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CRÓNICA<br />
FOTO ARCHIVO C. LANZA<br />
Militares en la Guerra del Chaco. Allí eran enviados los indígenas, como carne de cañón.<br />
Paz. Hice, a pie, muy joven, la odisea de caminar cinco días<br />
desde Cochabamba hasta Palca–Independencia. Buscaba mis<br />
raíces. No pude llegar más lejos, como deseaba. Miré despojos<br />
de lo que habían sido los míos: mujercitas oscuras, vestidas de<br />
negro, cuyas reminiscencias se habían agotado o nunca tuvieron.<br />
Nada saqué en claro. Sin embargo, sentí en la piel algo que<br />
podría llamar la esencia india, ese nativo dormido que duerme<br />
en el colectivo mestizaje, que nunca han sepultado apellidos<br />
ni emblanquecimientos”.<br />
Lejos, muy lejos tal vez, hay aullidos de indias violadas, y<br />
luego, un largo maquillaje que quiso inventarnos, pero no<br />
liquidó la sangre escondida. Y eso se siente en la piel, en los<br />
poros, en la manera de sentir el sol de montaña calentándonos.<br />
Indescriptible, único para los diversos tonos de mixtura que<br />
somos los bolivianos, y que aflora en las festividades de carnaval,<br />
de vírgenes, de santos, del señor negro de Machaca y tanta<br />
historia no escrita y en peligro de extinción.<br />
En la finca de los Zabalaga, en Yayani, los indios, de noche,<br />
le destrozaron el cráneo con rocas a un coronel José Mercado,<br />
creyendo, por la ubicación del lecho, que era el otro coronel, el<br />
Zabalaga, hacendado principio y fin de sus pesares. Justo pagó<br />
por pecador, solo por sacar a flote un dicho popular que tal vez<br />
no refleja la verdad. Lo cierto es que se pidió en la Muyurina<br />
sesenta voluntarios que fuesen a aprehender a los culpables.<br />
Me anoté: era ingenuo e impetuoso. Ni tanto aventurero, pero<br />
se dio el desafío y lo tomé. Mi madre lloraba mientras hacía un<br />
amarro con platillos maternos y con pito, polvo de maíz endulzado<br />
que sirve como alimento y deleite al mismo tiempo.<br />
Cuando llegamos a Morochata, caminaba cansina una procesión<br />
con el féretro del difunto Mercado. Se había cometido un<br />
crimen y llegábamos para castigarlo. Ceguera juvenil o simplemente<br />
tonterías de niños de clase media trasladados a un<br />
mundo que conocían de soslayo, de un exterior casi mimado<br />
que los hacía disfrutar del campo sin adentrarse en los detalles<br />
de la tragedia social.<br />
Don Joaquín se ha ido a hacer la siesta. Converso unos<br />
minutos con las dos hijas presentes y hago también un paquetito<br />
con mis páginas garabateadas y la pequeña grabadora que<br />
me sirve para no olvidar. Volveré mañana, aviso, lunes,<br />
después de la siesta.<br />
Lo esperamos para el té. A las cinco.<br />
Pe r f i l<br />
Don Joaquín es un hombre de 84 años. A pesar de que las<br />
décadas lo han encorvado un poco, se nota que hubo gran vitalidad<br />
y sólido físico en su metro setenta de estatura, por<br />
encima de la media nacional. Su cuna no lo integró con la aristocracia<br />
valluna, pero menos lo puso con los del montón.<br />
22 www. p a g i n a s i e te. b o DOMINGO 9 DE FEBRERO 06|20