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Ilustración Farmacolófica

Publicación divulgativa sobre sustancias psicoactivas

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El (re)nacimiento de la Enteogenología

Hacia una ciencia de las drogas enteógenas

El estigma fue creado por los griegos para referirse a signos

corporales que buscaban exhibir algo malo y poco habitual en el

status moral de quien los presentaba. Los signos consistían en

cortes o quemaduras en el cuerpo y advertían que la o el portador

era una persona ritualmente deshonrada, a quien debía evitarse,

especialmente en público. De este modo, la gente podía enterarse

oportunamente de la condición moral -peligrosa- de ciertas

personas.

Cuando pensamos en enteógenos, neologismo propuesto por Carl

Ruck y otros colegas para reemplazar al despectivo e inexacto

“alucinógenos”, la mayoría de las personas invariablemente asocia

su consumo a situaciones de riesgo y daño inminentes;

evidenciando su propia adscripción al estigma. Por esta razón, la o

el ciudadano promedio guardará distancia de este tipo de drogas y

no prestará oídos a cualquier argumento que se presente a favor

de ellas, si le es posible, durante todo el transcurso de su vida.

Terence Mckenna solía decir que irse a la tumba sin haber vivido la

experiencia psiquedélica, era como irse a la tumba sin haber tenido

sexo.

La anterior afirmación hace sentido si atendemos a Giorgio

Samorini, dando cuenta de que la costumbre de alterar la propia

conciencia con ayuda de agentes farmacológicos, se encuentra

esparcida por todo el reino animal; siendo mucho más instintiva

que cultural. Pero la buena salud del estigma es tal, que quien

consume estas sustancias no tiene derecho a ser atendidx ni

escuchadx. La herejía no tiene que entenderse, basta con

expulsarse. Y hablando de los enteógenos, es esto lo que hace la

diferencia.

Vivimos en una sociedad que promueve ciertos estados de

conciencia que Graham Hancock llamaría “alertas a resolver

problemas”, y descalifica y censura a cualquier otro estado de

conciencia que contradiga o entre en conflicto con este paradigma

hegemónico. Incluso el sueño es parte de la discriminación, pues

solemos emplear el término “soñador” de manera descalificadora.

Como diría Thomas Szasz, nos permitimos hablar con Dios, pero no

que él nos responda. Apreciamos en gran medida a nuestros

estimulantes y nos permitimos la embriaguez etílica de manera

recreativa, que es mucho más dañina a cualquier nivel; pero nos

negamos rotunda, decidida, prejuiciosamente, a consumir esas

sustancias que configuraron la cultura y la bioquímica humanas en

el comienzo de nuestra aventura como especie.

Nuestro estado de conciencia alerta a resolver problemas, no está

resolviendo los problemas. A ratos parece que lo empeora todo.

Este estado de conciencia hegemónico, desde donde establecemos

todos nuestros símbolos e instituciones culturales, parece estar

llevándonos a la extinción. Quizás nos estemos negando el próximo

paso evolutivo, dirá Hancock.

Necesitamos (re)construir un paradigma incluyente, donde las

drogas enteógenas sean lo que han sido siempre y hasta antes del

experimento prohibicionista: herramientas que son muy valiosas,

tanto individual como colectivamente, si su empleo es

responsable.

Por demás decir que el tiempo, apremia. Ф

Jesús Gil

Cualquier persona verdaderamente informada acerca de estas

sustancias entiende su enorme potencial terapéutico y como

herramienta de trasformación social a muchos niveles, que no son

capaces de provocar un cuadro adictivo y que los únicos riesgos

reales aparejados a su consumo son los llamados “malos viajes”,

que tienen que ver más con la o el individuo y su entorno (set &

setting), que con la sustancia en sí. Han sido muy valiosos los

estudios que han podido llevarse a cabo, sorteando la farmainquisición.

El trabajo de personas como Albert Hofmann, Stanislav

y Chirstina Grof, Ann y Sasha Shulgin, Rick Strassman, Humphry

Osmond, por nombrar algunxs; no es tan conocido como pudiera y

debiera ser. Empero, el potencial -al menos- terapéutico de los

enteógenos es una idea que cada día encuentra un más amplio

consenso en la comunidad médica y académica enterada.

“En los próximos 10 o 15 años, los potenciales beneficios del LSD

estarán legalmente disponibles con recetas médicas para

psicólogos y psiquiatras sin las asociaciones contraculturales, los

miedos exagerados y la mitología de la cura con una sola dosis”,

fueron las palabras de Rick Doblin, director de la Asociación

Multidisciplinaria para Estudios Psiquedélicos (MAPS), hace no

tanto y luego de concluir el primer estudio con LSD en 35 años.

Vale la pena recordar que la mayoría de los enteógenos han sido

empleados desde tiempos ancestrales, pero que han venido siendo

descubiertos por el mundo y la ciencia occidental desde hace

apenas un siglo. Contando el tiempo que han permanecido ilegales

e imposible su investigación; que ha sido la mayoría, finalmente.

Hay mucho que aprender sobre las drogas enteógenas, pero

mientras sigan siendo el objeto de nuestra estigmatización,

sencillamente será imposible.

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