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Hay un osito Teddy de un
metro y medio despatarrado
en la cocina del hogar de Selena
Gomez, al norte de Hollywood.
“Ya sé, ya sé –dice
Gomez revoleando los ojos,
como reconociendo que el
animalito de peluche no hace
juego con el trío de sillones
en el bello rincón marmolado–. Fue un regalo,
y al principio pensé ‘Esto es tan ridículo, ni bien
pueda se lo encajo a otra persona’”.
Pero Gomez, de 25 años, no se lo encajó a nadie;
todavía. Durante los últimos años, cuando la
estrella pop nacida en Texas reveló la ansiedad y
la depresión que vinieron de la mano del lupus
–la enfermedad autoinmune que le diagnosticaron
en 2013–,empezó a aplicar el método Kondo
a su propia vida: borrar todo exceso superficial
para que solo queden las personas y las cosas
que, en sus palabras, “importan realmente”.
En ese tiempo, Gomez se separó de amigos
y parejas (su relación de diez meses con The
Weeknd acabó en noviembre). Incluso esta casa
de estilo campestre, sin las escaleras remolino ni
las vistas palaciegas de su anterior morada en Calabasas,
forma parte de la ecuación. Totalmente
oculta de la calle por una gruesa pared de setos,
está envuelta en la clase de silencio que va a tono
con Gomez, que proyecta calma y confianza pacífica.
“No necesito demasiadas cosas –dice en este
viernes nublado–. Me gusta estar aislada, y quería
un lugar en donde pudiera sentirme a solas”.
La soledad ha sido una constante para Gomez
desde su primera actuación a los siete años, en
un show de Barney y sus amigos, y se intensificó
en los cinco años que duró su participación
en Wizards of Waverly Place, la sitcom de Disney
que catalizó su ascenso a superestrella del teen
pop (Gomez vendió 3,4 millones de discos y obtuvo
2,8 miles de millones de escuchas on-demand,
según Nielsen Music).
Por estos días, sin embargo, ella cambió la soledad
por una suerte de liberación. Sin maquillaje
tras una sesión de pilates, esta mañana Gomez
brilla mientras intenta articular lo que siente:
“No encuentro otro modo de expresar mi ánimo
más que decir que me siento plena”.
Un sentimiento de confort similar puede oírse
en las cuatro nuevas canciones que lanzó en
2017. La dispersa Bad Liar, estilo Talking Heads,
que alcanzó el número 20 en el Billboard Hot
100 en julio, fue efusivamente recibida por la crítica;
y Wolves, su single con Marsh mello –el DJ
del momento– debe ser el track bailable más sutil
y emotivo de la actualidad. Incluso el video de
Fetish, inspirado en films de horror, que tuvo 119
millones de vistas en YouTube, refleja el completo
desinterés de Gomez sobre cómo es percibida
por la gente.
Solo he estado apenas 15 minutos con Gomez
cuando empieza a hablar sobre decisiones de
ella que la mayoría nunca tendrá que tomar –sus
internaciones en instituciones de rehabilitación
en 2014 y 2015, y el trasplante de riñón al que
debió someterse este verano, debido a complicaciones
derivadas del lupus (la intérprete aportó
más de 500.000 dólares para encontrar una
cura)–. No hay vueltas, no hay dudas ni búsqueda
de miradas cuando habla –solo una apertura
mental que hace fácil olvidar que Gomez apenas
cruza la veintena–.
Incluso el presidente del sello de Gomez,
John Janick, CEO del conglomerado Interscope
Geffen A&M, se maravilla de que “ha sido muy
equilibrada en su vida, no está absorbida por una
sola cosa”. La artista Petra Collins, una amiga de
Gomez que dirigió el video de Fetish y su performance
en los American Music Awards de noviembre,
dice que la importancia que Gomez “les
da a las cosas y a la gente es tan profunda que
asusta, en el buen sentido”.
El resto del día de Gomez será exhaustivamente
documentado por los diarios: cena en un
restaurante con Justin Bieber, con quien se ha
reencontrado recientemente, y una parada con
él en la conferencia anual de la Hillsong Church.
Horas después de mi visita a Gomez, Jennifer
Lawrence, ocupando el lugar de anfitriona en el
Jimmy Kimmel Live, le preguntará a Kim Kardashian
qué piensa de Gomez y Bieber “volviendo
a salir juntos”. “Me encanta”, responderá Kardashian.
(Cuando le pregunto a Gomez sobre Bieber,
simplemente dice “Yo quiero a la gente que
tuvo un impacto en mi vida”).
Es la clase de atención que hace que Gomez
escape de vez en cuando, “yendo a Alaska para
volver solo cuando hay trabajo”. Pero ella explica
que quiere “una vida digna de ser vivida”, elegir a
aquellos que mejor se ajustan a su estilo, sin importar
lo que opinen los de afuera. Incluso si eso
toma la forma de un gigante osito de peluche, al
que hasta su perro Charlie salta para jugarle.
¿Cómo elegiste a Charlie?
- Es realmente divertido, fue obra de mi exnovio
[The Weeknd]. Íbamos caminando por la
calle en Nueva York, cuando vio a un precioso
cachorrito en la esquina de un negocio. Tenía
la cabecita gacha, parecía realmente triste, y me
enamoré. Tengo ese tipo de situaciones en mi
vida. Encuentro a una persona, o a un perro, y
soy como: “Sííí, quiero eso”.
¿El lugar donde creciste tenía algún parecido
con esta casa de campo?
- No sé si “casa de campo” es la expresión
apropiada. En la casa de Texas había un montón
de paneles de madera y alfombras en todos lados,
excepto en la cocina. Puedo recordarlo todo,
incluso los olores. La extraño un montón. La
canción de Miranda Lambert –The House That
Built Me– describe lo que siento respecto a aquel
hogar. Mi mamá tenía 16 años cuando nací, así
que mi cuarto estaba al lado del de ella y de mis
abuelos. Era muy singular, dar la vuelta alrededor
de la casa no tomaba más de cinco segundos.
Cada vez que viajo a Texas paso por ahí, pero no
me animo a golpear la puerta.
Dijiste que no querías a la gente triste por
tu lucha contra el lupus y el trasplante de
riñón, que esas experiencias abrieron un
nuevo camino en tu vida. ¿Cuál fue la revelación
más sorprendente de todo esto?
- Me hizo reflexionar acerca de cuánto es mío
mi cuerpo. Desde los siete años siempre pensé
que se lo estaba dando a otros. Me sentí siempre
sola, aun cuando estaba muy rodeada de gente.
Pero cuando tomaba decisiones, ¿lo hacía para
mí? Después de la cirugía sentí una enorme
gratitud por mí misma. Creo que nunca me detuve
a pensar y decir “Estoy realmente agradecida
por lo que soy”.
¿No te molesta la cicatriz?
- No. Antes sí, pero ahora no. Fue duro al comienzo.
Recuerdo que me paraba desnuda frente
al espejo y pensaba en todas las cosas que solía
hacer y preguntaba “¿Por qué?”. Hubo alguien
en mi vida que solía señalarme todas las cosas
por las que me quejaba. Cuando miro mi cuerpo
ahora, veo vida. Puedo hacer un montón de
cosas con la cicatriz, desde aplicar cremas hasta
cirugía láser, pero estoy bien así. Y a propósito,
no tengo nada contra la cirugía plástica. Últimamente,
Cardi B ha sido mi inspiración. Se mata
con eso y está orgullosa de todo lo que hizo. Así
que, de mi parte, cero juicio. Podría hacerlo con
mis ojos, mi cara redonda, mis orejas, mis piernas,
mi cicatriz. No tengo abdominales perfectos,
pero siento que estoy muy bien constituida.
Suena como que vas a llevar tus arrugas
con dignidad algún día.
- Ah, sí, pero todavía tengo que cruzar ese
puente. Quizá diga “¿Sabés qué? Es tiempo de hacer
un retoque”. Pero quisiera estar segura de que
lo hago porque estoy bien conmigo misma.
Sin escuchar lo que dicen alrededor.
- Hay que tener cuidado con las opiniones
ajenas. La sociedad te enseña a honrar y respetar
a los otros, pero la lealtad y la honestidad significan
cosas distintas. Y yo creo que toda la vida
estuve actuando para satisfacer a los demás. Tengo
que aceptar mi lugar. Me llevó cinco años y
momentos en los que necesité aislarme para estar
a solas con mis conflictos. Ese tiempo fue para
mí muy doloroso, duro y muy solitario. Pero creo
que eso fue necesario para encontrarme adonde
estoy, satisfecha conmigo misma.
Leí que hiciste equinoterapia. ¿En qué
consiste?
- La primera vez que la hice fue en una clínica
de rehabilitación en Tennessee, y resultó muy
divertida. Recuerdo que me sentí como Winona
Ryder en Girl, Interrupted. Estaba toda vestida de
34 BILLBOARD | ENERO, 2018