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Rasca Cielos 20200209

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CRÓNICA<br />

FOTO ARCHIVO C. LANZA<br />

Militares en la Guerra del Chaco. Allí eran enviados los indígenas, como carne de cañón.<br />

Paz. Hice, a pie, muy joven, la odisea de caminar cinco días<br />

desde Cochabamba hasta Palca–Independencia. Buscaba mis<br />

raíces. No pude llegar más lejos, como deseaba. Miré despojos<br />

de lo que habían sido los míos: mujercitas oscuras, vestidas de<br />

negro, cuyas reminiscencias se habían agotado o nunca tuvieron.<br />

Nada saqué en claro. Sin embargo, sentí en la piel algo que<br />

podría llamar la esencia india, ese nativo dormido que duerme<br />

en el colectivo mestizaje, que nunca han sepultado apellidos<br />

ni emblanquecimientos”.<br />

Lejos, muy lejos tal vez, hay aullidos de indias violadas, y<br />

luego, un largo maquillaje que quiso inventarnos, pero no<br />

liquidó la sangre escondida. Y eso se siente en la piel, en los<br />

poros, en la manera de sentir el sol de montaña calentándonos.<br />

Indescriptible, único para los diversos tonos de mixtura que<br />

somos los bolivianos, y que aflora en las festividades de carnaval,<br />

de vírgenes, de santos, del señor negro de Machaca y tanta<br />

historia no escrita y en peligro de extinción.<br />

En la finca de los Zabalaga, en Yayani, los indios, de noche,<br />

le destrozaron el cráneo con rocas a un coronel José Mercado,<br />

creyendo, por la ubicación del lecho, que era el otro coronel, el<br />

Zabalaga, hacendado principio y fin de sus pesares. Justo pagó<br />

por pecador, solo por sacar a flote un dicho popular que tal vez<br />

no refleja la verdad. Lo cierto es que se pidió en la Muyurina<br />

sesenta voluntarios que fuesen a aprehender a los culpables.<br />

Me anoté: era ingenuo e impetuoso. Ni tanto aventurero, pero<br />

se dio el desafío y lo tomé. Mi madre lloraba mientras hacía un<br />

amarro con platillos maternos y con pito, polvo de maíz endulzado<br />

que sirve como alimento y deleite al mismo tiempo.<br />

Cuando llegamos a Morochata, caminaba cansina una procesión<br />

con el féretro del difunto Mercado. Se había cometido un<br />

crimen y llegábamos para castigarlo. Ceguera juvenil o simplemente<br />

tonterías de niños de clase media trasladados a un<br />

mundo que conocían de soslayo, de un exterior casi mimado<br />

que los hacía disfrutar del campo sin adentrarse en los detalles<br />

de la tragedia social.<br />

Don Joaquín se ha ido a hacer la siesta. Converso unos<br />

minutos con las dos hijas presentes y hago también un paquetito<br />

con mis páginas garabateadas y la pequeña grabadora que<br />

me sirve para no olvidar. Volveré mañana, aviso, lunes,<br />

después de la siesta.<br />

Lo esperamos para el té. A las cinco.<br />

Pe r f i l<br />

Don Joaquín es un hombre de 84 años. A pesar de que las<br />

décadas lo han encorvado un poco, se nota que hubo gran vitalidad<br />

y sólido físico en su metro setenta de estatura, por<br />

encima de la media nacional. Su cuna no lo integró con la aristocracia<br />

valluna, pero menos lo puso con los del montón.<br />

22 www. p a g i n a s i e te. b o DOMINGO 9 DE FEBRERO 06|20

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