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CYRANO. — (A Roxana.) Comprendo que fui demasiado audaz.<br />
ROXANA (Un poco decepcionada.) ¿O sea que ya no lo queréis?<br />
CYRANO. — Sí… Lo quiero… ¡sin quererlo! Si vuestro pudor se<br />
conturba, no recordéis más ese beso.<br />
CRISTIÁN. — (A Cyrano, tirándole de la capa.) ¿Por qué?<br />
CYRANO. — ¡Cállate Cristián!<br />
ROXANA. — (Inclinándose hacia adelante.) ¿Qué decíais en voz baja?<br />
CYRANO. — Me reñía a mí mismo por haber ido demasiado lejos y me<br />
decía: « ¡Cállate, Cristián!»<br />
CRISTIÁN. — ¡Consígueme ese beso!<br />
CYRANO. — ¡No!<br />
CRISTIÁN. — ¡Más pronto o más tarde…!<br />
CYRANO. — Tienes razón. Al fin, llegará ese momento de embriaguez en<br />
el que vuestras bocas se lanzarán la una contra la otra<br />
ROXANA. — (Adelantándose en el balcón.) ¿Sois vos? Me hablabais<br />
de… de… un…<br />
CYRANO. — ¡De un beso! La palabra es dulce y no veo por qué vuestro<br />
labio no se atreve… ¡Si decirla quema, qué no será vivirla! No os asustéis.<br />
Hace un momento, habéis abandonado el juego y pasado, sin lágrimas, de la<br />
sonrisa al suspiro, del suspiro a las lágrimas. Deslizaos de igual manera un<br />
poco más: ¡de las lágrimas al beso no hay más que un estremecimiento!<br />
ROXANA. — ¡Callaos! ¡Subid a recoger esta flor sin igual!<br />
CYRANO. — (Empujando a Cristián hacia el balcón.) ¡Sube!<br />
ROXANA. — ¡Ese gusto del corazón!…<br />
CYRANO. — ¡Sube!<br />
ROXANA. — ¡Ese zumbido de abeja!…<br />
CYRANO. — ¡Sube!<br />
CRISTIÁN. — (Dudando.) Es que… ¡me parece que esto está mal!<br />
ROXANA. — ¡Este instante infinito!…<br />
CYRANO. — (Empujándole.) ¡Sube ya, animal!<br />
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