callao y me confronto<br />

mentalmente con la “nor malización”de la violencia, la<br />

escasez, el hambre.<br />

Eduardo dice que la crisis venezolana es responsabilidad<br />

del gobierno. “No sé si hay o no esa conspiración pero cómo es<br />

posible que el gobierno no haga algo por el pueblo: ellos allá<br />

www. p a g i n a s i e te. b o DOMINGO 1 DE JULIO 23|18

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