Libro de texto Literatura- Etapa 2
Libro de texto Literatura- Etapa 2
Libro de texto Literatura- Etapa 2
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12 horas
Propósito formativo
Interpreta textos literarios del género narrativo identificando las posturas que
hay en la literatura frente a los problemas sociales, para reflexionar sobre la
influencia de los cambios sociales del siglo XX, y reconocer el impacto de la
ficción en la transformación o alteración de la realidad o en la creación de
mundos posibles.
Etapa 2
Género
narrativo
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Competencias generales:
2. Utiliza los lenguajes lógico, formal, matemático, icónico, verbal y no verbal,
de acuerdo a su etapa de vida, para comprender, interpretar y expresar ideas,
sentimientos, teorías y corrientes de pensamiento con un enfoque ecuménico.
Atributos:
• Reconoce al arte con una visión manifestada en múltiples expresiones.
• Expresa ideas y sentimientos con un compromiso ético-social utilizando
diversos lenguajes.
9. Mantiene una actitud de compromiso y respeto hacia la diversidad de prácticas
sociales y culturales que reafirman el principio de integración en el contexto
local, nacional e internacional con la finalidad de promover ambientes de
convivencia pacífica.
Atributos:
• Identifica la diversidad de creencias, valores e ideas sociales.
• Aprende y respeta los diferentes puntos de vista.
Competencias genéricas:
2. Es sensible al arte y participa en la apreciación e interpretación de sus
expresiones en distintos géneros.
Atributo:
2.2 Experimenta el arte como un hecho histórico compartido que permite la
comunicación entre individuos y culturas en el tiempo y el espacio, a la vez
que desarrolla un sentido de identidad.
10. Mantiene una actitud respetuosa hacia la interculturalidad y la diversidad de
creencias, valores, ideas y prácticas sociales.
Atributo:
10.2 Dialoga y aprende de personas con distintos puntos de vista y tradiciones
culturales mediante la ubicación de sus propias circunstancias en un contexto
más amplio.
Competencias disciplinares básicas de humanidades:
8. Identifica los supuestos de los argumentos con los que se le trata de
convencer y analiza la confiabilidad de las fuentes de una manera crítica y
justificada.
10. Asume una posición personal (crítica, respetuosa y digna) y objetiva, basada
en la razón (lógica y epistemológica), en la ética y en los valores frente a las
diversas manifestaciones del arte.
11. Analiza de manera reflexiva y crítica las manifestaciones artísticas a partir de
consideraciones históricas y filosóficas para reconocerlas como parte del
patrimonio cultural.
Elementos de competencia:
• Describe las características y elementos del género narrativo y de los
subgéneros: cuento, mitos, leyendas, fábula y novela para establecer diferencias
con otros géneros literarios.
• Reconoce la postura frente a los problemas sociales, el impacto de la ficción en
la transformación de la realidad y en la creación de mundos posibles, mediante
la lectura e interpretación de textos representativos.
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Lectura
1. Lee el siguiente texto.
Las encuestas nacionales de lectura lo hacen sobre libros
vendidos, pero sin duda las encuestas privadas y
sobre todo el informe “La lectura en la era móvil”, de
la Unesco, dan cuenta más cabal de que ocho de cada
diez jóvenes en México lee, sea cual sea el ámbito donde
se genere.
Ciudad de México, 17 de febrero (Sin Embargo).-
Según la última encuesta nacional acerca de las prácticas
de lectura, el 44.3% de los lectores en México lo
hace por entretenimiento. En esa estadística, los jóvenes
se destacan, aun cuando tengan que leer muchas
veces por un plan de cultura y educación que emana
de los colegios y universidades a los que asisten.
Veamos las cifras. De todos los que leen, un 57.3%
le va a los libros, un 55% a los periódicos (aunque este
número baja día a día), 44.9% a las redes sociales, 38% a las revistas (hay que calcular la edición digital y la impresa),
25.2% a los sitios web, 16.6% a las historietas y cómics y 13.4% a los blogs.
Si sumamos todos estos ítems, notamos que son muchos los jóvenes que determinan el mercado y que no hay
para ellos una distinción tajante entre el mundo digital y el mundo impreso.
El uso del smartphone o del teléfono inteligente
Una reciente encuesta llevada a cabo por Banamex e IBBY México/A Leer a muchachos de entre 12 y 29 años, revela
que el uso del teléfono inteligente ha cambiado la actitud y el modo que los jóvenes tenían con la lectura.
El estudio señala que un 61 por ciento de los jóvenes en México que vive en localidades urbanas acostumbra
leer noticias, artículos y blogs, mientras el 49 por ciento lee tips o consejos y un 46 por ciento consulta reseñas de
cine, música o literatura. Además, un por ciento del total lee tutoriales o “pequeños cursos”.
El 34 por ciento asegura que lee novelas, el 31 por ciento cómics o historietas, el 23 por ciento poesía y el 28
por ciento cuentos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en su informe “La
lectura en la era móvil” calcula que seis billones de personas tienen acceso a celulares activos y más de 90 por ciento
de la población está cubierta por una red móvil.
Tener acceso a un teléfono sabemos que nos da mayores opciones de elegir material de acuerdo a sus preferencias
y esta posibilidad nos ha hecho lectores más breves, tal vez es cierto un poco más efímeros, pero al mismo
tiempo con la capacidad de abarcar más espacios, más territorios y tener una conciencia más global, humana.
Entretener es la materia de los libros para jóvenes y en ese sentido, han cambiado mucho los formatos, pero
poco lo que buscamos en la literatura. En principio queremos ser entretenidos y aprender mediante libros cómo
nos tenemos que mover en la vida.
En ese sentido, “la literatura para adolescentes o jóvenes” pasa a ser una opción de mercado más que de la
realidad. Uno, cuando comienza a leer va leyendo por asociación (decía Eduardo Berti que él se hizo crítico musical
por avistar la contraportada de los discos, algo así) y por lo que se nos vaya apareciendo. En una charla alguien nos
recomienda un libro o no sabemos qué decir sobre un tema determinado y cuando llegamos a casa lo primero que
hacemos es buscar un texto que nos desasne o que nos
Glosario
¿Leen los jóvenes en México? La lectura digital hace milagros
Desasnar: educar a una persona para que pierda su
rudeza o tosquedad.
informe.
“Hemos perdido esa capacidad de asombro, que es
la misma que te hace disfrutar aún más la literatura. Hay
quienes piensan que hay lectura fácil para jóvenes, pero
el reto de escribir para jóvenes es que ellos se conviertan
en lectores. Estoy convencido de que los jóvenes
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deben leer lo que les de su ch… gana”, dijo el escritor
Benito Taibo en el reciente Festival Literario de Tepic.
Pero tal vez es el mercado el que no quiera ser
sorprendido. Es cierto que estamos muy lejos de Finlandia
que tiene 47 libros al año que son leídos (nosotros
3.8), pero ¿qué decir de los blogs, de lo digital, de
lo que está a la orden para ser disfrutado sin aumentar
las estadísticas?
Algo así dice también Benito Taibo: “Se está leyendo
mucho más que nunca y, en gran medida, se debe
a los booktubers y a los bloggers, estos chicos que con
total desparpajo se ponen frente a una cámara y dicen
“yo leí este libro y me gustó por ésto, tú decide lo que
quieres”.
El booktuber cumple una función a escalas que a
veces ni nos imaginamos. “Y está chidísimo, me parece maravilloso. Y que los jóvenes lean lo que se les antoje, que
nadie les diga qué deben leer”, aseguró el escritor en entrevista con el periódico La Jornada.
En Colombia está Luis Miguel Meza Diez haciendo El estante literario, y vean qué cinco libros eligió como los
que le cambiaron la vida: “Entre ellos están Harry Potter; Julio Verne con 2000 leguas de viaje submarino; Madame
Bovary, de Gustave Flaubert; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; Guerra y Paz, de León Tolstoi, y
Jorge Franco y Andrés Caicedo. Espero que lo disfruten”, en una verdadera muestra de que él, siendo muy joven,
lee lo que se le da su rematada gana.
“Estos booktubers representan para nosotros el máximo desafío. Los tenemos que interesar en el libro que
queremos promocionar y si no les importa mucho no nos lo aceptan”, dijo con honestidad Myriam Vidriales, la
gerente de Marketing de Planeta Editorial.
Uno de los escritores entrevistados en este suplemento, Antonio Malpica, caracterizado como “escritor juvenil”,
ha dicho en el reciente Festival de las Letras en Tepic, que “la literatura juvenil no existe como tal, excepto
cuando los jóvenes se apropian de esas letras que quieren hacer suyas. El secreto es escribir con toda la intensidad,
el joven se dará cuenta que lo haces desde el corazón y adoptará tu libro”.
¿Impresos o en digital?
Los números recientes de la Cámara Nacional de la Industria
Editorial Mexicana (Caniem) establecen que en
el 2016, los editores del sector privado registraron una
producción de 137 millones 638 mil 636, lo que representa
una contracción del 5.2% respecto al 2015.
En ambos casos se presentó una reducción en la
producción en relación con 2015, que acumulada representa
30 millones de ejemplares menos.
Vamos a la producción de títulos: un decremento
de 6.4%, observado tanto en novedades (5.3% menos),
como en reimpresiones y reediciones (6.7% menos),
pero todo esto tiene que ver más con el precio de los
libros, más que con la afición a la lectura de los jóvenes
mexicanos.
Desde 2012 se han dejado de comercializar 14 millones
de libros. En comparación con 2015, la reducción en la venta de ejemplares es de 6.3%. La baja es de venta
de ejemplares nacionales (6.6%), como de ediciones importadas (3.1%), la facturación neta generada en 2016 fue
de 10 millones de pesos y por tercer año consecutivo muestra una baja (2.5 % en esta ocasión).
¿Qué pasa con los libros digitales? Continúa con incrementos anuales, registrándose en 2016 un aumento
de 24% y desde 2012, la facturación de ediciones digitales se ha incrementado en más de 100 millones de pesos,
alcanzando un 1.2% de todas las ventas de libros.
Por un lado, están las ventas y lo que indican, esos aumentos o decrecimientos de libros; por otro, los jóvenes
que encuentran en sus medios digitales la gran oportunidad para leer y estar al tanto de lo que acontece en el
mundo.
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Lectura
Tal es así que las encuestas en este punto dirimen y quedan una muy lejos de la otra. El Módulo sobre Lectura
(Molec) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de 2016, en los que se destaca que el promedio
de libros leídos por la población mexicana de 18 años y más en el último año fue de 3.8 ejemplares, por debajo de
países como Chile (5.4), Argentina (4.6), Colombia (4.1) y Brasil (4.0), los aparatos celulares aparecen como un gran
refugio para fomentar la lectura, sobre todo en esos lugares donde la gente está lejos de los libros. En ese sentido,
8 de cada 10 jóvenes prefiere la lectura, sea donde sea que lea.
Leer un libro de acceso abierto equivale a gastarse dos o tres centavos de peso, mientras que el costo impreso
es de aproximadamente 2 dólares o más. La respuesta está en el aire. Convengamos que leer es un acto de libertad
que reta a nuestro más íntimo ser, lo lleva a límites extraordinarios y uno es lo que lee, más allá de lo que dicen “los
no lectores”.
En México se han creado grupos de lectores en Facebook y WhatsApp, en los que hay intercambio de diversos
materiales, que pueden verse a través de cualquier dispositivo móvil y comunica a los lectores de manera rápida y
dinámica.
También existen aplicaciones que permiten entrar al mundo de la literatura, como Goodreads, Spotify, Kindle,
Universal Book Reader, Google Play Books y la plataforma Digitalee, un servicio de préstamo para los lectores en
español, a través de la Dirección General de Bibliotecas.
Tiene a su disposición miles de títulos que se pueden leer desde cualquier dispositivo conectado a internet:
computadora, tablet, teléfono inteligente o lector de libros electrónicos, que sean compatibles con el DRM de
Adobe o cuenten con la aplicación de Adobe Digital Editions. También se puede acceder al servicio, a través de la
app Digitalee, disponible para IOS y Android.
“Infinidad de estudios han demostrado que cuando se trata de cuestiones de lectura, las personas que leen
a menudo se vuelven mejores lectores y leer mejor conduce al éxito en la escuela y otras áreas de la vida. Por el
contrario, las personas que no leen dejan de adquirir hábitos de lectoescritura, lo que puede llevar a problemas
para cultivar nuevas habilidades y a dificultades que trascienden la educación”, inicia el estudio “La lectura en la era
móvil”, de la Unesco.
Y de eso se trata.
Mónica Maristain, “¿Leen los jóvenes en México? La lectura digital hace milagros”,
Sin embargo, Cuidad de México, 17 de febrero de 2018, <https://bit.ly/36qAwU6>, consulta: septiembre de 2019.
Actividad de Aprendizaje
1. Después de leer el artículo, respondan en grupo y con la guía del profesor las siguientes
preguntas:
• ¿De qué manera leen y qué leen?
• ¿Lo hacen en libros tradicionales o impresos?
• ¿En qué soporte leen?
• Expliquen: ¿de qué forma les agrada más leer y por qué?
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Definición, características y
elementos del género narrativo
En la etapa anterior, viste que la literatura se clasifica en géneros y subgéneros de
acuerdo con sus características. En general, se consideran cuatro géneros:
lírico, narrativo, dramático y didáctico. En esta etapa abordaremos el segundo.
Para ello, es conveniente recuperar lo que aprendiste anteriormente y de ser
necesario, consultar el tema previo.
Actividad de Aprendizaje
1. En grupo y con la guía del docente, organicen la lluvia de ideas sobre
lo que saben del género narrativo que se indica en la actividad “Dimensión
1. Recuperación” que aparece en la página 53 de la Guía de
Aprendizaje de Literatura.
2. Después, de manera individual, realiza el punto 2 de la misma actividad
y lee tu comentario en voz alta.
La narrativa es el género literario que usa la prosa como forma de expresión.
A su vez, la prosa es la manera como nos comunicamos habitualmente en el
habla cotidiana. Se llama narrativa por tener un narrador, quien relata la historia
que el autor cuenta a partir de la interpretación que éste hace del mundo y la
sociedad que le ha tocado vivir.
Entre los subgéneros narrativos más difundidos a lo largo de la historia
de la literatura se encuentran la novela, el cuento, los mitos, las leyendas,
las obras de la literatura infantil y juvenil, las fábulas, las crónicas, los testimonios,
las biografías y autobiografías, y libros de superación personal que
tienen como eje una historia narrativa.
También están algunos textos antiguos como las epopeyas, que son relatos
de aventuras y guerra, los cuales tienen su origen en las historias heroicas
de dioses y héroes de las primeras civilizaciones de la humanidad.
Asimismo, hay narraciones más recientes que comenzaron a difundirse en
el siglo XX, como las minificciones, que son relatos breves que ocupan desde
una sola línea hasta una página; los guiones cinematográficos o televisivos, y
otros textos que tienen apoyo visual o combinan distintas artes, como los libros
álbumes infantiles y las historietas o cómics.
El género narrativo y, por tanto, los tipos textuales anteriores tienen estas
características:
El ingenioso hidalgo don Quijote
de la Mancha es una obra
narrativa y la primera novela
moderna. Imagen: Gustave Doré,
dibujo de Don Quijote, leyendo
novelas de caballería. Foto del
libro La historia de Don Quijote,
publicado en 1880, Reino Unido.
Tiempo: tiempo interno
de la obra y tiempo
externo, que es el
momento histórico en
que se desarrolla.
Trama: qué ocurre en
la historia, y la forma
como se narra.
Ambiente: espacio físico
y ambiente psicológico.
Género
narrativo
Personajes: principales,
secundarios, incidentales.
Narrador: extradiegético
o intradiegético.
Estructura:
planteamiento,
desarrollo, desenlace.
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La estructura narrativa
Las obras narrativas se sostienen, como un edificio, sobre una estructura dividida
en tres partes: planteamiento (se presenta el conflicto, suele situar la
historia en un lugar y un tiempo), desarrollo y desenlace (resolución) o final.
Planteamiento
Es el inicio del texto, en que se plantea el
problema o la situación, se presenta a los
personajes y se dice en dónde y cuándo ocurre
la historia. Se sitúa en un tiempo y lugar.
Estructura
narrativa
Desarrollo
Abarca la mayor parte de los acontecimientos
y cómo suceden. Integra el nudo, clímax o
desencuentro, que es el momento cumbre de
la obra y prepara al lector para el final.
Desenlace
o resolución
Es el fin de la historia. Narra qué pasa con
los personajes, después de la resolución del
conflicto.
Personajes
Glosario
Némesis: enemigo; el personaje
que es artífice de una
venganza en cuanto es la
justicia retributiva.
La palabra “personaje” significa “máscara” en latín, en alusión a las máscaras
que utilizaban los actores de la antigüedad grecolatina durante las representaciones
teatrales. Para que una obra literaria funcione, los personajes deben
ser creíbles, actuar de manera congruente conforme el papel que desarrollan
en la historia. Para ello, el autor del relato realiza un perfil de personajes antes
de escribirlo; en éste, dota a los personajes de una personalidad propia, carácter,
rasgos físicos y psicológicos, una historia de vida, motivaciones, vivencias,
pensamientos, ideología, costumbres, valores morales, etcétera, como si se
tratara de una persona viva.
Hay varios tipos de personajes:
Personajes
Principales: llevan el peso de la
acción y aparecen a lo largo de
la obra.
Secundarios: aunque son
importantes para que se lleven
a cabo las acciones de la trama,
no son decisivos.
Protagonistas: alrededor de
ellos se teje la trama.
Antagonistas: se oponen a los
protagonistas, pueden ser sus
enemigos o sus némesis.
Incidentales: son personajes
que aparecen de manera casual
o esporádica.
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Etapa 2. Género narrativo
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Ambiente narrativo
Se compone de los escenarios, los espacios y lugares donde se desarrolla la
trama, así como la época o periodo histórico a que hace referencia. El ambiente
puede ser:
• Físico: escenarios donde se desarrolla la historia; es el lugar geográfico, la
localidad, ciudad o espacio del planeta o del Universo en que transcurre.
• Psicológico: abarca las emociones que se transmiten al lector por medio
de las acciones de los personajes y las situaciones que se van presentando.
• Sociológico: son valores, ideologías, normas, modas y todo lo que tiene
que ver con la sociedad o grupo al que pertenecen o en el que se desenvuelven
los personajes.
Tiempo narrativo
El ambiente narrativo describe
los escenarios y el tiempo en
que transcurre la acción.
El tiempo literario es interno, el que ocupan las acciones que se narran; por
ejemplo, cuando en una biografía se cuentan hechos que duraron 60 u 80
años, aunque al lector tan sólo le lleve leerlos dos o tres horas; a este fenómeno
se le conoce como asincronía. Además está el tiempo histórico, que se
refiere a la época a que hace referencia la narración.
Por tratamiento, el tiempo en una obra literaria también puede ser:
Lineal o
cronológico
Cíclico
Invertido
Cuando se narran los acontecimientos en el orden en que
suceden.
Cuando la historia termina en el mismo punto en que inició.
Cuando la historia inicia en un punto indeterminado y se desarrolla
hasta llegar al comienzo.
También hay técnicas que inciden en el tiempo narrativo de la obra, pero
que sólo se aplican a una parte de ésta para dar un mayor dinamismo al relato:
Analepsis
Elipsis
Prolepsis
Ralentí
Es un viaje al pasado que brinda información sobre los
antecedentes del conflicto central. Es una escena retrospectiva.
Es un salto en el tiempo, que por lo general omite información
que se considera irrelevante. Sólo se cuenta aquello que, por
alguna razón subjetiva, pueda o quiera recordar.
La situación se adelanta, se lleva a los personajes al futuro para
después recuperar el curso normal de la historia.
Alarga el tiempo y detiene la acción con la finalidad de aumentar
el suspenso o el interés del lector.
El tiempo narrativo está
íntimamente relacionado con
el aspecto estético de la
narración. Imagen: Los relojes
blandos de Salvador Dalí. Detalle
del Museo de Dalí, en Figueras,
Cataluña, España.
Narrador
Existen varios tipos de narrador de acuerdo con la perspectiva desde la cual
cuentan los hechos. En la Etapa 1 se clasifican los narradores en extradiegéticos
e intradiegéticos. Los primeros son llamados también externos u omniscientes,
por ser aquellos que lo saben todo y son omnipresentes; los segundos
son narradores internos y sólo observan desde lejos, son testigos de los acontecimientos,
viven los acontecimientos como protagonistas o son personajes
muy cercanos a éstos.
Etapa 2. Género narrativo 47
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Paréntesis
Realidades alternas
Las acciones ficticias que se relatan en los textos narrativos
son reales en el mundo literario; es decir, son realidades alternas
que pertenecen a un universo paralelo al que vive el
lector. En cuentos, novelas y narrativas visuales como el cine
y las historietas, principalmente de ciencia ficción o con ciertos
elementos fantásticos, el autor crea una realidad alterna
a la que ingresan el lector y el espectador mientras disfrutan
la obra. Más aún, algunos teóricos consideran que esas realidades
alternas son posibles por las leyes de la física; es decir,
la imaginación del autor inventa una situación que es factible
considerando estas leyes (Francisco Morales Ardaya, Ficción, literatura y universos paralelos, p. 37).
Por ejemplo, una obra como La guerra de las galaxias sería realizable por los avances científicos en
materia de Astrofísica.
Actividad de Aprendizaje
1. Antes de leer el siguiente texto, investiga en qué consistió el reparto agrario en México después
de la Revolución Mexicana.
Para conocer un poco más acerca de la Reforma Agraria en México, consulta el texto “La reforma agraria mexicana: una visión de largo
plazo” de Arturo Warman, en la siguiente liga: http://www.fao.org/3/j0415t/j0415t09.htm
Nos han dado la tierra
Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de
árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los
perros.
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que
nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al
final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero si, hay
algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el
aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera
una esperanza.
Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.
Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo
así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los
ojos hacia donde está colgado el Sol y dice:
—Son como las cuatro de la tarde.
Foto: Juan Rulfo. Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y
yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro
más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: “Somos cuatro”. Hace rato, como a eso de las once,
éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más este nudo
que somos nosotros.
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Etapa 2. Género narrativo
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Faustino dice:
—Puede que llueva.
Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras
cabezas. Y pensamos: “Puede que sí”.
No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos
acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica
aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua
hasta que acaban con el resuello. Aquí, así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.
Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como
la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan
cayendo más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se
ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa.
El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola
contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída
por equivocación se la come la tierra y la desaparece en
su sed.
¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué
sirve, eh?
Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido
para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a
mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos
andado. Se me ocurre eso. De haber llovido quizá
se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde
que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el Llano,
lo que se llama llover.
No, el Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos
Foto: Juan Rulfo.
ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches
trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.
Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una
carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.
Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso
andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas.
Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y
paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos
hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos
junto con la carabina.
Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los
ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por
encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del Sol corren a esconderse en la sombrita de
una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del Sol,
eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la sembráramos.
Nos dijeron:
—Del pueblo para acá es de ustedes.
Nosotros preguntamos:
—¿El Llano?
—Sí, el Llano. Todo el Llano Grande.
Nosotros paramos la jeta para decir que el Llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba
junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras
y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama el Llano.
Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos
puso los papeles en la mano y nos dijo:
—No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.
—Es que el Llano, señor delegado...
—Son miles y miles de yuntas.
Etapa 2. Género narrativo 49
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—Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se
levantará el maíz como si lo estiraran.
—Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa
como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla
y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
—Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al
Gobierno que les da la tierra.
—Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es
contra el Llano... No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho... Espérenos usted
para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos...
Pero él no nos quiso oír.
Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo,
para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y
cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terrenal
endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.
Melitón dice:
—Ésta es la tierra que nos han dado.
Faustino dice:
—¿Qué?
Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo
hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué
dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento
para jugar a los remolinos”.
Melitón vuelve a decir:
—Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas.
—¿Cuáles yeguas? —le pregunta Esteban.
Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él.
Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como
una gallina.
Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo
del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto
como si bostezara. Yo le pregunto:
—Oye, Teban, ¿dónde pepenaste esa gallina?
—Es la mía –dice él.
—No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?
—No la merque, es la gallina de mi corral.
—Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?
—No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y
sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje.
Siempre que salgo lejos cargo con ella.
—Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.
Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire
caliente de su boca. Luego dice:
—Estamos llegando al derrumbadero.
Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos
Foto: Juan Rulfo.
hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero
adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas
y la zangolotea a cada rato, para no golpearle la cabeza contra las piedras.
Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de
mulas lo que bajará por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante
once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca
sobre nosotros y sabe a tierra.
Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes.
Eso también es lo que nos gusta.
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Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del
pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.
Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las
patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.
—¡Por aquí arriendo yo! —nos dice Esteban.
Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.
La tierra que nos han dado está allá arriba.
Juan Rulfo, “Nos han dado la tierra”, literatura.us, <https://bit.ly/2MKr45T>, consulta: septiembre de 2019.
2. Contesta las preguntas, con base en el texto anterior.
• ¿De qué trata el cuento? ¿Qué pasa?
• ¿Quiénes son los personajes y por qué están inconformes?
• ¿En qué época se escribió el cuento?
• ¿En dónde se desarrolla la historia?
• ¿En cuánto tiempo consideras que transcurre la historia que se narra?
• ¿Cuál es el desenlace del relato?
• ¿Cómo identificas el nudo de la historia?
Sociedad y literatura
El escritor está comprometido con su tiempo, decía el filósofo francés Jean
Paul Sartre. En la obra literaria, como se explicó en la Etapa 1, el autor interpreta
su época: los acontecimientos históricos, los valores, las normas morales
y sociales, la idea de justicia, la concepción del amor según su tiempo, las
identidades nacionales y de género, los conflictos sociales, políticos, económicos
y culturales… Y esta interpretación depende de la ideología, el punto de
vista y las perspectivas del autor, que emitirá su mensaje en congruencia con
su filosofía de vida, aun cuando escriba una narración histórica. De ahí que la
literatura se considere una fuente valiosa para el conocimiento de la historia
de los pueblos.
Más aún, cuando leemos una obra, reinterpretamos lo que escribió el autor
de acuerdo con nuestro propio contexto ideológico, político, social y cultural.
Por esto, al abordar cualquier texto literario, si desconocemos los datos de su
producción, es importante revisar previamente el contexto histórico y social
en que fue escrito con el objetivo de tener una mayor comprensión lectora.
En “Nos han dado la tierra”, Juan Rulfo hace una severa crítica a las autoridades
agrarias posrevolucionarias, al considerar a través de los personajes que
hay poco afán de hacer justicia a los campesinos que se levantaron en armas
en 1910 y que pedían la tierra para trabajar. Al final, como lo describe en el
texto, a algunos campesinos se les entregaron tierras estériles que no podían
trabajarse y las tierras productivas siguieron en manos de los antiguos o los
nuevos ricos. Se trata de un cuento corto publicado por primera vez en 1945,
en la revista Pan, cuando comenzaba la industrialización del país y el gobierno
empezaba a dejar de ver al campo como generador de desarrollo.
El siguiente es un análisis breve de “Nos han dado la tierra”. Puedes usar
este mismo formato para analizar las siguientes obras que leas. Después, te
será más fácil hacer tu propia interpretación de la obra a partir de estos datos.
Víctor Hugo escribió obras que
hablaban de la pobreza en Francia
y las condiciones que dieron
origen a la Revolución Francesa
y las revueltas que le siguieron.
Los miserables es una novela
redactada en el contexto de la
Comuna de París. Foto: Cartel de
la obra de teatro Los Miserables,
en el Teatro de la Reina, en
Londres, 2018.
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Título: “Nos han dado la tierra”
Autor: Juan Rulfo Género: narrativo Subgénero: cuento
Personajes Ambiente Tiempo Narrador
Protagonistas:
los campesinos
revolucionarios:
Melitón, Faustino,
Esteban y el narrador.
Antagonista:
Delegado del
gobierno.
Físico: campo
mexicano.
Psicológico:
desilusión y
frustración porque
no les dan lo que
esperaban; por lo que
lucharon.
Social: pobreza entre
la clase campesina.
Tiempo interno:
once horas, desde el
amanecer hasta las
cuatro de la tarde, en
que recorren la tierra
que les reparten y
llegan al pueblo.
Tiempo histórico:
posrevolución en
México.
Narrador
extradiegético,
protagonista. Es uno
de los personajes
principales.
Contexto
de producción
Reparto agrario
después de la
Revolución en
México. En 1945, el
gobierno comenzaba
a desinteresarse en
apoyar el campo.
Arrob@-Tic
En el siguiente enlace, podrás ver El escapulario, película mexicana de terror dirigida en 1968 por Servando
González. Contextualizada en la etapa de la Revolución Mexicana, recrea las leyendas tradicionales de México.
https://www.youtube.com/watch?v=dNXSCnW9rTU
Actividad de Aprendizaje
1. De manera individual, realiza los puntos 1 y 2 de la actividad “Dimensión
2. Comprensión” que aparece en la página 53 de la Guía de
Aprendizaje de Literatura para cada una de las lecturas que leas en
esta etapa.
2. Posteriormente, según se indica, realiza los puntos 3 y 4 de la misma
actividad y comenta en voz alta los esquemas de tus compañeros.
3. Para finalizar esta actividad, de manera individual, efectúa el punto 5 de
misma actividad “Dimensión 2. Comprensión” de la Guía de Aprendizaje
de Literatura.
Subgéneros narrativos
Los subgéneros narrativos son los tipos textuales en prosa que por sus características
se pueden integrar a la narrativa. En esta etapa, veremos los subgéneros
más representativos en la actualidad o que aún son vigentes por su función
social: cuento, mito, leyenda, fábula y novela.
El cuento
Los cuentos de hadas tienen
su origen en el folclor y
las tradiciones, por lo que
regularmente tienen personajes
de la mitología popular, como
hadas, ogros, dragones, duendes
y brujas, entre otros.
El cuento es una narración que presenta hechos fantásticos, reales o una mezcla
de éstos. Trata un solo suceso de manera generalmente breve y, a menudo,
intensa y cargada de significado.
Tiene su origen en la oralidad, como la gran mayoría de los géneros literarios.
Y al igual que los subgéneros narrativos, comparte con éstos la misma
estructura y características. Lo que cambia es el contexto en que se produce
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y, por lo tanto, la visión del autor, el tratamiento, la técnica de producción y,
actualmente, el soporte de lectura.
De esta forma no podemos abordar una narración de la misma manera
que otra, sobre todo si fueron escritas en épocas y lugares distintos. Para esto,
deberemos apoyarnos en diversas estrategias de lectura para una mejor comprensión,
como realizar una investigación histórica previa, leer la vida del autor,
conocer la corriente a la que pertenece la obra, ubicar el subgénero al que
pertenece, etcétera.
Actividad de Aprendizaje
1. Lee el siguiente cuento contemporáneo.
Vámonos
He dicho que no. Muchas. Innumerables veces.
La piel me arde. El corazón aún está desbocado, loco, ruidoso.
El aire me parece helado en comparación a mis poros. Y
las lágrimas ya no me conforman, no las siento, ni me hacen
pensar que estoy a nada de salir de esta situación.
Dije bien claro que no, que no quería, que prefería quedarme
en casa. Sé que ya es absurdo, tonto, quedarse en casa,
con tanta vida en la ciudad en cuanto la noche la envuelve, que
siempre hay sorpresas así, a la vuelta de la esquina, en cualquier
parpadeo.
Porque no estoy dormida, lo tengo claro, no estoy perturbada
de la mente. O sí lo estoy. Nadie puede estar en paz después
de todo, después de que se te catapultan las desgracias en
una sola volcadura, en una sola pulsión.
Ni cómo decir a mis padres que estoy aquí, sola, botada.
Ellos sueñan con su niña, yendo en paz al paraíso imposible de
los sueños, al menos de sus sueños.
No. He dicho que no.
Estoy caminando sin rumbo, tras unas luces que se ven demasiado
lejanas, lo suficiente para pensar, para calmar mi corazón.
Para devolverme la calma. Porque antes que todo tuve
calma, mucha calma.
Y no fue cosa de las amistades ni de los desconocidos. Siempre he tenido calma. La suficiente para
abrir con cuidado la ventana de mi habitación, para deslizarme por los muros, para caer de pie sin que
sea audible mi caída en la acera, para sacar del bolso un par de zapatos y darme una última pasada
al cabello y a los ojos para que tengan aspecto decente. Si de calma se trata, sí la tengo, claro que la
tengo, claro que soy de lo más tranquila del mundo. Nadie podría decir que me altero cuando subo al
coche de mis amigas y enciendo el primer cigarro. Cuando pasamos frente a los bares de la gran avenida,
riendo a grandes carcajadas, apenas visibles entre las palmeras de los camellones.
Nunca me ha temblado la mano cuando el primer sorbo de alcohol entra a mi garganta. Calma,
siempre mucha calma es la que conservo cuando voy al baño, aunque tenga urgencia, aunque no
pueda aplazar un segundo más lo inevitable. Siempre con calma cuando se me acercan a ofrecerme
un cigarro, una cerveza o que salga a bailar con un desconocido. Nada hace que me inquiete. Mucho
menos siento temor del destino.
Una no tiene forma de saber de esas cosas, de eso que llaman el azar, la fortuna, el destino, ni una
ni nadie, que no me vengan con cuentos de que las cosas ya están predestinadas, ni que fuéramos
renglones de una novela. Ni que fuéramos actores de película. No, eso no existe, en ninguna parte.
Sólo vivimos el momento. Yo vivo el momento sin sobresaltos de nada.
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Que si me dicen que me veo muy niña para estar en antros de gente adulta, que si ya ahora cualquier
mocosa es el alma de las fiestas. A mí ni me altera nadita. Ni me cambia la sonrisa ni doy explicaciones
de nada. Que sean de prejuicios me da igual.
Pero Ángel es distinto. No preguntó nada. No tuvo prejuicios de nada. Sólo llegó con una bebida
en la mano, directo a mi mano, sin decir qué quieres, cómo te llamas, te gusta esto o lo otro. Nada más
fue, directo al centro, como si estuviera tirando flechas al círculo pequeño del tablero.
Sólo dijo soy Ángel, vámonos.
Dije que no, juro que dije que no. Muchas veces.
Él no escuchó, sólo volvió a decir, vámonos.
Carajo, me empezó a bailar en la cabeza José Alfredo Jiménez, con su vámonos, “donde nadie nos
juzgue, donde nadie nos diga, que hacemos mal”. Me monté historias, lo acepto, pero era inevitable.
Juro que dije que no, quizá ya muy suave, quizá ni yo misma me escuché, pero lo dije cuando íbamos
camino a la salida, cuando el tipo estaba pagando con una tarjeta dorada la cuenta y me tenía sujeta
de una mano.
La cabeza me bailaba, me sentí aturdida, medio idiotizada, no por lo que estaba haciendo, sino
porque de la nada me empezó un malestar profundo del centro de las tripas hacia arriba.
No es lo mío subir a autos de extraños, no es lo mío vomitarlos. No es lo mío quedar medio dormida.
Todo dejó de ser normal. La carretera de noche dejó de ser amigable. Un hoyo negro en medio de
lo negro. Ni sonidos siquiera.
No sabía si estábamos camino a la línea fronteriza, aún del lado mexicano.
Lo peor era el silencio, la rigidez de sus brazos sobre el volante y mi cuerpo cada vez más desencajado
en el asiento.
Cuando abrí los ojos, no podía dejar de mirarlo. Dejaron de pesarme los párpados.
No podía evitar que su cara entrara en mi corazón con la fuerza de un electroshock, que su presencia
me tocara algo adentro que nadie había tocado.
Pero o yo no era yo o él era otro que no era en verdad, pues nada puede sucederse así nada más.
¿Y si el destino sí existe? Comenzó a rondarme ese pensamiento. Y más historias se me fueron
montando en segundos, en apenas unos minutos mientras Ángel, muy indiferente y seguro estacionaba
el auto en la cochera de un motel. Limpio, iluminado. Supongo que muy decente.
De verdad que le dije que no, aunque él ya estaba fuera del coche y se dirigía a abrir la puerta de
mi lado. Justo detrás de él una escalera llevaba a la parte más terrible.
No quería, le dije ya con lágrimas en los ojos que eso no, que no estaba bien, que me sentía mal,
que tenía que irme, que me esperaban y me deberían estar buscando ahora mismo. Sólo subíamos
peldaño tras peldaño y mi voz se perdía hacia arriba y hacia abajo, y mis lágrimas fueron dejando un
rastro oscuro en el suelo.
Y otra vez su forma de decir vámonos, como hipnótico atravesó mi corazón. Pero mis piernas se
mantenían rígidas, arrastrándose en el suelo.
Eso no fue impedimento. Hizo lo que buscaba desde el comienzo. Sin compasión.
Aún la noche estaba espesa. Adolorida. Lejos de mí, él atendía una llamada. Sólo me dijo muy autoritario
vámonos. Harto de mi silencio. Como pude me vestí.
Caí en la cuenta que debí recordar la segunda parte de la canción: “donde no haya justicia, ni leyes
ni nada”.
Aquí no había nada, sólo su autoridad. Sólo la ley de una pistola.
—Soy sicario, —me dijo como si fuera el apellido que me hacía falta para sentirlo como alguien
más familiar.
¿Qué quería con eso? ¿Que le diera las gracias por no matarme?
Yo sólo dije que no quería saberlo, pero por dentro me reconfortó la revelación, saber que podía
dirigir todo mi odio a él sin remordimiento, sin culpa, acrecentado a cada minuto.
Volvió a decir vámonos, y la garganta se me anudó. Volví a llorar, ahora sin gritos, sin ruido, como si
con ello pudiera lavarme por dentro. Él me dio la espalda, la pistola estaba libre. No podía creer que así
nada más, así de fácil estuviera en mis manos la pistola y su espalda desnuda. Mi mano nunca tembló,
sólo mi corazón estalló al compás del sonido.
No me arrepiento. Le dije muchas veces que no, juro que me cansé de decir que no.
Ya tirado en el suelo con odio, con infinito odio le volví a decir que no, que no, y con calma salí del
motel como si lo hubiera hecho infinidad de ocasiones antes, como si supiera el camino a casa. Sólo
pensaba en correr, lejos, muy lejos.
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¿Cómo puede llamarse Ángel un ser tan
perverso?
El lenguaje es perverso o el creador es
perverso. Alguien es responsable. Me siento
culpable, me siento responsable. Las luces
que ya veo cada vez más cercanas, son de
una estación de servicio de gasolina. Hay
una tienda de esas de veinticuatro horas, que
venden hasta su alma.
Debe estar cerca el amanecer pues la
gasolinera está vacía. No hay despachadores.
Hace frío y está un poco neblinoso.
Me duelen las piernas, siento escozor y
siento como si en cualquier momento algo me fuera a escurrir por todo el cuerpo. Me duelen los brazos
también. Ya se me nota una marca negra en la mano derecha, unos dedos bien definidos. Siento
que aún estoy sujeta.
Quiero un teléfono, busco que alguien me ayude. Golpeo los cristales de la oficina de la gasolinera.
Los cristales están polarizados con película que parece espejo y no alcanzo a ver nada hacia dentro.
Desisto.
Me dirijo hacia la tienda. Sólo hay un coche estacionado.
La dependienta está abrigada con una chamarra de borlas por dentro. Siento envidia, una profunda
envidia, pero también consuelo de que sea una mujer, me dan ganas de arrojarme a sus brazos para
llorar, para perder la calma que he ganado con estos minutos de camino.
—¿Dónde estoy? —Le pregunto con una voz que está a nada de rasgarse.
—A dos kilómetros de las casetas de aduana de El Paso.—Me contesta. Me indica que debo regresar
de donde venía. Tengo más ganas de llorar.
Del auto estacionado afuera bajan dos hombres con pinta de desvelo, ojeras enormes y apestan
a cigarro y cerveza hasta el pelo. Uno de ellos va al refrigerador por más bebidas y el otro se acerca al
mostrador. Paga de un fajo grueso de billetes.
Me mira con mucha atención, entre sus ojos rojos presiento que las cosas van a ir muy mal. No
tiene una voz delicada, ni convincente, ni celestial, cuando me pregunta:
—¿Dónde está Ángel?
Yo le digo que no, que le juro que no, que no sé nada.
—Dijo que vendría aquí contigo, Soraya —insiste.
Muchas, muchas veces le digo que no, le grito que no.
—Vámonos —me dice.
Javier Zúñiga, “Vámonos”, Una dosis de melancolía, La tinta del silencio, CDMX, 2018.
2. Contesta las preguntas, a partir del texto anterior.
• ¿Qué situación social se presenta en la trama?
• ¿En qué época y dónde se desarrolla la narración?
• ¿Cuál es el tiempo interno de la historia?
• ¿Por qué consideras que ella sale con Ángel, aunque dice que no?
• ¿Conoces o has leído de situaciones similares?
• ¿A qué tipo de ambiente corresponde el llanto de la protagonista?
• ¿Cuál dirías que es el contexto?
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Paréntesis
De acuerdo con el lingüista ruso Vladimir Propp (Morfología del
relato, 1928), las funciones narrativas de los personajes son 31
y dependen de la acción que realizan, pero se combinan entre
sí para crear nuevas historias. Su actuación corresponde al desarrollo
de la trama y tiene una consecuencia lógica. Por ejemplo,
en “Vámonos”, Soraya se siente aterrada al verse obligada a hacer
algo que no quiere, lejos de su familia.
Entre las funciones de los personajes más conocidas se encuentran
las del protagonista (Soraya); el agresor, oponente o antagonista
(Ángel); la víctima (Soraya); el aliado; el donante; el ayudante;
el ser amado (padres), y otros. A veces, un mismo personaje
puede desempeñar más de una función.
Aunque Propp hizo su propuesta para cuentos fantásticos tradicionales,
es aplicable a cualquier relato.
Mitos y leyendas
Las leyendas y los mitos relatan
sucesos relacionados con
la historia de los pueblos. Al
difundirlos, preservamos la
memoria colectiva.
Arrob@-Tic
Los mitos y las leyendas son textos de origen oral y fuentes
de memoria histórica y cultural de los pueblos. Siempre son
narraciones anónimas por ser creaciones colectivas, recreadas,
modificadas y reinventadas con el paso del tiempo. Una
característica particular es que el narrador es invariablemente
externo.
Muchas de estas historias están arraigadas en nuestro interior
individual y colectivo porque crecemos con ellas de la
misma manera en que adquirimos el gusto por los alimentos
tradicionales que nos preparan en casa y son parte de la herencia
cultural de quienes nos han antecedido. ¿Quién no conoce
la historia de La Llorona o qué son los nahuales y otros
seres que nos han acompañado por generaciones y han sido
clave en la cultura de nuestros pueblos y de nosotros mismos?
A través de estos personajes, cada sociedad manifiesta su forma
de ver la vida.
En México se han filmado distintas variantes de la leyenda de La Llorona a lo largo de nuestra historia cinematográfica.
En este enlace podrás ver la primera de todas éstas, rodada en 1933.
https://www.youtube.com/watch?v=vwtlaAVLJrM
Mito
Los mitos son relatos que tratan de explicar, mediante sucesos extraordinarios,
el origen y desarrollo de una civilización o aspectos de ésta. Son narraciones
que simbolizan aspectos culturales que a menudo se vuelven creencias religiosas
o divinas, como el “Génesis”, relato bíblico que habla del origen del
Universo y del ser humano.
El mito fue probablemente la primera narración creada en la historia de la
humanidad al tratar de responder la pregunta: ¿De dónde venimos?
Existen varios tipos de mitos, según aquello cuyo origen relatan:
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Tipo de mito Características Ejemplos
Teogónicos
Cosmogónicos
Etiológicos
Escatológicos
Morales
Antropogónicos
Se relacionan con el origen de
los dioses y las divinidades.
Tratan de explicar el origen del
mundo y el Universo.
Hablan del surgimiento de un
elemento de la naturaleza.
Refieren circunstancias
posteriores a la muerte.
Relatan la lucha entre fuerzas
opuestas, como el bien y el
mal, la oscuridad contra la
claridad.
Cuentan el origen del ser
humano.
El mito prehispánico del
nacimiento de Hutzilopochtli.
El mito griego del Caos, que era
el padre de la Noche. O el mito
náhuatl de Nanahuatzin, que se
arroja al fuego para convertirse
en la Luna.
El mito griego de Prometeo,
que trae el fuego a la Tierra.
El mito mexicano de los perros
a los que se les concede la
gracia de guiar a los muertos al
Inframundo.
La narración bíblica de la
expulsión de Lucifer del
Paraíso. O los relatos de
ángeles contra demonios.
El mito náhuatl de Quetzalcóatl,
que viaja al Mictlan para pedir a
Mictlantecutli y Mictlancíhuatl
los huesos que darán vida a
hombres y mujeres.
En la actualidad, los mitos han perdido vigencia por la difusión científica
que se ha hecho sobre el origen del ser humano y el Universo. Sin embargo,
entre comunidades indígenas y campesinas se siguen narrando como una manera
de recordar que somos parte de la naturaleza y del Universo, y así también
las conservamos y leemos en distintos ámbitos.
Leyenda
Las leyendas son relatos de hechos que ocurrieron o suceden en la realidad,
pero mezclados con elementos fantásticos. Los lugares, los personajes o las
cosas que se mencionan en estas narraciones son importantes para el pueblo
que crea estas historias, ya sea porque forman parte de su entorno o que
representen un elemento cultural relevante. También manifiestan sus preocupaciones.
En La Llorona, el personaje femenino representa el mestizaje y la
tragedia que significó la esclavitud indígena.
En sus inicios, las leyendas tuvieron una finalidad didáctica, debido a que
fueron escritas para ser leídas en el púlpito de las iglesias católicas para que
los fieles tomaran ejemplo de la vida de los santos, sus virtudes y sacrificios.
En otros casos, las leyendas fueron difundidas para mostrar a la gente la importancia
de tener un buen comportamiento, pues de lo contrario podrían
condenarse a penar eternamente o a recibir otro tipo de castigo.
Entre las primeras están, por ejemplo, Los milagros de Nuestra Señora, de
Gonzalo de Berceo. De las segundas han llegado hasta nuestros días los relatos
orales de La Mulata de Córdoba, La Llorona y otros que tuvieron gran eco en
la época virreinal. Con la invasión española, comunidades indígenas crearon
leyendas acerca de su propio entorno y realidad.
La realidad cambia en la leyenda y la transforma para convertirla en un
relato fantástico, como ocurre con las leyendas urbanas, que son recreaciones
de muchas leyendas antiguas o son nuevos relatos en los que sigue estando
presente el elemento didáctico; por ejemplo, las historias de fantasmas que
La leyenda de La Llorona
proviene al parecer de historias
prehispánicas relacionadas con
deidades como Coatlicue.
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deambulan en el metro de la Ciudad de México alertan a los usuarios de tener
cuidado en una ciudad violenta. En Nuevo León también se escuchan narraciones
de este tipo, como la de El crimen de la casa de Aramberri y la historia
de La Planchada, sobre el fantasma de una enfermera que supuestamente han
visto muchos enfermos en diversos hospitales de todo el país.
Para muchos, la necesidad de difundir estas historias en la actualidad se encuentra
no sólo en que son parte del patrimonio intangible de la humanidad,
sino en la metáfora de un mundo violento, sobre el que es necesario reflexionar.
El crimen de dos mujeres (madre
e hija) de la Casa de Aramberri,
ocurrido en 1933, dio paso a una
de las leyendas más conocidas de
Monterrey, la cual ha inspirado la
creación de libros, obras de teatro
y artículos diversos. Imagen:
Fachada de la Casa de Aramberri.
Paréntesis
Algunas leyendas urbanas provienen de la cultura musical, del
cine o del arte contemporáneo. La dinámica es la misma que con
las leyendas tradicionales. Alguien dice un rumor sobre un hecho
de gran impacto entre la población y otras personas comienzan
a inventar sucesos alrededor del hecho principal para dar verosimilitud
a lo que se dice. Éste es el caso de algunos cantantes, de
quienes se ha dicho que no han muerto, aunque la lógica indique
lo contrario. El primer actor de quien se afirmó que seguía vivo
después de fallecer a causa de una úlcera gástrica fue la primera
estrella que tuvo Hollywood, el italiano Rodolfo Valentino, en
1926. De ahí, se ha afirmado lo mismo para varios artistas en todo
el mundo y diferentes épocas. Otros casos fantásticos van desde
creer que cierto grupo de rock tuvo una transfusión sanguínea
completa para seguir dando conciertos en su vejez hasta que un
vocalista se injertó una lengua de vaca o un cantante había perdido
la nariz de tantas cirugías plásticas. Como ves, los elementos
fantásticos cambian.
Actividad de Aprendizaje
1. Lee la siguiente leyenda.
Leyenda del maíz (leyenda huasteca)
La historia que vas a leer habla del maíz. Y nos recuerda que es necesario el trabajo de los hombres
para cultivarlo.
Nos la contó en Chalma, Veracruz, un abuelo que tiene más de ochenta años andando entre milpas.
Dicen que antes, hace muchísimos años, los cazadores tenían que pedirle permiso a su jefe para
matar cualquier animal. También se dice que una vez, unos hombres fueron a cazar al campo y se encontraron
con unas aves que ellos nunca habían visto, ni los toltecas las habían visto, ni los chichimecas,
ni los zapotecas, ni los aztecas, ni los mayas. Eran unas aves completamente desconocidas. Antes
de intentar flecharlas, fueron a ver al jefe.
—Señor, —le dijeron— acabamos de ver unas aves muy raras, que no son de aquí. ¿Las matamos?
—No, déjenlas —dijo el jefe—. Yo quiero conocerlas.
Y se fue a conocer aquellas aves. Entonces dijo:
—Esas aves vienen del paraíso, de un lugar grande, y nos traen alguna semilla.
Las aves estaban paradas, quietas. Pero de repente empezaron a vomitar. Vomitaron el maicito, el
prieto y el amarillo. Luego los hombres cogieron aquella semilla y la sembraron con mucho cuidado,
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porque "un grano no se siembra cuatro veces". A la primera
tiene que crecer bonito.
Cuando las matas empezaron a florear y a dar
elotes, los hombres se pusieron muy contentos. Pero
después comenzaron a marchitarse, a secarse, y ellos
no sabían qué hacer. Entonces las abonaron y las cuidaron
para ver si volvían a espigar. Y nada. Total, que
se secaron las cañas y las matas cayeron al suelo, y los
hombres casi lloraban porque no sabían qué significaba
aquello.
Entonces agarraron una mazorca, la pelaron y vieron
los granos, igualitos a los que ellos habían sembrado.
Y desde entonces, los hombres tuvieron el maíz.
“La leyenda del maíz”, bibliotecadigital, <https://bit.
ly/2NctCsD>, consulta: septiembre de 2019.
Tal fue la importancia del maíz, que éste
aparece en los principales relatos de nuestra
cosmogonía antigua como el elemento del
cual hemos sido creados los seres humanos.
Imagen: Sacerdotisa lanza el maíz, Códice
Tudela, siglo XVI.
1. Contesta las preguntas.
• Señala al menos dos características de la leyenda presentes en el
texto anterior.
• ¿Cuál sería un elemento real del relato?
• ¿Qué elementos fantásticos encuentras?
• ¿Por qué el maíz ha sido importante para los mexicanos?
• ¿Cuál consideras tú que puede ser el verdadero origen del maíz?
• ¿Qué relevancia podría tener difundir historias como la anterior?
Arrob@-Tic
Puedes ver una serie animada de
cuentos indígenas tradicionales en
el siguiente enlace:
https://68voces.mx/chinanteco-la-nina-del-rio
Fábulas
La fábula es un texto didáctico, escrito en prosa o en verso. Por lo regular,
cierra con una moraleja o un consejo de carácter moral como lo indica su
nombre; sin embargo, algunas fábulas modernas la omiten, al igual que otros
relatos didácticos.
En general, las fábulas tienen la misma estructura y elementos de los textos
narrativos y, al igual que los mitos y las leyendas, están escritas en tercera
persona porque el narrador es externo. Sin embargo, mientras los mitos y las
leyendas no tienen un autor definido, las fábulas sí lo tienen. Los personajes
pueden ser humanos, así como animales y objetos inanimados que son personificados
para dar lecciones de moral, de acuerdo con los valores de la época
en que son escritas.
Estos relatos comenzaron a escribirse en los palacios de la antigua India
para los hijos de los reyes, que eran educados para gobernar, alrededor del
300 al 500 a.C. En la cultura grecorromana, Fedro afirmó que las fábulas eran
creación de los esclavos letrados, quienes así escribían por no poder decir directamente
lo que pensaban ante el temor de un castigo.
Muchas de las fábulas que nos han llegado al día de hoy han sido las
mismas, pero recreadas y adaptadas por escritores de distintas épocas. En
seguida, una línea del tiempo que muestra a los principales fabulistas en la
historia de la literatura.
Esopo es considerado el más
grande fabulista de todos los
tiempos. Imagen: Esopo, óleo
sobre lienzo, de Diego Velázquez,
Museo del Prado, Madrid, España,
1639-1640.
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Página del
Panchatantra,
manuscrito persa
del siglo XV,
Museo del Palacio
de Topkapi en
Estambul, Turquía.
Panchatantra
(de autores
desconocidos)
Representación de
la fábula de 1922.
Fedro: La zorra
y la cigüeña.
Tomás de Iriarte:
El burro flautista.
Félix María
Samaniego: Las
dos ranas.
Grecia Francia México
300-500 a.C. Siglos VII-VI a.C. 15 a.C-70 Siglo XVII Siglo XVIII Siglo XIX
India
Roma
España
Esopo: La zorra
y las uvas.
Jean de la
Fontaine: La
cigarra y la
hormiga.
José Rosas
Moreno: El hijo
desobediente.
José Joaquín
Fernández de
Lizardi: Esopo
y los animales.
Esopo y los
animales, grabado,
grabado de Jean
Baudoin, 1631.
En la actualidad, las fábulas con moraleja explícita están más dedicadas a
los niños. Pero hay autores como el guatemalteco Augusto Monterroso, que
presentan una moraleja implícita en el relato. La función social sigue siendo
enseñar los valores sociales a través de la literatura y contribuir a la formación
personal incluso en otras formas de presentación, ya que son el antecedente
de los dibujos animados, las historietas y los memes de las redes sociales.
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Etapa 2. Género narrativo
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Actividad de Aprendizaje
1. Lee las dos fábulas.
Fábula 1
Tenían dos Ranas
Sus pastos vecinos,
Una en un estanque,
Otra en el camino.
Cierto día a ésta
Aquélla la dijo:
“¡Es creíble, amiga,
De tu mucho juicio,
Que vivas contenta
Entre los peligros,
Donde te amenazan,
Al paso preciso,
Los pies y las ruedas
Riesgos infinitos!
Deja tal vivienda;
Muda de destino;
Sigue mi dictamen
Y vente conmigo.”
En tono de mofa,
Haciendo mil mimos,
Las dos ranas
Respondió a su amiga:
“¡Excelente aviso!
¡A mí novedades!
Vaya, ¡qué delirio!
Eso sí que fuera
Darme el diablo ruido.
¡Yo dejar la casa
Que fue domicilio
De padres, abuelos
Y todos los míos,
Sin que haya memoria
De haber sucedido
La menor desgracia
Desde luengos siglos!”
“Allá te compongas;
Mas ten entendido
Que tal vez sucede
Lo que no se ha visto”.
Llegó una carreta
A este tiempo mismo,
Y a la triste Rana
Tortilla la hizo.
Por hombres de seso
Muchos hay tenidos,
Que a nuevas razones
Cierran los oídos.
Recibir consejos
Es un desvarío;
La rancia costumbre
Suele ser su libro.
Félix María Samaniego en María de Pina (selección y notas), Fábulas, Porrúa,
col. Sepan cuantos…, núm. 16, México, 2003.
Fábula 2
La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un
siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó
muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras
eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas
comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
Augusto Monterroso, “Diez minicuentos y 5 fábulas para conocer a Monterroso”, Milenio.com, Cultura, Ciudad de
México, 6 de febrero de 2018, <https://bit.ly/2JmYLIy>, consulta: septiembre de 2019.
2. Contesta las preguntas, después de leer los textos anteriores.
• ¿Qué diferencias encuentras entre una fábula y otra?
• ¿Qué te comunica la primera?
• ¿Qué moraleja le escribirías a la segunda?
• ¿Consideras que las dos cumplen la misma función? ¿Por qué?
• ¿Crees que las dos pueden ayudar a reflexionar a quienes las lean hoy?
Etapa 2. Género narrativo 61
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La novela
Glosario
Confluir: juntarse, unirse,
coincidir en un mismo punto.
Verosímil: que aparenta ser
verdadero, que es creíble por
no ser falso.
La novela es una narración extensa en prosa, que desarrolla acciones ficticias
en todo o en parte. Puede contener una o varias historias, cuyo eje sea una
historia principal en la que al final todas confluyen. Los ambientes, los personajes,
las épocas, los lugares tienen que relacionarse de tal manera que al
lector le resulte una obra verosímil, a pesar de implicar realidades alternas.
Es el subgénero más leído en la actualidad y también el más complejo
porque en la novela “cabe todo”; es decir, puede reunir diferentes subgéneros
y aun géneros. Por ejemplo, en la novelística del escritor portugués José Saramago
caben historia (como área de estudio), religión, filosofía, poesía, crónica,
biografía… Y lo mismo podría decirse de otros autores posmodernos, como
Arturo Pérez-Reverte y Umberto Eco.
Siempre en evolución constante desde las primeras novelas (El lazarillo de
Tormes de autor anónimo y El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha),
este subgénero ha sabido adaptarse a las distintas circunstancias sociales, políticas
y culturales de sus autores, del Renacimiento al Vanguardismo.
Comparte las mismas características generales del resto de los subgéneros
narrativos; sin embargo, puede tener aspectos particulares, como dividirse en
secuencias (episodios, capítulos o partes), contener alguna narración dentro
de la narración que aparentemente no tiene relación con ésta y presentar historias
secundarias relacionadas con los personajes que no son los protagonistas.
Para identificar estos elementos de la novela, se te recomienda realizar
estas preguntas:
El escritor alemán J.W. Goethe
fue el creador de la novela
psicológica y moral Las penas del
joven Werther. Imagen: Goethe
en la campiña romana, Johann
Heinrich Wilhelm Tischbein, 1787.
Secuencias
Narración dentro
de la narración
Historias secundarias
¿De qué partes, momentos, episodios o capítulos consta
la novela?
¿Qué anécdotas se cuentan, aunque en apariencia no
tengan relación con la historia principal?
¿Qué les sucede a los personajes secundarios, mientras
se desarrolla la historia principal?
En la mayoría de las novelas contemporáneas, el lector juega un papel
activo porque los autores dejan finales abiertos y la interpretación que hace el
lector depende de su propia realidad, sus referencias culturales, su ideología,
sus gustos, sus conocimientos, sus prejuicios, sus valores y su lenguaje para
hacer suya la obra o identificarse con ella.
Tiene temáticas diversas, por ejemplo ciencia ficción, misterio, novela
negra, policiaca, gótica, romántica, etc., que le dan aun mayor complejidad.
Debido a esto, en seguida se presentan fragmentos de distintas novelas, el
subgénero narrativo más versátil, escritas en épocas distintas.
Actividad de Aprendizaje
Novela 1
Reseña:
Andrew “Ender” Wiggin es un niño del futuro. Superdotado intelectualmente, resulta seleccionado
para ingresar en la Escuela de Batalla, donde habrán de prepararlo para dirigir una próxima guerra
de la humanidad contra los insectores, habitantes de otro planeta.
1. Lee el siguiente fragmento de una novela de ciencia ficción, escrita a finales del siglo XX.
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Etapa 2. Género narrativo
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El juego de Ender
Había escuela. Todos los días, horas de clases.
Lectura. Números. Historia. Videos de
batallas sangrientas en el espacio, los marinos
rociando con sus tripas las paredes de
las naves de los insectores. Holografías de
guerras limpias de la flota, naves convirtiéndose
en orlas de luz cuando las astronaves se
liquidaban diestramente en la noche profunda.
Muchas cosas que aprender. Ender trabajó
con tanto ahínco como cualquiera; todos
ellos luchaban por primera vez en su vida,
pues por primera vez en su vida competían
compañeros de clase que eran mínimo tan
brillantes como ellos.
Por los juegos… vivían para eso. Era lo que llenaba las horas comprendidas entre la vigilia y el sueño.
Dap les llevó a la sala de juegos el segundo día. Estaba encima, arriba de la cubierta donde los chicos
vivían y trabajaban. Subieron escalerillas hasta donde la gravedad se debilitaba, y allí, en la caverna,
vieron las luces deslumbrantes de los juegos.
Algunos juegos eran conocidos para ellos; algunos, incluso los habían jugado en sus casas. Fáciles
y difíciles. Ender pasó los juegos bidimensionales de video y comenzó a estudiar los juegos que
jugaban los chicos mayores, los juegos holográficos con objetos suspendidos en el aire. Era el único
recluta en esa parte de la sala, y de vez en cuando un chico mayor
le apartaba de su camino a empujones. “¿Qué haces aquí? ¡Piérdete!
¡Levanta el vuelo!” y, naturalmente, levantaba el vuelo; en la
atenuada gravedad de ese lugar, dejaba de hacer pie en el suelo y
planeaba hasta que chocaba con algo o con alguien.
Una y otra vez, sin embargo, salía del atolladero y volvía, quizás
a un sitio diferente, para ver el juego desde un ángulo distinto.
Era demasiado pequeño para ver los controles, para descubrir
Glosario
Holografías: Imágenes
fotográficas con efectos
tridimensionales.
cómo se jugaba. Eso no importaba. Repetía con su cuerpo los movimientos del juego. Cómo excavaba
el jugador túneles en la oscuridad, túneles de luz que las naves enemigas escudriñarían y después seguirían
sin piedad hasta atrapar la nave del jugador. El jugador podía tender trampas: minas, bombas
a la deriva, tirabuzones en el aire que forzaban a las naves enemigas a repetirlos interminablemente.
Algunos jugadores eran más listos. Otros perdían rápidamente.
A Ender le gustaba más cuando jugaban dos chicos, uno contra el otro. Entonces, cada uno tenía que
utilizar los túneles del otro, y rápidamente se ponía de manifiesto cuál de los dos valía algo como estratega.
Al cabo de una hora más o menos, empezó a hastiarle. Ender ya conocía los movimientos de
rutina. Conocía las reglas que seguía el ordenador y sabía por lo tanto que, una vez que dominara los
controles, estaría en disposición de anticiparse a las maniobras del enemigo. Hacer espirales cuando
el enemigo estaba aquí; bucles cuando el enemigo estaba allá; quedarse a la espera en una trampa;
tender siete trampas y luego hacer que cayeran en ellas. No era en absoluto estimulante. Era sólo
cuestión de jugar hasta que la computadora fuera tan rápida que los reflejos humanos no pudiesen
competir con él. No era nada divertido. Quería jugar contra los otros chicos. Los chicos que estaban
tan entrenados por la computadora que incluso cuando jugaban uno contra otro intentaban emularle.
Pensar como una máquina en vez de como un chico. Podría vencerles de esta forma, podría vencerles
de esa forma.
—Te echo una partida —dijo al chico que acababa de vencer.
—¿Pero qué es esto? —dijo el chico—. ¿Es un insecto o un insector?
—Acaba de embarcar un rebaño de enanitos —dijo otro chico.
—Pero hablan. ¿Sabías que podían hablar?
—Ya veo —dijo Ender—. Tienes miedo de jugar contra mí al mejor de tres juegos.
—Ganarte —dijo el chico— sería más fácil que mear en la ducha.
—Y ni la mitad de divertido —dijo otro.
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—Soy Ender Wiggin.
—Escucha bien, carachicle. Eres nadie. ¿Entendido?
Eres nadie. ¿Entendido? No eres alguien hasta que mates.
¿Entendido?
La forma de hablar de los chicos mayores tenía su
ritmo propio. Ender lo imitó con rapidez.
—Si soy nadie, dime por qué te asusta jugarme al mejor
de tres.
Ahora los otros chicos estaban impacientes.
—Termina con el mequetrefe ya y acabemos.
Ender ocupó su sitio en los desconocidos controles.
Sus manos eran pequeñas, pero los controles eran bastante
sencillos. Sólo necesitó unas pocas prácticas para descubrir qué botones disparaban determinadas
armas. El control del movimiento era una bola normal. Sus reflejos eran lentos al principio. El otro
chico, del que todavía no sabía el nombre, tomó la delantera rápidamente. Pero Ender aprendió mucho
y cuando el juego llegaba a su fin lo estaba haciendo mucho mejor.
—¿Satisfecho, recluta?
—Al mejor de tres.
—No se permite jugar al mejor de tres.
—Me has ganado la primera vez que me pongo a jugar —dijo Ender—. Si no puedes ganarme dos
veces, es como si no me hubieras ganado.
Jugaron otra vez, y esta vez Ender fue lo suficientemente diestro como para sacar adelante unas
cuantas maniobras que estaba claro que el otro chico no había visto nunca. Sus pautas repetitivas no
pudieron hacer nada. Ender no ganó con facilidad, pero ganó.
Entonces, los chicos mayores dejaron de reír y hacer chistes. El tercer juego se desarrolló en el
más completo silencio. Ender lo ganó con rapidez y brillantez.
Cuando el juego acabó, uno de los chicos mayores dijo:
—Hora de que cambien esta máquina. Si sigue aquí, cualquier cerebro de mosquito puede ganar.
Ni una sola palabra de felicitación. El silencio más completo cuando Ender se marchó.
No se fue lejos. Se paró a una distancia prudencial y observó que los siguientes jugadores intentaban
poner en práctica lo que les había enseñado. “¿Cerebro de mosquito? —Ender se rió para sus
adentros— No me olvidarán.”
Se sentía bien. Había ganado algo, y contra chicos mayores. Probablemente no al mejor, pero ya
nunca más tendría la sensación sobrecogedora de que no daba la talla, de que la Escuela de Batalla era
demasiado para él. Lo único que tenía que hacer era observar el juego y entender cómo funcionaba
todo, y luego podría usar el sistema, e incluso sobresalir.
Esperar y observar era lo que más le costaba. Porque mientras tanto tenía que aguantar. El chico al
que rompió el brazo buscaba la venganza. Su nombre, que Ender aprendió rápidamente, era Bernard.
Pronunciaba su propio nombre con acento francés, pues los franceses, con su arrogante separatismo,
insistían en que la enseñanza del Normalizado no empezara hasta la edad de cuatro años, cuando las
pautas de la lengua francesa ya se habían establecido. Su acento le hacía exótico e interesante; su brazo
roto le convertía en un mártir; su sadismo le convertía en un foco natural para todos aquellos a los
que les gustaba ver sufrir a los demás.
Ender se convirtió en su enemigo.
Orson Scott Card, El juego de Ender (traducción de José María Rodelgo y Antonio Sánchez),
Punto de Lectura, Barcelona, 2003.
2. Contesta las preguntas después de leer el fragmento de El juego de Ender.
• ¿Quién es el protagonista?
• ¿En dónde se encuentra?
• ¿Qué sucede en la historia?
• ¿En qué época tiene lugar la trama?
• ¿Qué tipo de narrador usa el autor?
• ¿Cuál sería la realidad alterna en El juego de Ender?
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Etapa 2. Género narrativo
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Novela 2
Reseña:
En la Roma de Nerón, un anciano ordena una serie de testimonios antiguos acerca de los orígenes
de la humanidad. Uno de éstos se relaciona con la Grieta, un lugar cerca del mar donde habita una
comunidad femenina capaz de concebir sin necesidad de los hombres, porque no los hay, hasta
que una de ellas da a luz al primer varón.
1. Lee el siguiente fragmento de una novela de la escritora inglesa, Premio Nobel de Literatura
2007, Doris Lessing. Es una historia de ciencia ficción realizada a principios del siglo XXI.
La grieta
En un artículo científico reciente se comentaba que el ancestro humano originario
primordial era probablemente una mujer, y que los varones habían aparecido
después, como una especie de ocurrencia cósmica posterior. Me niego a creer
que se tratara de un advenimiento apacible. La idea me vino como anillo al
dedo, ya que me había estado preguntado si los hombres no constituían un espécimen
más reciente en el desarrollo de la humanidad, una variación segunda.
Carecen de la solidez de las mujeres, quienes parecen estar dotadas de una
armonía natural con el devenir del mundo. Creo que la mayoría de la gente
concidiría en este parecer, incluso aunque resulte difícil acordar una definición.
Los hombres, en comparación con las mujeres, son inestables e imprevisibles.
¿Intenta decirnos algo la naturaleza?
El hecho de reflexionar sobre este asunto desecadenó la especulación, y después
sobrevino el revoloteo de la imaginación que puede dar lugar al nacimiento
de historias. Aquí se presenta una fábula sobre lo que pudo haber sucedido cuando
las grietas dieron a luz al primer varón.
El hombre hace, la mujer es.
Robert Graves
Venus de Dusseldorf,
escultura del
Paleolítico realizada
aproximadamente 25 mil
años antes de Cristo.
✺ ✺ ✺
Hoy he visto…
Al acabar el verano, cuando los carros llegan de la hacienda cargados de vino, aceitunas, frutas, se respira
un ambiente festivo en la casa y yo me sumo a él. Desde mis ventanas observo atento, como los esclavos
de la casa, la llegada de los bueyes al doblar el camino, y aguzo el oído para escuchar el chirrido
del carro. Hoy los bueyes tenían los ojos desorbitados y estaban inquietos por la ruidosa congestión de
la calzada del oeste. Su blancura se había teñido de bermejo, casi como la túnica del esclavo Marco, y
su pelaje estaba cubierto de polvo. Las muchachas, expectantes, salieron corriendo hacia el carro, no
sólo por los deliciosos productos que debían colocar de inmediato en la despensa, sino por Marco,
que en el último año se ha convertido en un bello joven. Su garganta acumulaba demasiado polvo para
permitirle devolver los saludos, y se precipitó al caño de la fuente, agarró el cántaro que había allí y
bebió, y bebió, se volcó agua sobre la cabeza, de la que surgió, tras esta libación, un montón de rizos
negros, y soltó la vasija descuidadamente sobre las baldosas, donde se hizo añicos. En ese momento,
Leola, una muchacha de carácter explosivo, cuya madre compró mi padre durante un viaje a Sicilia,
se avalanzó sobre Marco lanzándole reproches y acusaciones. Él le replicó a su vez, defendiéndose a
gritos. Los demás sirvientes estaban descargando ya las tinajas de vino y aceite y el fruto de la vendimia,
negro y dorado, lo que componía una escena concurrida y bulliciosa. Los bueyes comenzaron a mugir
y entonces Leola, con aire de ostentosa impaciencia, tomó otro cántaro, lo sumergió en el agua y
corrió hacia los bueyes para llenar los pilones del abrevadero, que
estaban casi vacíos. Era responsabilidad de Marco asegurarse de
Glosario
que los bueyes tuvieran agua tan pronto como llegaran. Agacharon
sus enormes cabezas y bebieron, mientras Leola se volvía de
Bermejo: de color rojizo.
nuevo contra Marco, regañándolo con aspecto enojado. Marco
era hijo de un sirviente de la casa de la hacienda, y Leola y él se
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conocían de toda la vida. A veces había trabajado aquí, en nuestra casa de la
ciudad, y a veces ella había ido a pasar el verano a la casa de la hacienda.
Leola era conocida por su genio, y si Marco no hubiera estado sofocado
y sediento después del largo y pesado viaje, probablemente se habría reído
de ella y habría calmado su arrebato de impaciencia. Pero ya no eran
niños: bastaba con verlos juntos para percatarse de que el enfado de ella
y la hosquedad de él no eran tan sólo el resultado de una tarde calurosa.
Marco se acercó a los bueyes, evitando el derrote de los enormes
cuernos, y empezó a calmarlos. Los desunció y los condujo a la sombra de la
gran higuera, donde colgó las cinchas de una rama. Por alguna razón, la ternura de
Marco para con los bueyes irritó todavía más a Leola. Se quedó quieta, mirando, mientras las
otras muchachas pasaban delante de ella trajinando los productos del carro, y sus mejillas estaban de
color escarlata y sus ojos acusaban y reprobaban al muchacho. Marco no le hizo caso alguno. Caminó
frente a ella como si no estuviera allí, hasta la terraza, donde sacó una túnica de su fardo y, después de
quitarse la que llevaba puesta, polvorienta, se roció con agua otra vez y, sin secarse —el calor lo haría
en un momento— se puso la ropa limpia.
Leola parecía ahora más tranquila. Apoyaba la mano en la pared de la terraza, y parecía arrepentida,
o a punto de estarlo. De nuevo Marco hizo caso omiso de ella, pero se quedó al fondo de la terraza,
mirando fijamente a los bueyes, sus bultos. “Marco…”, dijo Leola con su tono de voz habitual, y él se
encogió de hombros, despreciándola. En ese momento la última de las tinajas y la fruta ya estaban
dentro de la casa. Estaban los dos solos en la terraza. “Marco”, repitió Leola, esta vez melosa. Él volvió
la cabeza para mirarla, y a mí no me habría gustado ser el destinatario de esa mirada: desdeñosa, enojada;
muy distinta de la complacencia que ella esperaba. Se dirigió a la verja para cerrarla, y se alejó.
Las dependencias de los esclavos estaban al final del jardín. Tomó su fardo y echó a andar, decidido,
hacia donde iba a pasar la noche. “Marco”, suplicó ella. Parecía a punto de romper a llorar. El joven se
disponía a entrar en las dependencias masculinas; ella llegó hasta él cuando desaparecía tras la puerta.
No tuve necesidad de observar más. Sabía que Leola encontraría un pretexto para quedarse a
esperarlo en el patio; tal vez acariciando y mimando a los bueyes, dándoles higos o simulando la atención
que tanto requerían. Estaría aguardándolo.
Yo sabía que él pretendía salir con los demás muchachos en busca de diversión nocturna; no visitaba
a menudo una casa en plena Roma. Pero también sabía que ambos pasarían juntos la noche, sin
que importara lo que él prefiriese.
Esta breve escena, a mis ojos, compendia una verdad sobre las relaciones entre hombres y mujeres.
Con frecuencia, al percibir algo como una revelación mientras observaba la vida de la casa, me
sentía impelido a dirigirme a la habitación donde guardaba ese inmenso volumen de información
sobre el que supuestamente estaba trabajando. Hacía años que la poseía. Otros antes de mí habían
declarado su intención de interpretarla.
¿De qué se trataba? Era un montón de material acumulado durante siglos, en su origen una historia
oral, una parte de la cual se transcribió tiempo después, con el propósito de ocuparse del más
temprano de nuestros testimonios, las gentes de nuestra tierra.
Era un material arduo y renuente que había derrotado a más de un ilusionado historiador, y no sólo
por su dificultad, sino por su misma naturaleza. Cualquiera que trabaje sobre él debe saber que si algún
día llegara a dotarlo de una forma que pudiera recibir un nombre, y presentarlo como un producto de
la erudición, el resultado sería atacado, desafiado y tal vez calificado de espurio.
No soy una persona que disfrute con las disputas entre intelectuales. El tipo de hombre que yo sea
no tiene la menor importancia en este debate; se ha discutido ya sobre si debía permitirse la existencia de
esta fábula más allá de las polvorientas estanterías donde siempre
Glosario
Derrote: cornada del toro
en un movimiento brusco.
Desuncir: quitar el yugo a
los animales.
Espurio: falso.
se ha conservado. La Grieta —no fui yo quien escogió el título— se
consideró tan subversiva que en varias ocasiones quedó arrumbada
junto con otros documentos “estrictamente confidenciales”.
Tal como he dicho, la historia que estoy relatando se basa en
documentos muy antiguos, que a su vez se remontan a testimonios
orales aún anteriores. Algunos de los acontecimientos que
se refieren son desabridos y pueden llegar a disgustar a ciertas
personas.
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Puse a prueba una selección de fragmentos de la crónica con mi hermana Marcela, y ésta se escandalizó.
No podía creer que mujeres decentes hubiesen sido crueles con los preciosos bebés varones.
Mi hermana siempre está dispuesta a atribuirse los más delicados de los atributos femeninos; un
rasgo nada insólito, creo yo. Pero tal y como le recordé, quien la haya visto gritando con fervor cuando
la sangre manaba en la palestra no resultará nada fácil de convencer acerca de la escrupulosidad femenina.
Aquellos que quieran evitar que su sensibilidad se vea herida, deberían empezar la historia en
la página 40.
Lo que sigue no es el primer fragmento que poseemos de la historia, pero resulta informativo y por
eso lo coloco en primer lugar.
“Sí, ya lo sé”, repites sin cesar, pero no comprendes que lo que ahora digo no puede ser cierto
porque te estoy contando cómo entiendo todo aquello en estos momentos, mientras que entonces
era muy diferente. Incluso las palabras que empleo son nuevas, no sé de dónde provienen, a veces
parece que la mayoría de las palabras que salen de nuestras bocas forman parte de esta nueva manera
de hablar. Digo yo, y otra vez yo, yo hago esto y yo pienso lo otro, pero entonces no habríamos dicho
yo: se trataba del nosotros. Nosotras pensábamos en nosotras.
Digo pienso, pero ¿pensábamos entonces? Tal vez surgiera un nuevo modo de pensamiento, y
de todo lo demás, cuando empezaron a nacer los monstruos. Lo siento, has dicho que querías oír la
verdad y así es como los veíamos a todos ustedes al principio. Monstruos. Deformes, raros, lisiados.
¿Cuándo tuvo lugar aquel momento? No lo sé. Aquel momento fue hace mucho tiempo, es lo
único que sé.
Las cuevas son antiguas. Ustedes las han visto. Son cuevas antiguas. Están en lo alto de las rocas,
más allá del alcance de cualquier ola, incluso de las grandes, incluso de las mayores. Ante el mar tormentoso
puedes permanecer en los acantilados y mirar hacia abajo y pensar que el agua lo es todo,
está en todas partes, pero entonces la tormenta amaina y el mar se acomoda. No tememos al mar.
Somos gente de mar. El mar nos creó. Nuestras cuevas son cálidas y secas, con suelos de arena, y ante
cada una arden los fuegos y se secan las algas y la madera de los acantilados, y estos fuegos no se han
extinguido nunca desde que los prendimos. Hubo un tiempo en que no teníamos fuego. Consta en
nuestros archivos. Conocemos nuestra historia. Se la cuentan a los jóvenes escogidos y ellos tienen
que recordarla y transmitirla cuando son ancianos a los nuevos jóvenes. Deben estar seguros de que
recuerdan cada palabra tal y como la escucharon.
Lo que ahora estoy explicando no es parte de ese
tipo de testimonio. Cuando se cuenta la historia a los
jóvenes —tienen un nombre, se los denomina “los guardianes
de la memoria” —primero se expone entre nosotros,
y uno dirá “No, no fue así”, y otro “Sí, así fue”, y
en el momento en que todo el mundo está de acuerdo
podemos estar seguros de que la historia no contiene
ninguna falsedad.
¿Quieres saber de mí? De acuerdo. Mi nombre es
Maira. Siempre hay alguien que se llama Maira. Nací en
el seno de la familia de las Guardianas de la Grieta, como
mi madre y la madre de mi madre; estas palabras son nuevas. Si todo el mundo da a luz en cuanto
cumple la edad suficiente, sólo hay madres, y por eso no existe la necesidad de decir “madre”. La familia
de las Guardianas de la Grieta es la más importante. Debemos custodiar la Grieta. Cuando la Luna está
en su punto más alto y resplandeciente, escalamos la Grieta hasta donde crecen las flores rojas, las
recogemos, de modo que hay mucho rojo, y dejamos que el agua mane desde el manantial hasta allí, y
el agua arrastra las flores por la Grieta, desde la cima hasta la base, y la sangre fluye en todas nosotras.
Es decir, en todas aquellas que no van a dar a luz. De acuerdo, según ustedes lo ven, los rayos de la
Luna hacen que la sangre fluya, no el rojo deslizándose por la Grieta. Pero nosotras sabemos que si no
tomamos las flores rojas, que son pequeñas y suaves como las burbujas de las algas, y sangran rojo si
las estrujas, si no lo hacemos, no recibiremos nuestro flujo.
La Grieta es esa roca de ahí, pero no indica la entrada a la cueva, es ciega, y es lo más importante
de nuestras vidas. Siempre ha sido así. Somos la Grieta, la Grieta es nosotras, y en todo momento nos
hemos encargado de que esté libre de los arbustos que crecen junto a los árboles, libre de matas. Es un
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corte limpio que atraviesa la roca y en lo más hondo del cual se abre un agujero profundo, un abismo.
Cada año, cuando el Sol acaricia la cima de esa montaña, llega la estación fría, y ya hemos sacrificado
a una de las nuestras y hemos arrojado el cuerpo al orificio desde lo alto de la Grieta. Ustedes dicen
que han contado los huesos, pero no entiendo cómo podrían haberlo hecho si muchos ya se han convertido
en polvo. Ustedes dicen que si cada año despeñamos un cuerpo y sus huesos, no resulta difícil
calcular desde cuándo se viene haciendo. Bien, si consideran que eso es lo importante…
No, no puedo explicar cómo comenzó todo. No está en nuestra historia.
Las féminas ancianas debían de saber algo al respecto. Nunca las habíamos denominado así antes
de que comenzaran a nacer los monstruos. ¿Por qué tendríamos que haberlo hecho? Sólo había féminas,
¿o acaso no era así?; sólo las grietas, y en lo que se refiere a ancianas no pensábamos en esos
términos. La gente nacía y vivía un tiempo, a no ser que se ahogara nadando o tuviera un accidente
o fuese elegida para ser arrojada a la Grieta. Cuando moría, se la depositaba en la Roca de la Muerte.
No, no sé cuántas éramos por aquel entonces. Cuando quiera que fuera entonces. Existen estas
cuevas, tantas como los dedos que tengo en mis manos y pies, y son grandes y se adentran un gran
trecho en los acantilados. Cada cueva alberga al mismo tipo de gente, a una familia, las Guardianas de
la Grieta, las Pescadoras, las Tejedoras de redes, las Curtidoras de piel de pescado, las Recolectoras de
algas. Así es como nos llamábamos. Mi nombre era Guardiana de la Grieta. No, por qué iba a importar
que más de una persona tuviera el mismo nombre. Es suficiente con que mires a quien te diriges, ¿no?
Mi nombre, Maira, es una de las nuevas palabras.
No nos gustaba, no, no nos gustaba que cada persona tuviese que tener un nombre distinto. A
veces creo que vivíamos una suerte de ensoñación, una quimera, todo era pausado y tranquilo y nunca
sucedía nada salvo la Luna, resplandeciente y grande, y las flores rojas que regaban la Grieta.
Y, por supuesto, el nacimiento de las criaturas. Simplemente nacían, eso es todo, nadie hacía nada
para concebirlas. Creo que pensábamos que eran obra de la Luna, o de un gran pez, pero resulta difícil
recordar qué pensábamos, aquello parece un sueño. El modo en que pensábamos nunca fue parte de
nuestra historia, tan sólo lo son los hechos.
Te enfadas cuando los llamo monstruos, pero basta con que se miren. Mírense. Y mírame. Vamos,
mira. No llevo puesto el cinturón de flores rojas, así que puedes ver cómo soy. Ahora mira la Grieta,
somos iguales: la Grieta y las grietas. No me extraña que te cubras allí, pero nosotras no tenemos la
necesidad de hacerlo. Es agradable observarnos, como a una de esas conchas que podemos tomar
de una roca después de la tormenta. Bellas. Ustedes nos enseñaron esa palabra y me gusta usarla. Soy
bella, como la Grieta con sus preciosas flores rojas. Pero ustedes son sólo bultos y protuberancias, con
esa cosa como una trompa que a veces parece una ascidia.
¿Puedes imaginar que cuando nacieron las primeras criaturas como ustedes nos deshicimos de ellas
entregándolas a las águilas?
Siempre dejábamos a las criaturas deformes allí, sobre esa roca, la roca sesgada que está justo
pasando la Grieta. Una vertiente de la Grieta queda por encima de la Roca de la Muerte, sí, así es como
la llamábamos. No criábamos a los bebés enfermos ni a los gemelos. Nos ocupábamos de controlar el
número de nuestra población, porque era mejor así. ¿Por qué? Porque siempre había sido así y nunca
se nos ocurrió cambiar las cosas. No había muchos nacimientos, tal vez dos o tres por cueva cada mucho
tiempo, y a veces había cuevas sin bebé. Por supuesto nos alegra que nazca una criatura, pero si
acogiéramos a todas las que nacen no habría espacio suficiente. Sí, lo sé, crees que deberíamos buscar
un terreno un poco más grande, pero siempre hemos estado aquí. ¿Cómo podríamos irnos de la Grieta?
Éste es nuestro lugar, siempre ha sido nuestro.
Glosario
Quimera: aquello que la
imaginación considera
como real o verdadero.
Ascidia: animales marinos
del orden de los cordados,
que permanecen fijos a las
rocas o a las conchas.
Cuando expulsábamos a las criaturas deformes, las águilas
venían por ellas. Nosotras no las matábamos, sino estas aves. Un
águila acecha desde esa cima; ¿puedes verla? Esa pequeña mancha
es un águila enorme, del tamaño de una persona. Colocábamos
allí a todos los monstruos recién nacidos y observábamos a
las águilas mientras alzaban el vuelo con ellos hacia sus nidos. Esa
época se prolongó, y la razón por la que se prolongó fue que las
féminas ancianas (como ustedes las llaman) estaban preocupadas
porque cada vez éramos menos en las cuevas; habían nacido muchos
monstruos, más que criaturas como nosotras, las féminas.
Varones, féminas. Palabras nuevas, gente nueva.
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Y así fue durante mucho tiempo: en
vez de esperar con ilusión cada nacimiento
estábamos preocupadas, y cuando una
de nosotras descubría que la criatura era
un monstruo se avergonzaba, y el resto la
odiaba. No para siempre, está claro, pero
cuando aparecía un monstruo al dar a luz
era terrible. Cada vez éramos menos para
pescar y recolectar algas. Las féminas ancianas
se quejaban de que no tenían comida
suficiente. Sí, siempre las alimentábamos
y les ofrecíamos las porciones más
sabrosas. No sé por qué, simplemente lo
hacíamos. De pronto, el número de gente en la cueva de las pescadoras se redujo a la mitad, y algunas
tuvieron que convertirse en pescadoras.
Estoy de acuerdo, era extraño que nunca nos preguntáramos qué sucedía en el otro lado, en las
montañas de las águilas. Ustedes siempre hablan como si fuéramos estúpidas, pero si somos tan estúpidas,
¿cómo es que hemos vivido tanto tiempo a salvo y confortablemente, mucho más que ustedes,
los monstruos? Nuestra historia se remonta atrás, muy atrás, ustedes mismos lo dicen, y su historia es
mucho más breve. Pero ¿por qué tendríamos que habernos trasladado y explorado cosas nuevas, o
tendríamos que habernos preguntado por las águilas? ¿Para qué? Tenemos todo lo que necesitamos
en este lugar de la isla; ésta es la palabra que usan, nos dicen que es una isla grande. Bien, mejor para
ustedes, pero ¿a nosotras qué nos importa? Vivimos en una parte de la isla desde donde contemplamos
el Sol sumergirse en el mar cada noche, y vemos palidecer la Luna a medida que se acerca el día.
Mucho tiempo después de que naciera el primer monstruo, vimos a uno de ellos, a uno de ustedes,
en la orilla más cercana a la montaña de las águilas. Llevaba anudada a la cintura una de las prendas de
piel de pescado que vestimos en la época de las flores rojas. Pudimos ver que bajo la piel se escondía
esa cosa abultada e hinchada que nos parecía tan horrible. Era un monstruo al que habíamos dado a luz
y había crecido. ¿Cómo había podido suceder? Las féminas ancianas ordenaron que hiciéramos guardia
y matáramos a ese monstruo cuando volviera a aparecer por la orilla. Pero entonces llegaron las discrepancias
entre las féminas ancianas. Algunas sostenían que, la próxima vez que abandonáramos a un
monstruo, debíamos escalar las montañas donde vivían las águilas y ver qué hacían con él. Y algunas de
nosotras lo hicimos. Estaban preocupadas, como figura en la historia que deben aprender los más jóvenes.
No estábamos acostumbradas a merodear, y menos hasta un lugar tan remoto como las montañas
de las águilas. Nadie había llegado tan lejos antes. Sí, sé que no es más que un paseo agradable.
Algunas vieron al águila alzarse con el monstruo entre sus garras hasta llegar a las montañas donde
están los nidos, pero en vez de soltarlo en uno de ellos, pasó de largo y dejó a la criatura en un valle con
cabañas. Nunca habíamos visto una cabaña ni ningún cobertizo porque siempre habíamos estado en
nuestras cuevas. Las cabañas tenían el aspecto de un animal raro, y nos asustaron tanto que estuvimos
a punto de volvernos corriendo a casa. El águila depositó en el suelo a la criatura, y entonces algunos
monstruos lo recogieron y dieron al ave un buen pedazo de comida. Ahora sabemos que se trataba de
un pescado. Metieron a la criatura en una cabaña. Todo lo que vieron atemorizó a las guardianas, y se
apresuraron a volver a casa y contárselo a las féminas ancianas. Relataron una historia terrible, espantosa.
En las Montañas de las Águilas habitaban los monstruos, gentes adultas que no eran grietas como
nosotras. Podían vivir a pesar de ser tan deformes y feos. Esto es lo que pensamos entonces. Todo el
mundo estaba preocupado, y conmocionado, y nadie sabía qué debía pensar o hacer.
Entonces nació otro monstruo y las féminas ancianas nos dijeron que lo arrojáramos al mar desde
el acantilado. Un grupo de nosotras condujo a la criatura a lo alto del acantilado. No querían matarla,
porque ahora sabían que podía vivir y hacerse mayor y que si la arrojaban a las olas no sobreviviría. Todas
nosotras nadamos y flotamos y somos felices en el mar, pero nuestras criaturas necesitan que les
enseñemos. La criatura chillaba y ellas lloraban y se lamentaban, porque desde allí las féminas ancianas
no podían oírlas, y se sentían confundidas por lo que estaban haciendo. Odiaban a los monstruos, y
ahora, además, tenían miedo porque sabían que vivían en lo alto de las montañas… A ver, ustedes me
han pedido que les cuente lo que sucedió, entonces, ¿por qué se enfadan cuando lo hago? Como bien
saben, si dentro de vuestra comunidad hubiera nacido alguna grieta, también ustedes habrían pensado
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que éramos monstruos porque somos diferentes. Sí, lo sé, no pueden dar a luz, sólo podemos las
grietas, y nos desprecian, sí, no cabe duda, pero si no fuera por nosotras no existirían los monstruos,
ni siquiera uno solo de ellos. ¿Se les había ocurrido alguna vez? Nosotras las grietas creamos a todo
el mundo, a grietas y monstruos. Si no hubiera grietas, ¿qué sucedería? ¿Realmente lo han pensado?
Estaban en el acantilado con el pequeño monstruo que no cesaba de chillar cuando apareció una
enorme águila planeando sobre ellas, y en ese momento se asustaron de verdad. Las águilas son tan
grandes que pueden cargar a una persona adulta; no demasiado lejos, pero habría podido apresar a
una de las que estaban en el acantilado, tal vez a la que sostenía a la criatura, bamboleándola de aquí
para allá para después soltarla en el mar. O aquellas inmensas alas habrían podido arrastrarlas una a
una hasta las olas que golpeaban y cubrían las afiladas rocas. Pero no fue eso lo que sucedió. El águila
descendió y tomó a la criatura entre sus garras y emprendió el vuelo hacia a las montañas.
Las grietas no sabían qué hacer. Temían contar a las féminas ancianas lo que había sucedido. No
recuerdo a nadie hablar de miedo antes de aquella ocasión.
Algo cambió desde ese día. A partir de entonces, cuando nacía un monstruo, las jóvenes simulaban
arrojarlo a las olas, pero iban lo bastante lejos para que no las vieran, y eran conscientes de que el
llanto de la criatura atraería al águila. Tumbaban a la criatura sobre el acantilado y observaban mientras
el águila descendía y la atrapaba. En esa época ya habían nacido tantos monstruos, los que son iguales
a ustedes, como grietas, las que son iguales a nosotras.
¿Han pensado alguna vez lo extraño que resulta que tengan pezones en esa llanura suya de ahí
delante? No pueden llamarlos pechos, ¿verdad que no? ¿Por qué tienen pechos si no sirven para nada?
No pueden alimentar a una criatura con ellos, son inútiles.
Sí, estoy convencida de que se han dado cuenta, porque siempre se percatan de las cosas y formulan
preguntas. Bien, ¿qué responden, entonces?
Tiempo después, una de las féminas ancianas anunció que se quedaría con uno de los monstruos,
uno de los suyos, lo dejaría crecer y vería si servía para algo.
Resultaba difícil porque las águilas nos vigilaban en todo momento, y debíamos mantener al pequeño
monstruo alejado de su vista.
No me gusta pensar en lo que le sucedió a aquel monstruo. Por supuesto, yo sólo lo he oído decir,
era una parte de la historia que las guardianas de la memoria relataban una y otra vez, y lo que ahora
les estoy contando sólo es un fragmento de lo que llamábamos la historia.
Existe cierta hostilidad respecto a ese capítulo de nuestra historia. Surgieron discrepancias; peor
aun, violentos enfrentamientos. Según la historia, nunca antes había tenido lugar una disputa así. Algunas
de las féminas ancianas no querían explicar nada sobre el primer monstruo ni el trato que había
recibido. Otras se preguntaban qué sentido tenía la historia si censuraba algunos episodios. Creo que
fue mucho lo que quedó al margen. Pero lo primero que sabemos es que nadie quería alimentar al
monstruo. Nunca quedaba complacido y siempre estaba hambriento y llorando. Eso significa que las
águilas no dejaban de rondarnos para descubrir dónde escondíamos a la criatura. Hubo quien lo alimentó,
pero no sin molestarlo y atormentarlo mientras lo hacía. Aquel monstruo las pasó moradas.
Una de las féminas sentenció que esa situación tenía que acabar, tanto si se decidía dejarlo con
vida y cuidar de él como si no, pero que en esas circunstancias el monstruo acabaría muriéndose.
¿Qué le hacíamos? Todo el mundo quería jugar con eso que ustedes tienen ahí delante, los bultos y
la trompa. El pequeño monstruo gritaba
y gritaba y sus bultos se hincharon y enfermó,
y se llenó de una sustancia y un
agua apestosa. Una de las féminas ancianas
declaró que los monstruos eran
iguales que nosotras, excepto por esa
cosa delantera y los pechos planos. Era
como una de nuestras criaturas. Cortemos
esa cosa de ahí delante y veamos
qué sucede: bien, se la cortaron y murió.
Gritó y aulló de dolor todo el tiempo, y
aunque cuando nació otro monstruo lo
acogieron y lo trataron mejor, no quisiera
contaros con detalle cómo atendían
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a esos pequeños. Y creo que alguna de nosotras sintió vergüenza.
No somos crueles. No existe testimonio alguno sobre
nuestra crueldad; hasta que nacieron los monstruos. El monstruo al
que intentábamos educar se alejó de la cueva donde lo teníamos y un águila al
acecho descendió y en un instante se lo llevó a las montañas junto a los otros. No
tenemos ni idea de cómo sobrevivían.
Después nacieron unos cuantos monstruos a la vez. Algunas de las féminas ancianas
querían que nos quedáramos con uno como juguete, otras no. Pero según
dice la historia, los llevaron a todos a la Roca de la Muerte, y en lugar de un águila o
dos aparecieron tantas como pequeños monstruos había y las observamos alejarse con ellos más allá
de las montañas. ¿Cómo vivían estos bebés? Las criaturas necesitan leche. Hay una historia que cuenta
que una de las grietas jóvenes sintió lástima por los pequeños hambrientos y cruzó las montañas y
encontró a los recién nacidos gimoteando y llorando, y amantó a tantos como pudo. Siempre queda
leche en nuestros senos. Los pechos suyos son útiles. No como los nuestros.
Y se quedó allí con los monstruos, aunque en realidad nadie sabe lo que sucedió. Nos gusta imaginarlo,
me parece, porque nos avergonzamos del resto de la historia, pero también nos preguntamos
cómo podían vivir esas criaturas cuando no las alimentaban.
Se cuenta que dos de nosotras estaban sentadas a la orilla del mar, contemplando las olas y adentrándose
en el agua de vez en cuando para nadar un poco, cuando vieron a dos de los peces que nosotras
llamamos pez pecho (porque eso es lo que parecen, una enorme gelatina inflada con trompas
que sobresalen, como los monstruos), y uno de ellos introdujo su trompa dentro del otro y sembraron
el agua de pequeños huevos.
Fue entonces cuando se nos ocurrió por primera vez que las trompas de los monstruos servían
para hacer huevos. Y si era así, ¿por qué, para qué?
Esta escena, en mi opinión, es obra de la fantasía, pero algo así debió de suceder, supongo.
Las féminas ancianas comenzaron a hablar de eso, porque nosotras se lo contamos (con este
“nosotras” me refiero a las jóvenes, a quienes intrigó eso de las trompas y los huevos). Algunas de ellas
se dirigieron hasta lo alto de la montaña y cuando los monstruos las vieron, las tomaron y las penetraron
con sus trompas, y así es como nos convertimos en Ellos y Ellas, y aprendimos a decir “Yo” así
como “Nosotros”; pero a partir de ahí hay varias historias, no una única. Sí, sé que lo que les cuento no
tiene sentido para ustedes, pero ya se los advertí, existe una multitud de historias y quién sabe cuál es
la verdadera. Y un tiempo después, nosotras, las grietas, perdimos el poder de concebir sin ellos, los
monstruos: ustedes.
Esta historia, narrada por la tal Maira, tuvo lugar mucho después de los acontecimientos referidos
por el primer documento que conservamos. Mucho después: siglos. Debemos desconfiar de la palabra
“siglo”: significa que no poseemos un conocimiento seguro. Se trata de una historia pulida, narrada
infinidad de veces, e incluso se hace en ella un buen uso de la culpabilidad por la crueldad. No, no es
un relato falso, resulta útil, hasta donde llega, pero mucho ha quedado al margen. Lo que consta en
el primer documento o fragmento, que probablemente constituye la primera tentativa de “la historia”.
Es rudimentario, torpe, y el narrador probablemente estaba trastornado. Antes del nacimiento de los
primeros “monstruos”, nada había sucedido —durante siglos— en la comunidad de los primeros humanos.
El primer monstruo fue considerado
un nacimiento defectuoso. Pero después
le siguió otro, y otro… y el convencimiento
de que aquello iba a continuar. Y
las féminas ancianas cayeron presas del
pánico, estaban furiosas, gritaban y castigaban
a las jóvenes que concebían
monstruos, y el trato que recibían los propios
monstruos…; bueno, la descripción
de Maira no resulta agradable, pero no
veo capaz de tomar aquí el otro fragmento.
Es demasiado desagradable. Yo soy un
monstruo y no puedo evitar identificarme
con aquellos a los que torturaron tiempo
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atrás, los primeros varones. El ingenio de las crueldades ideadas por la féminas ancianas es espeluznante.
Incluso visto desde el presente, la época en que dejaban morir a los recién nacidos y se quedaban con
unos pocos para mutilarlos duró mucho más de lo que el relato anterior sugiere. Mucho más.
La verdad es que se desancadenó una guerra entre águilas y las primeras féminas, una guerra que
éstas no pudieron ganar. No sólo porque…
Doris Lessing, La grieta (traducción de Paula Kuffer Dinerstein), Lumen,
México, 2007 (adaptación al castellano).
2. Contesta las preguntas
• ¿De qué trata la trama?
• ¿Cuál es la historia dentro de la historia?
• ¿Cuál es la historia principal?
• ¿Quién es el personaje principal?
• ¿Quién o quiénes son los narradores?
• ¿Qué subgénero se relaciona con la novela La Grieta?
Novela 3
1. Lee el siguiente fragmento de una novela de Albert Camus, autor existencialista francés de
mediados del siglo XX.
Reseña:
Meursault es un francés-argelino que, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, muestra una
total indiferencia ante la realidad, que le parece absurda. Su pasividad ante el dolor, el amor, la
amistad e incluso su propia muerte lo hacen ver carente de voluntad propia. Sin posibilidad de
participar en su comunidad, es como un extranjero en su propio entorno social.
El extranjero
Ciudad de Argel, lugar de nacimiento
de Albert Camus.
Raimundo me telefoneó a la oficina. Me dijo que uno
de sus amigos (a quien le había hablado de mí) me invitaba
a pasar el día del domingo en su cabañuela, cerca
de Argel. Contesté que me gustaría mucho ir, pero que
había prometido dedicar el día a una amiga. Raimundo
me dijo en seguida que también la invitaba a ella. La
mujer de su amigo se sentiría muy contenta de no hallarse
sola en medio de un grupo de hombres.
Quise cortar en seguida porque sé que al patrón no le
gusta que nos telefoneen de afuera. Pero Raimundo me
pidió que esperase y me dijo que hubiera podido trasmitirme
la invitación por la noche, pero que quería advertirme
de otra cosa. Había sido seguido todo el día por
un grupo de árabes entre los cuales se encontraba el
hermano de su antigua amante. “Sí lo ves cerca de casa
avísame”. Dije que quedaba convenido.
Poco después el patrón me hizo llamar, y en el
primer momento me sentí molesto porque pensé que
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iba a decirme que telefoneara menos y trabajara más. Pero no era nada de eso. Me declaró que iba a
hablarme de un proyecto todavía muy vago. Quería solamente tener mi opinión sobre el asunto. Tenía
la intención de instalar una oficina en París que trataría directamente en esa plaza sus asuntos con las
grandes compañías, y quería saber si estaría dispuesto a ir. Ello me permitiría vivir en París y también
viajar una parte del año. “Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle”. Dije que
sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de
vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no
me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía con evasivas, que
no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios.
Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar de vida.
Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido muchas ambiciones
de ese género. Pero cuando debí abandonar los estudios comprendí muy rápidamente que no tenían
importancia real.
María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era
indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Entonces quiso saber si la amaba. Contesté como ya
lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin duda no la amaba. “¿Por qué, entonces,
casarte conmigo?”, dijo. Le expliqué que no tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos
casarnos. Por otra parte era ella quien lo pedía y yo me contentaba con decir que sí. Observó entonces
que el matrimonio era una cosa grave. Respondí: “No”. Calló un momento y me miró en silencio.
Luego volvió a hablar. Quería saber simplemente si habría aceptado la misma proposición hecha por
otra mujer a la que estuviera ligado de la misma manera. Dije: “Naturalmente”. Se preguntó entonces
a sí misma si me quería, y yo, yo no podía saber nada sobre este punto. Tras otro momento de silencio
murmuró que yo era extraño, que sin duda me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaría
por las mismas razones. Como callara sin tener nada que agregar, me tomó sonriente del brazo
y declaró que quería casarse conmigo. Respondí que lo haríamos cuando quisiera. Le hablé entonces
de la proposición del patrón, y María me dijo que le gustaría conocer París. Le dije que había vivido allí
en otro tiempo y me preguntó cómo era. Le dije: “Es sucio. Hay palomas y patios oscuros. La gente
tiene la piel blanca”.
Bostecé y el viejo me anunció que iba a marcharse. Le dije que podía quedarse y que lamentaba
lo que había sucedido al perro. Me lo agradeció. Me dijo que mamá quería mucho al perro. Al referirse
a ella la llamaba “su pobre madre”. Suponía que debía de sentirme muy desgraciado desde que mamá
murió, pero no respondí nada. Me dijo entonces, muy rápidamente y con aire molesto, que sabía que
en el barrio me habían juzgado mal porque había puesto a mi madre en el asilo, pero él me conocía y
sabía que quería mucho a mamá.
Luego caminamos y cruzamos la ciudad por las calles importantes. Las mujeres estaban hermosas
y pregunté a María si lo notaba. Me dijo que sí y que me comprendía. Luego no hablamos más. Quería
sin embargo que se quedara conmigo y le dije que podíamos cenar juntos en el restaurante de Celeste.
A ella le agradaba mucho, pero tenía que hacer. Estábamos cerca de mi casa y le dije adiós. Me miró:
“¿No quieres saber qué tengo que hacer?” Quería de veras saberlo, pero no había pensado en ello, y era
lo que parecía reprocharme. Se echó a reír ante mi aspecto cohibido y se acercó con todo el cuerpo
para ofrecerme la boca. Cené en el restaurante de Celeste. Había comenzado a comer cuando entró
una extraña mujercita que me preguntó si podía sentarse a mi mesa. Naturalmente que podía. Tenía
ademanes bruscos y ojos brillantes en una pequeña cara de manzana. Se quitó la chaqueta, se sentó y
consultó febrilmente la lista. Llamó a Celeste y pidió inmediatamente todos los platos con voz a la vez
precisa y precipitada. Mientras esperaba los entremeses, abrió el bolso, sacó un cuadradito de papel y
un lápiz, calculó de antemano la cuenta, luego extrajo de un bolsillo la suma exacta, aumentada con la
propina, y la puso delante de sí. En ese momento le trajeron los entremeses, que devoró a toda velocidad.
Mientras esperaba el plato siguiente sacó además del bolso un lápiz azul y una revista que publicaba
los programas radiofónicos de la semana. Con mucho cuidado señaló una por una casi todas las
audiciones. Como la revista tenía una docena de páginas continuó minuciosamente este trabajo durante
toda la comida. Yo había terminado ya y ella seguía señalando con la misma aplicación. Luego se
levantó, se volvió a poner la chaqueta con los mismos movimientos precisos de autómata y se marchó.
Como no tenía nada que hacer, salí también y la seguí un momento. Se había colocado en el cordón de
la acera y con rapidez y seguridad increíbles seguía su camino sin desviarse ni volverse. Acabé por perderla
de vista y volver sobre mis pasos. Me pareció una mujer extraña, pero la olvidé bastante pronto.
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Encontré al viejo Salamano en el umbral de mi puerta. Le hice entrar y me enteró de que el perro
estaba perdido, puesto que no se hallaba en la perrera. Los empleados le habían dicho que quizá lo
hubieran aplastado. Había preguntado si no era posible que en las comisarías lo supiesen. Se le había
respondido que no se llevaba cuenta de tales cosas porque ocurrían todos los días. Le dije al viejo Salamano
que podría tener otro perro, pero me hizo notar con razón que estaba acostumbrado a éste.
Yo estaba acurrucado en mi cama y Salamano se había sentado en una silla delante de la mesa. Estaba
enfrente de mí y apoyaba las dos manos en las rodillas. Tenía puesto el viejo sombrero. Mascullaba
frases incompletas bajo el bigote amarillento. Me fastidiaba un poco, pero no tenía nada que hacer y
no sentía sueño. Por decir algo le interrogué sobre el perro. Me dijo que lo tenía desde la muerte de
su mujer. Se había casado bastante tarde. En su juventud tuvo intención de dedicarse al teatro; en el
regimiento representaba en las zarzuelas militares. Pero había entrado finalmente en los ferrocarriles
y no lo lamentaba porque ahora tenía un pequeño retiro. No había sido feliz con su mujer, pero, en
conjunto, se había acostumbrado a ella. Cuando murió se había sentido muy solo. Entonces había pedido
un perro a un camarada del taller y había recibido aquél, apenas recién nacido. Había tenido que
alimentarlo con mamadera. Pero como un perro vive menos que un hombre habían concluido por ser
viejos al mismo tiempo.
“Tenía mal carácter”, me dijo Salamano. “De vez en cuando nos tomábamos del pico. Pero a pesar
de todo era un buen perro”. Dije que era de buena raza y Salamano se mostró satisfecho. “Y eso”, agregó,
“que usted no lo conoció antes de la enfermedad. El pelo era lo mejor que tenía”. Todas las tardes
y todas las mañanas, desde que el perro tuvo aquella enfermedad de la piel, Salamano le ponía una
pomada. Pero según él su verdadera enfermedad era la vejez, y la vejez no se cura.
Respondí, aún no sé por qué, que hasta ese instante
ignoraba que se me juzgase mal a este respecto, pero
que el asilo me había parecido una cosa natural desde
que no tenía bastante dinero para cuidar a mamá. “Por
otra parte”, agregué, “hacía mucho tiempo que no tenía
nada que decirme y que se aburría sola”. “Sí”, me dijo, “y
en el asilo por lo menos se hacen compañeros”. Luego
se disculpó. Quería dormir. Su vida había cambiado ahora
y no sabía exactamente qué iba a hacer. Por primera
vez desde que lo conocía, me tendió la mano con gesto
furtivo y sentí las escamas de su piel. Sonrió levemente
y antes de partir me dijo: “Espero que los perros no ladrarán
esta noche. Siempre me parece que es el mío”.
Albert Camus, El extranjero, <https://bit.ly/2MLQznk>, consulta: septiembre de 2019.
2. Contesta las preguntas:
• ¿En qué época se desarrolla la historia?
• ¿Qué opinas de la actitud del protagonista ante las situaciones que se le presentan?
• ¿Qué actitud le reprocha su comunidad al protagonista? ¿Por qué? ¿Hay algún valor que
el protagonista no atiende?
• ¿Cómo calificarías que es la vida de Salamano?
• ¿Cómo consideras que es el ambiente de la novela?
• ¿Crees que la novela refleje la vida en la Francia urbana de mediados del siglo XX?
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Novela 4
1. Lee el siguiente fragmento de Frankenstein, novela romántica que Mary Shelley escribió a
principios del siglo XIX.
Reseña:
El doctor Víctor Frankenstein, obsesionado desde niño por descubrir la manera de crear vida
a partir de la muerte, construye un ser al reunir partes de diferentes cadáveres. El resultado le
produce tal horror que le impide responsabilizarse de su creación, hasta que el monstruo se
revela contra él con terribles consecuencias.
Capítulo 1
Frankenstein
Soy ginebrino de nacimiento, y mi familia es una de las más distinguidas de esa república. Durante
muchos años mis antepasados habían sido consejeros y jueces, y mi padre había ocupado con gran
honor y buena reputación diversos cargos públicos. Todos los que lo conocían lo respetaban por su
integridad e infatigable dedicación. Pasó su juventud dedicado por completo a los asuntos de su país,
y sólo al final de su vida pensó en el matrimonio y así dar al Estado unos hijos que pudieran perpetuar
su nombre y sus virtudes.
Puesto que las circunstancias de su
matrimonio reflejan su personalidad, no
puedo dejar de referirme a ellas. Uno de
sus más íntimos amigos era un comerciante,
que, debido a numerosos contratiempos,
cayó en la miseria tras gozar
de una muy desahogada situación. Este
hombre, de nombre Beaufort, era de carácter
orgulloso y altivo y se resistía a vivir
en la pobreza y el olvido en el mismo país
en el que, con anterioridad, se le distinguiera
por su categoría y riqueza. Habiendo,
pues, saldado sus deudas en la forma
más honrosa, se retiró a la ciudad de Lucerna
con su hija, donde vivió sumido en
el anonimato y la desdicha. Mi padre profesaba
a Beaufort una auténtica amistad,
Ciudad de Ginebra, Suiza, donde comienza la historia de
Frankenstein.
y su reclusión en estas desgraciadas circunstancias le afligió mucho. También sentía íntimamente la
ausencia de su compañía, y se propuso encontrarlo y persuadirlo de que, con su crédito y ayuda, empezara
de nuevo.
Beaufort había tomado medidas eficaces para esconderse, y mi padre tardó diez meses en descubrir
su paradero. Entusiasmado con el descubrimiento, mi padre se apresuró hacia su casa situada en
una humilde calle cerca del Reuss. Pero al llegar sólo encontró miseria y desesperación. Beaufort no
había logrado salvar más que una pequeña cantidad de dinero de los despojos de su fortuna. Era suficiente
para sustentarlo durante algunos meses y, mientras tanto, esperaba encontrar un trabajo respetable
con algún comerciante. Así pues, pasó el intervalo inactivo; y, con tanto tiempo para reflexionar
sobre su dolor, se hizo más profundo y amargo y, al fin, se apoderó de tal forma de él, que tres meses
después estaba enfermo en cama, incapaz de realizar cualquier esfuerzo.
Su hija lo cuidaba con el máximo cariño, pero veía con desazón que su pequeño capital disminuía
con rapidez y que no había otras perspectivas de sustento. Pero Caroline Beaufort estaba dotada de una
inteligencia poco común; y su valor vino en su ayuda en la adversidad. Empezó a hacer labores sencillas;
trenzaba paja, y de diversas maneras consiguió ganar una miseria que apenas le bastaba para sustentarse.
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Así pasaron varios meses. Su padre empeoró, y ella cada vez tenía que emplear más tiempo en
atenderlo; sus medios de sustento menguaban. A los diez meses murió su padre dejándola huérfana e
indigente. Este golpe final fue demasiado para ella. Al entrar en la casa mi padre, la encontró arrodillada
junto al ataúd, llorando amargamente; llegó como un espíritu protector para la pobre criatura, que se
encomendó a él. Tras el entierro de su amigo, mi padre la llevó a Ginebra, confiándola al cuidado de
un pariente; y dos años después se casó con ella.
Cuando mi padre se convirtió en esposo y padre, las obligaciones de su nueva situación le ocupaban
tanto tiempo que dejó varios de sus trabajos públicos y se dedicó por entero a la educación de sus
hijos. Yo era el mayor y el destinado a heredar todos sus derechos y obligaciones. Nadie puede haber
tenido padres más tiernos que yo. Mi salud y desarrollo eran su constante ocupación, ya que fui hijo
único durante varios años. Pero, antes de proseguir mi narración, debo contar un incidente que tuvo
lugar cuando yo tenía cuatro años.
Mi padre tenía una hermana a quien amaba tiernamente y que se había casado muy joven con un
caballero italiano. Poco después de su boda, había acompañado a su marido a su país natal, y durante
algunos años mi padre tuvo muy poca relación con ella. Murió alrededor de la época de la que hablo, y
pocos meses después mi padre recibió una carta de su cuñado haciéndole saber que tenía la intención
de casarse con una dama italiana y pidiéndole que se hiciera cargo de la pequeña Elizabeth, la única
hija de su difunta hermana.
Es mi deseo –dijo– que la consideres como hija tuya y que como a tal la
eduques. Es la heredera de la fortuna de su madre, y te enviaré los documentos
que así lo demuestran. Reflexiona sobre esta propuesta y decide
si preferirías educar a tu sobrina tú mismo o que lo haga una madrastra.
Mi padre no dudó un instante, y de inmediato se puso en camino
hacia Italia con el fin de acompañar a la pequeña Elizabeth hasta su
futuro hogar. A menudo he oído a mi madre decir que era la criatura
más preciosa que jamás había visto, e incluso ya entonces mostraba
síntomas de un carácter dulce y afectuoso. Estas características y el
deseo de afianzar los lazos del amor familiar hicieron que mi madre
considerara a Elizabeth como mi futura esposa, plan del cual nunca
encontró razón para arrepentirse.
A partir de este momento, Elizabeth Lavenza se convirtió en mi
compañera de juegos y, a medida que crecíamos, en una amiga. Era
dócil y de buen carácter, a la vez que alegre y juguetona como un
insecto de verano. A pesar de que era vivaz y animada, tenía fuertes y
profundos sentimientos y era desacostumbradamente afectuosa. Nadie
podía disfrutar mejor de la libertad ni podía plegarse con más gracia que ella
a la sumisión o lanzarse al capricho. Su imaginación era exuberante, pero tenía una gran
capacidad para aplicarla. Su persona era el reflejo de su mente, sus ojos de color avellana, aunque
vivos como los de un pájaro, poseían una atractiva dulzura. Su figura era ligera y airosa y, aunque era
capaz de soportar gran fatiga, parecía la criatura más frágil del mundo. A pesar de que me cautivaba su
comprensión y fantasía, me deleitaba cuidarla como a un animalillo predilecto. Nunca vi más gracia,
tanto personal como mental, ligada a mayor modestia.
Todos querían a Elizabeth. Si los criados tenían que pedir algo, siempre lo hacían a través de ella.
No conocíamos ni la desunión ni las peleas, pues aunque éramos muy diferentes de carácter, incluso
en esa diferencia había armonía. Yo era más tranquilo y filosófico que mi compañera, pero menos
dócil. Mi capacidad de concentración era mayor, pero no tan firme. Yo me deleitaba investigando los
hechos relativos al mundo en sí, ella prefería las aéreas creaciones de los poetas. Para mí el mundo era
un secreto que anhelaba descubrir, para ella era un vacío que se afanaba por poblar con imaginaciones
personales.
Mis hermanos eran mucho más jóvenes que yo; pero tenía un amigo entre mis compañeros del
colegio, que compensaba esta deficiencia. Henry Clerval era hijo de un comerciante de Ginebra, íntimo
amigo de mi padre, y un chico de excepcional talento e imaginación. Recuerdo que, cuando tenía
nueve años, escribió un cuento que fue la delicia y el asombro de todos sus compañeros. Su tema
de estudio favorito eran los libros de caballería y romances, y recuerdo que de muy jóvenes solíamos
representar obras escritas por él, inspiradas en sus libros predilectos, siendo los principales personajes
Orlando, Robin Hood, Amadís y San Jorge.
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Juventud más feliz que la mía no puede haber existido. Mis padres eran indulgentes y mis compañeros
amables. Para nosotros los estudios nunca fueron una imposición; siempre teníamos una meta
a la vista que nos espoleaba a proseguirlos. Ésta era el método, y no la emulación, que nos inducía a
aplicarnos. Con el fin de que sus compañeras no la dejaran atrás, a Elizabeth no se la orientaba hacia el
dibujo. Sin embargo, se dedicaba a él motivada por el deseo de agradar a su tía, representando alguna
escena favorita dibujada por ella misma. Aprendimos inglés y latín para poder leer lo que en esas lenguas
se había escrito. Tan lejos estaba el estudio de resultarnos odioso a consecuencia de los castigos,
que disfrutábamos con él, y nuestros entretenimientos constituían lo que para otros niños hubieran
sido pesadas tareas. Quizá no leímos tantos libros ni aprendimos lenguas tan rápidamente como aquellos
a quienes se les educaba conforme a los métodos habituales, pero lo que aprendimos se nos fijó
en la memoria con mayor profundidad.
Incluyo a Henry Clerval en esta descripción de nuestro círculo doméstico, pues estaba con nosotros
continuamente. Iba al colegio conmigo, y solía pasar la tarde con nosotros; pues, siendo hijo único
y encontrándose solo en su casa, a su padre le complacía que tuviera amigos en la nuestra. Por otro
lado, nosotros tampoco estábamos del todo felices cuando Clerval estaba ausente.
Siento placer al evocar mi infancia, antes de que la desgracia me empañara la mente y cambiara
esta alegre visión de utilidad universal por tristes y mezquinas reflexiones personales. Pero al esbozar el
cuadro de mi niñez, no debo omitir aquellos acontecimientos que me llevaron, con paso inconsciente,
a mi ulterior infortunio. Cuando quiero explicarme a mí mismo el origen de aquella pasión que posteriormente
regiría mi destino, veo que arranca, como riachuelo de montaña, de fuentes poco nobles y
casi olvidadas, engrosándose poco a poco hasta que se convierte en el torrente que ha arrasado todas
mis esperanzas y alegrías.
La filosofía natural es lo que ha forjado mi destino. Deseo, pues, en esta narración explicar las
causas que me llevaron a la predilección por esa ciencia. Cuando tenía trece años fui de excursión con
mi familia a un balneario que hay cerca de Thonon. La inclemencia del tiempo nos obligó a permanecer
todo un día encerrados en la posada, y allí, casualmente, encontré un volumen de las obras de
Cornelius Agrippa. Lo abrí con aburrimiento, pero la teoría que intentaba demostrar y los maravillosos
hechos que relataba pronto tornaron mi indiferencia en entusiasmo. Una nueva luz pareció iluminar
mi mente, y lleno de alegría le comuniqué a mi padre el descubrimiento. No puedo dejar de comentar
aquí las múltiples oportunidades de que disponen los educadores para orientar la atención de sus
alumnos hacia conocimientos prácticos, y que desaprovechan lamentablemente. Mi padre ojeó distraídamente
la portada del libro y dijo:
¡Ah, Cornelius Agrippa! Víctor, hijo mío, no pierdas el tiempo con esto, son tonterías.
Si en vez de hacer este comentario, mi padre se hubiera molestado en explicarme que los principios
de Agrippa estaban totalmente superados, que existía una concepción científica moderna con posibilidades
mucho mayores que la antigua, puesto que eran reales y prácticas mientras que las de aquélla eran
quiméricas, tengo la seguridad de que hubiera perdido el interés por Agrippa. Probablemente, sensibilizada
como tenía la imaginación, me hubiera dedicado a la química, teoría más racional y producto de
descubrimientos modernos. Es incluso posible que mi pensamiento no hubiera recibido el impulso fatal
que me llevó a la ruina. Pero la indiferente ojeada de mi padre al volumen que leía en modo alguno me
indicó que él estuviera familiarizado con el contenido del mismo, y proseguí mi lectura con mayor avidez.
Mi primera preocupación al regresar a casa fue hacerme con la obra completa de este autor y,
después, con la de Paracelso y Alberto Magno. Leí y estudié con gusto las locas fantasías de estos
escritores. Me parecían tesoros que, salvo yo, pocos conocían.
Aunque a menudo hubiera querido comunicarle
a mi padre estas secretas reservas de mi sabiduría, me
lo impedía su imprecisa desaprobación de mi querido
Agrippa. Por tanto, y bajo promesa de absoluto secreto,
le comuniqué mis descubrimientos a Elizabeth, pero el
tema no le interesó y me vi obligado a continuar solo.
Puede parecer extraño que en el siglo XVIII surja un
discípulo de Alberto Magno, pero nuestra familia no era
científica, y yo no había asistido a ninguna de las clases
que se daban en la universidad de Ginebra. Así pues, mis
sueños no se veían turbados por la realidad, y me lancé
con enorme diligencia a la búsqueda de la piedra filo-
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sofal y el elixir de la vida. Pero era esto último lo que recibía mi más completa atención: la riqueza era
un objetivo inferior; pero ¡qué fama rodearía al descubrimiento si yo pudiera eliminar de la humanidad
toda enfermedad y hacer invulnerables a los hombres a todo salvo a la muerte violenta!
No eran éstos mis únicos pensamientos. Provocar la aparición de fantasmas y demonios era algo
que mis autores predilectos prometían que era fácil, cumplimiento que yo ansiaba fervorosamente
conseguir. Atribuía el que mis hechizos jamás tuvieran éxito más a mi inexperiencia y error que a la falta
de habilidad o veracidad por parte de mis instructores.
Los fenómenos naturales que a diario tienen lugar no escapaban a mi observación. La destilación
y los maravillosos efectos del vapor, procesos que mis autores favoritos desconocían por completo,
provocaban mi asombro. Pero mi mayor sorpresa la suscitaron unos experimentos con una bomba de
aire que empleaba un caballero al cual solíamos visitar.
El desconocimiento de los antiguos filósofos sobre éste y varios otros temas disminuyeron mi fe en
ellos, pero no podía desecharlos por completo sin que algún otro sistema ocupara su lugar en mi mente.
Tenía alrededor de quince años cuando, habiéndonos
retirado a la casa que teníamos cerca
de Belrive, presenciamos una terrible y violenta
tormenta. Había surgido detrás de las montañas
del Jura, y los truenos estallaban al unísono desde
varios puntos del cielo con increíble estruendo.
Mientras duró la tormenta, observé el proceso con
curiosidad y deleite. De pronto, desde el dintel de
la puerta, vi emanar un haz de fuego de un precioso
y viejo roble que se alzaba a unos quince metros
de la casa; en cuanto se desvaneció el resplandor,
el roble había desaparecido y no quedaba nada
más que un tocón destrozado. Al acercarnos a la
mañana siguiente, encontramos el árbol insólitamente
destruido. No estaba astillado por la sacudida; se encontraba reducido por completo a pequeñas
virutas de madera. Nunca había visto nada tan deshecho.
La catástrofe de este árbol avivó mi curiosidad, y con enorme interés le pregunté a mi padre acerca
del origen y naturaleza de los truenos y los relámpagos.
Es la electricidad me contestó, a la vez que me describía los diversos efectos de esa energía. Construyó
una pequeña máquina eléctrica y realizó algunos experimentos. También hizo una cometa con
cable y cuerda, que arrancaba de las nubes ese fluido.
Esto último acabó de destruir a Cornelius Agrippa, Alberto Magno y Paracelso, que durante tanto
tiempo habían reinado como dueños de mi imaginación. Pero, por alguna fatalidad, no me sentí inclinado
a empezar el estudio de los sistemas modernos, desinclinación que se vio influida por la siguiente
circunstancia. Mi padre expresó el deseo de que asistiera a un curso sobre filosofía natural. Gustosamente
asentí a esto, pero algún motivo me impidió ir hasta que el curso estuvo casi terminado. Por
tanto, al ser ésta una de las últimas clases, me resultó totalmente incomprensible. El profesor disertaba
con la mayor locuacidad sobre el potasio y el boro, los sulfatos y óxidos, términos que yo no podía
asociar a ninguna idea. Empecé a aborrecer la ciencia de la filosofía natural, aunque seguí leyendo a
Plinio y Buffon con deleite, autores, a mi juicio, de similar interés y utilidad.
A esta edad las matemáticas y la mayoría de las ramas cercanas a esa ciencia constituían mi principal
ocupación. También me afanaba por aprender lenguas; el latín ya me era familiar, y sin ayuda del
diccionario empecé a leer algunos de los autores griegos más asequibles. También entendía inglés y
alemán perfectamente. Éste era mi bagaje cultural a los diecisiete años, además de las muchas horas
empleadas en la adquisición y conservación del conocimiento
de la vasta literatura.
Glosario
Benjamín: dícese del hijo más
pequeño de una familia. Integrante
más joven de un grupo.
También recayó sobre mí la obligación de instruir a mis
hermanos. Ernest, seis años menor que yo, era mi principal
alumno. Desde la infancia había sido enfermizo, y Elizabeth
y yo lo habíamos cuidado constantemente; era de disposición
dócil, pero incapaz de cualquier prolongado esfuerzo
mental. William, el benjamín de la familia, era todavía un
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niño y la criatura más preciosa del mundo; tenía los ojos vivos y azules, hoyuelos en las mejillas y modales
zalameros, e inspiraba la mayor ternura.
Tal era nuestro ambiente familiar, en el cual el dolor y la inquietud no parecían tener cabida. Mi padre
dirigía nuestros estudios, y mi madre participaba de nuestros entretenimientos. Ninguno de nosotros gozaba
de más influencia que el otro; la voz de la autoridad no se oía en nuestro hogar, pero nuestro mutuo
afecto nos obligaba a obedecer y satisfacer el más mínimo deseo del otro.
Mary Shelley, Frankenstein, <https://bit.ly/2pcC2rS>,
consulta: septiembre de 2019.
2. Contesta las preguntas:
• ¿Cómo es la sociedad que se describe en la novela?
• ¿Qué diferencias encuentras entre la sociedad donde se desarrolla Frankenstein y la
sociedad reflejada en El juego de Ender?
• ¿Qué te dice el texto sobre la forma de vida en el siglo XIX?
• ¿Encuentras en Frankenstein elementos de la sociedad en que vives? ¿Cuáles?
• El fragmento anterior es parte de la presentación de la novela. ¿Por qué?
Actividad de Aprendizaje
1. En equipo, efectúa la actividad “Dimensión 3. Análisis” que aparece
en la página 53 de la Guía de Aprendizaje de Literatura.
2. Posteriormente, realiza de manera individual lo que se te indica en el
punto 2 de la misma actividad.
3. Al final, de nuevo en equipo realiza lo que se pide en el punto 3 y, con
la guía del profesor, organicen la plenaria.
Evidencia de aprendizaje: página 55 de la Guía de Aprendizaje de Literatura.
1. Elabora en equipo un reporte de lectura sobre una obra del género
narrativo, en el que incluyas lo siguiente: tipo de subgénero, personajes,
tema, acciones principales, tiempo, espacio, ambiente, contexto
sociocultural que se refleja y su relación con hechos de la vida real.
2. Expresa tus argumentos y compara las situaciones presentadas en los
textos con situaciones del contexto actual de cualquier ciudad del
mundo y reflexiona con tus compañeros de equipo sobre ello.
3. Escribe un comentario de reflexión y valoración crítica sobre las situaciones
específicas de la obra leída, que incluya una comparación
con hechos de la vida real que conozcas o hayas leído en algún periódico,
revista o en internet.
4. Consulta en tu Guía de Aprendizaje de Literatura, en las páginas 56-58, la
rúbrica que corresponde a la Evidencia de aprendizaje de esta etapa.
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Repaso
1. Subraya los elementos de la estructura narrativa:
a. Inicio, personajes y clímax.
b. Planteamiento, desarrollo y desenlace.
c. Introducción, prólogo y presentación.
d. Comienzo, secuencias y final.
2. Lee el siguiente texto y marca con una ✔ las respuestas correctas a las preguntas.
Contaba yo once años y regresaba de la escuela en uno de esos días en los cuales el
destino acecha en las esquinas, y en que a cada momento nos puede ocurrir algo.
Es como si el desorden y desequilibrio de nuestra alma se reflejaran en el mundo que
nos rodea, deformándolo. El desasosiego y la angustia nos oprimen y buscamos y
hallamos sus causas fuera de nosotros; el mundo nos parece mal organizado y tropezamos
por doquiera con obstáculos.
Aquél era uno de esos días. Desde la mañana, aunque no había incurrido en falta
alguna, me atormentaba un sentimiento como de conciencia culpable, procedente
quizá de los sueños nocturnos. Durante el desayuno creí advertir en los rasgos de mi
padre una expresión de dolor y reproche. La leche estaba fría y desabrida. En la clase
no me vi en apuros, pero todo me había parecido triste, inútil y desolador, despertando
en mí una sensación de impotencia y desesperación que se me había hecho familiar, y
que me sugería la idea de que en un tiempo sin término, permaneceríamos constantemente
pequeños e impotentes, prisioneros de esa estúpida y hedionda escuela. Toda la
vida se me antojaba repugnante y contradictoria.
Hermann Hesse, Alma de niño, <https://bit.ly/2Joawi7>, consulta: septiembre de 2019.
• ¿Qué tipo de ambiente se describe en el texto?
Físico Social Psicológico Moderno
• El tipo de narrador es:
Testigo Omnisciente Protagonista Extradiegético
• Completa la frase, escribiendo el tipo de personaje que corresponde.
Un personaje
es aquel que aparece de manera ocasional en la obra.
3. Subraya a qué tiempo se refiere la siguiente frase: “Las aventuras de Alonso Quijano ocurren en la
España del siglo XVI”.
a. Tiempo histórico. b. Tiempo circular. c. Tiempo interno. d. Tiempo externo.
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Repaso
4. Anota en el paréntesis una M si se trata de una característica del mito y una L si es una característica
de la leyenda.
( ) Combina realidad con situaciones fantásticas.
( ) Trata de explicar el origen del mundo, entre otras cosas.
( ) Integra relatos que hablan de dioses y luchas entre el bien y el mal.
( ) Fueron creados como ejemplos de comportamiento para las personas.
5. Escribe la moraleja para la siguiente fábula de Augusto Monterroso.
La rana que quería ser una Rana auténtica
Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y
todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba
largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor
de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y
guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y
comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los
demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de
manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía
que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran
una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba
a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.
Augusto Monterroso, “La rana que quería ser una Rana auténtica”,
en Obras completas (y otros cuentos), Joaquín Mortiz-SEP, México, 1986.
Moraleja:
6. Subraya una característica particular de la novela, que no está presente en los demás subgéneros
narrativos.
a. Está narrada en tercera persona.
b. Presenta un ambiente social y físico.
c. Contiene historias secundarias.
d. Refleja los valores sociales de la época.
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