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LA VORÁGINE - José Eustasio Rivera

La vorágine Es la segunda de dos obras que publicó el escritor colombiano José Eustasio Rivera, y la más famosa. Salió a la luz el 25 de noviembre de 1924 y es considerada un clásico de la literatura colombiana, así como una de las más importantes dentro del modernismo latinoamericano, aunque a menudo es asociada al romanticismo por la descripción pictórica de las culturas rurales. La novela narra las peripecias del poeta Arturo Cova y su amante Alicia, historia de pasión y venganza enmarcada en los llanos y la selva amazónica a donde los dos amantes huyen y que expone a lo largo de su trama las duras condiciones de vida de los colonos e indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho. La Vorágine sigue la estructura narrativa del mito clásico greco-latino, de forma similar a la historia de Orfeo, la Eneida de Virgilio o la Odisea de Homero, en donde el héroe emprende un viaje iniciático, y tras descender a un mundo laberíntico e infernal, alcanza un final epopéyico. En el caso de La vorágine el poeta desciende al "infierno verde" en busca de su amada, sin embargo, oponiéndose al modelo tradicional, su protagonista no regresa al punto de partida. Este final abierto o de cierta forma inconcluso, constituye una de las características más importantes de la novela moderna.

La vorágine Es la segunda de dos obras que publicó el escritor colombiano José Eustasio Rivera, y la más famosa. Salió a la luz el 25 de noviembre de 1924 y es considerada un clásico de la literatura colombiana, así como una de las más importantes dentro del modernismo latinoamericano, aunque a menudo es asociada al romanticismo por la descripción pictórica de las culturas rurales.
La novela narra las peripecias del poeta Arturo Cova y su amante Alicia, historia de pasión y venganza enmarcada en los llanos y la selva amazónica a donde los dos amantes huyen y que expone a lo largo de su trama las duras condiciones de vida de los colonos e indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho.
La Vorágine sigue la estructura narrativa del mito clásico greco-latino, de forma similar a la historia de Orfeo, la Eneida de Virgilio o la Odisea de Homero, en donde el héroe emprende un viaje iniciático, y tras descender a un mundo laberíntico e infernal, alcanza un final epopéyico. En el caso de La vorágine el poeta desciende al "infierno verde" en busca de su amada, sin embargo, oponiéndose al modelo tradicional, su protagonista no regresa al punto de partida. Este final abierto o de cierta forma inconcluso, constituye una de las características más importantes de la novela moderna.

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13<br />

Fue preciso continuar la marcha hasta el “morichal” vecino, según decisión<br />

de don Rafo, porque la mata era peligrosa en extremo: a muchas leguas en<br />

contorno, sólo en ella encontraban agua los animales y de noche acudían<br />

las fieras. Salimos de allí, paso a paso, cuando la tarde empezó a suspirar y<br />

bajo los últimos arreboles nos preparamos para la queda. Mientras don<br />

Rafo encendía fuego, me retiré por los pajonales a amarrar los caballos. La<br />

brisa del anochecer refrescaba el desierto, y de repente, en intervalos<br />

desiguales, llegó a mis oídos algo como un lamento de mujer.<br />

Instintivamente pensé en Alicia, que acercándose me preguntaba:<br />

-¿Qué tienes? ¿Qué tienes?<br />

Reunidos después, sentíamos la sollozante quejumbre, vueltos hacia el lado<br />

de donde venía, sin que acertáramos a descifrar el misterio: una palmera de<br />

macanilla, fina como un pincel, obedeciendo a la brisa, hacía llorar sus<br />

flecos en el crepúsculo.<br />

* * *<br />

Ocho días después divisamos la fundación de La Maporita. La laguna<br />

próxima a los corrales se doraba al sol. Unos mastines enormes vinieron a<br />

nuestro encuentro, con ladridos desaforados, y nos dispersaron las bestias.<br />

Frente al “tranquero” de la entrada, donde se asoleaba un “bayetón” rojo,<br />

exclamó don Rafo, empinándose en los estribos:<br />

-¡Alabado sea Dios!<br />

-Y su madre santísima- respondió una voz de mujer.<br />

-¿No hay quien venga a espantar los perros?<br />

-Ya va<br />

-¿La niña Griselda?<br />

-En el caño.<br />

Complacidos observábamos el aseo del patio, lleno de caracuchos,<br />

siemprevivas, habanos, amapolas y otras plantas del trópico. Alrededor de<br />

la huerta daban fresco los platanales, de hojas susurrantes y rotas, dentro de<br />

la cerca de “guadua” que protegía la vivienda, en cuyo caballete lucía sus<br />

resplandores un pavo real.<br />

Por fin, una mulata decrépita asomó a la puerta de la cocina, enjugándose<br />

las manos en el ruedo de las enaguas.<br />

-¡Chite, uise! –gritó, tirando una cáscara a las gallinas que escarbaban la<br />

era-. “Prosigan”, que la niña Griselda se tá bañando. ¡Los perros no<br />

muerden, ya mordieron!<br />

Y volvió a sus quehaceres.<br />

Sin testigos, ocupamos el cuarto que servía de sala, en donde no había otro<br />

menaje que dos chinchorros, una “barbacoa”, dos banquetas, tres baúles y<br />

una máquina “Singer”. Alicia, sofocada, se mecía ponderando el cansancio,<br />

cuando entró la niña Griselda, descalza, con el “chingue” al brazo, el peine<br />

en la crencha y los jabones en una “totuma”.

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