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Inteligencia Emocional- Daniel Goleman

El presente libro constituye una guía para conocer todas esas visiones científicas sobre la emoción, un viaje cuyo objetivo es proporcionarnos una mejor comprensión de una de las facetas más desconcertantes de nuestra vida y del mundo que nos rodea. La meta de nuestro viaje consiste en llegar a comprender el significado y el modo de dotar de inteligencia a la emoción, una comprensión que, en sí misma, puede servirnos de gran ayuda, porque el hecho de tomar conciencia del dominio de los sentimientos puede tener un efecto similar al que provoca un observador en el mundo de la física cuántica, es decir, transformar el objeto de observación.

El presente libro constituye una guía para conocer todas esas visiones científicas sobre la emoción, un viaje cuyo objetivo es proporcionarnos una mejor comprensión de una de las facetas más desconcertantes de nuestra vida y del mundo que nos rodea. La meta de nuestro viaje consiste en llegar a comprender el significado y el modo de dotar de inteligencia a la emoción, una comprensión que, en sí misma, puede servirnos de gran ayuda, porque el hecho de tomar conciencia del dominio de los sentimientos puede tener un efecto similar al que provoca un observador en el mundo de la física cuántica, es decir, transformar el objeto de observación.

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<strong>Daniel</strong> <strong>Goleman</strong><br />

<strong>Inteligencia</strong> <strong>Emocional</strong><br />

CUANDO LA PASION DESBORDA A LA RAZON<br />

Fue una terrible tragedia. Matilda Crabtree, una niña de catorce años, quería gastar una broma a sus<br />

padres y se ocultó dentro de un armario para asustarles cuando éstos, después de visitar a unos amigos,<br />

volvieran a casa pasada la medianoche.<br />

Pero Bobby Crabtree y su esposa creían que Matilda iba a pasar la noche en casa de una amiga. Por<br />

ello cuando, al regresar a su hogar, oyeron ruidos. Crabtree no dudó en coger su pistola, dirigirse al<br />

dormitorio de Matilda para averiguar lo que ocurría y dispararle a bocajarro en el cuello apenas ésta salió<br />

gritando por sorpresa del interior del armario. Doce horas más tarde, Matilda Crabtree fallecía. El miedo que<br />

nos lleva a proteger del peligro a nuestra familia constituye uno de los legados emocionales con que nos ha<br />

dotado la evolución. El miedo fue precisamente el que empujó a Bobby Crabtree a coger su pistola y buscar<br />

al intruso que creía que merodeaba por su casa. Pero aquel mismo miedo fue también el que le llevó a<br />

disparar antes de que pudiera percatarse de cuál era el blanco, antes incluso de que pudiera reconocer la<br />

voz de su propia hija. Según afirman los biólogos evolucionistas, este tipo de reacciones automáticas ha<br />

terminado inscribiéndose en nuestro sistema nervioso porque sirvió para garantizar la vida durante un<br />

periodo largo y decisivo de la prehistoria humana y, más importante todavía, porque cumplió con la principal<br />

tarea de la evolución, perpetuar las mismas predisposiciones genéticas en la progenie. Sin embargo, a la<br />

vista de la tragedia ocurrida en el hogar de los Crabtree, todo esto no deja de ser una triste ironía.<br />

Pero, si bien las emociones han sido sabias referencias a lo largo del proceso evolutivo, las nuevas<br />

realidades que nos presenta la civilización moderna surgen a una velocidad tal que deja atrás al lento paso<br />

de la evolución. Las primeras leyes y códigos éticos -el código de Hammurabi, los diez mandamientos del<br />

Antiguo Testamento o los edictos del emperador Ashoka deben considerarse como intentos de refrenar,<br />

someter y domesticar la vida emocional puesto que, como ya explicaba Freud en El malestar de la cultura,<br />

la sociedad se ha visto obligada a imponer normas externas destinadas a contener la desbordante marea de<br />

los excesos emocionales que brotan del interior del individuo.<br />

No obstante, a pesar de todas las limitaciones impuestas por la sociedad, la razón se ve desbordada<br />

de tanto en tanto por la pasión, un imponderable de la naturaleza humana cuyo origen se asienta en la<br />

arquitectura misma de nuestra vida mental. El diseño biológico de los circuitos nerviosos emocionales<br />

básicos con el que nacemos no lleva cinco ni cincuenta, sino cincuenta mil generaciones demostrando su<br />

eficacia. Las lentas y deliberadas fuerzas evolutivas que han ido modelando nuestra vida emocional han<br />

tardado cerca de un millón de años en llevar a cabo su cometido, y de éstos, los últimos diez mil a pesar<br />

de haber asistido a una vertiginosa explosión demográfica que ha elevado la población humana desde cinco<br />

hasta cinco mil millones de personas han tenido una escasa repercusión en las pautas biológicas que<br />

determinan nuestra vida emocional.<br />

Para bien o para mal, nuestras valoraciones y nuestras reacciones ante cualquier encuentro<br />

interpersonal no son el fruto exclusivo de un juicio exclusivamente racional o de nuestra historia personal,<br />

sino que también parecen arraigarse en nuestro remoto pasado ancestral. Y ello implica necesariamente la<br />

presencia de ciertas tendencias que, en algunas ocasiones como ocurrió, por ejemplo, en el lamentable<br />

incidente acaecido en el hogar de los Crabtree , pueden resultar ciertamente trágicas. Con demasiada<br />

frecuencia, en suma, nos vemos obligados a afrontar los retos que nos presenta el mundo postmoderno con<br />

recursos emocionales adaptados a las necesidades del pleistoceno. Éste, precisamente, es el tema<br />

fundamental sobre el que versa nuestro libro.<br />

Impulsos para la acción<br />

Un día de comienzos de primavera, yo me hallaba atravesando un puerto de montaña de una<br />

carretera de Colorado cuando, de pronto, mi vehículo se vio atrapado en una ventisca. La cegadora<br />

blancura del remolino de nieve era tal que, por más que entornara la mirada, no podía ver absolutamente<br />

nada. Disminuí entonces la velocidad mientras la ansiedad se apoderaba de mi cuerpo y podía escuchar<br />

con claridad los latidos de mi corazón.<br />

Pero la ansiedad terminó convirtiéndose en miedo y entonces detuve mi coche a un lado de la<br />

calzada dispuesto a esperar a que amainase la tormenta. Media hora más tarde dejó de nevar, la visibilidad<br />

volvió y pude proseguir mi viaje. Unos pocos centenares de metros más abajo, sin embargo, me vi obligado<br />

a detenerme de nuevo porque dos vehículos que habían colisionado bloqueaban la carretera mientras el<br />

equipo de una ambulancia auxiliaba a uno de los pasajeros. De haber seguido adelante en medio de la<br />

tormenta, es muy probable que yo también hubiera chocado con ellos.<br />

Tal vez aquel día el miedo me salvara la vida. Como un conejo paralizado de terror ante las huellas<br />

de un zorro o como un protomamifero ocultándose de la mirada de un dinosaurio me vi arrastrado por<br />

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