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Excodra XLII: La democracia

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Redacción para la clase de Ciudadanía

Raúl Jiménez Muñoz

Me llamo Laura y tengo quince años, así que nunca he votado. Sin

embargo, conozco la política por dentro y he participado muy activamente

en ella. Para empezar, vivo con mi madre en un bloque de cuatro

plantas y llevo años acompañándola a las reuniones de escalera.

Como el edificio no dispone de una sala comunitaria ni de ningún amplio

vestíbulo, las juntas se celebran cada vez en una casa. La última se

organizó en la sala de estar de Pepín y Margarita, los vecinos del cuarto

derecha. Recuerdo que sacaron unas pastas rancias de coco y una botella

de agua de litro y medio para todos. Supongo que eso sería cosa de

él. El tipo es un cutre, además de un triste. Yo me lo cruzo todos los

días y lo tengo ya calado. De la calle llega, por lo general, sucio de tráfico

y polución, de cifras y otras cochinadas de su trabajo. Se le quedan

enganchadas a la corbata como broches de otra época. Claro que eso no

parece importarle lo más mínimo. Yo no sé qué cosas llenarán la cabeza

de ese hombrecillo, la verdad. La oruga dócil y taciturna de su entrepierna,

esa de la que tanto se queja su mujer cuando toma café con mi

madre, se le adivina en el bostezo perruno y en los ojos, mansos y agotados.

La tristeza, en cambio, se le lee en la frente, que bien parece un

pentagrama sin notas. En la boca, que se diría un charco de migas. Y en

las manos, recatadas y frías, apoyadas la una sobre la otra como dos

guantes blancos. Sin embargo, entra siempre en nuestro portal a la carrera,

como si viniese de hacer running o no recordara bien lo que tiene

en casa esperándole. En fin, sea como sea, no es de extrañar, teniendo

como tiene esa costumbre de encender un cigarrillo con el ascua del

pito anterior, que le asome la tos a la boca en cuanto alcanza el rellano.

Si por casualidad coincidimos en el ascensor, Pepín y yo, lo cual procuro

evitar en lo posible, él se cubre la tos con un pañuelo blanco de tela

y se vuelve hacia la pared, mientras me mira de reojo. No lo hace por

lascivia, como debiera, sino por recelo y temor. Le mueve más la des­

Excodra XLII 26 La democracia

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