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La niñez que nunca volverá<br />
Amilcar Unsain<br />
En Alcaraz, allá por principios del 2000, no<br />
había mucho que hacer. Sin celulares ni consolas<br />
de videojuegos, los niños marchaban todos los<br />
días a la plaza para disputar un partidito de fútbol o<br />
una partida a las bolitas, o se juntaban <strong>en</strong> una casa<br />
a imaginar miles de situaciones con los juguetes de<br />
por medio, <strong>en</strong> donde la solidaridad y la creatividad<br />
eran valores básicos para compartir un mom<strong>en</strong>to<br />
de puro divertimi<strong>en</strong>to.<br />
Partidos que terminaban 10-0, con<br />
golazos que cualquier relator hubiese querido<br />
gritar; jugadores de bolitas con botellas de plástico<br />
ll<strong>en</strong>as de esos pedacitos de vidrio, que mostraban<br />
todos los triunfos que habían obt<strong>en</strong>ido; juergas y<br />
situaciones locas que sólo ocurrían <strong>en</strong> el mundo<br />
de los muñecos, vehículos y todo lo que podía ser<br />
utilizado como juguete. Estos mom<strong>en</strong>tos, y<br />
muchísimos más, constituían una infancia<br />
maravillosa.<br />
Hoy <strong>en</strong> día, las plazas del pequeño pueblo<br />
<strong>en</strong>trerriano están vacías. Las troyas (círculos sobre<br />
la tierra donde se colocaban las bolitas que se<br />
apostaban) desaparecieron con la crecida de los<br />
pastos, y los juguetes están <strong>en</strong> alguna caja sucia <strong>en</strong><br />
donde se amontona “todo lo que no sirve”.<br />
La infancia de ahora es virtual. Los niños, si<br />
se juntan, juegan con una consola (uno al lado del<br />
otro, pero <strong>en</strong> una pantalla). Para el cumpleaños no<br />
pid<strong>en</strong> más una pelota, el nuevo muñeco de<br />
Dragon Ball o un juego de mesa, sino un joystick,<br />
unos auriculares o un celular. La pregunta que<br />
surge al observar este panorama es: esa niñez, ¿es<br />
real?<br />
Por suerte todavía hay algún que otro<br />
atrevido que sigue pateando un balón con cascos<br />
celestes y blancos <strong>en</strong> la canchita, algunas<br />
amiguitas que sigu<strong>en</strong> y<strong>en</strong>do a hamacarse a la<br />
placita, y pequeñines que escrib<strong>en</strong> su cartita de<br />
Navidad y pid<strong>en</strong> un Woody o un Buzz Lightyear.<br />
Por suerte —no sé hasta cuándo— hay qui<strong>en</strong>es<br />
quier<strong>en</strong> vivir una niñez real. Esa niñez que, si la era<br />
tecnológica sigue avanzando a pasos agigantados,<br />
nunca volverá.