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sustancia controlada, pero no está claro que tan ilegal es la planta
en sí.” Así es que, como imaginé, uno podía seguir una línea segura
entre cultivar adormideras, una rutina lo suficientemente habitual
en el mundo de la jardinería, y en la posesión ilegal del opio: si el
opio era extraído de las vainas inmaduras, entonces las cabezas
secas utilizadas para hacer té, no lo implicaban a uno con el opio.
Hogshire no iba tan lejos, pero afirmaba que “no estaba muy claro
si es ilegal hacer té de las adormideras que has comprado en la
tienda.” Como pronto será evidente, Jim Hogshire ahora mismo ya
no tiene dudas sobre cualquiera de estos dos puntos.
El invierno pasado, el libro de Hogshire, se unió a los de Penelope
Hobhouse (On gardering), Gertrude Jekyll (Gardener’s testament) y
Louise Beebe Wilder (Color in my garden) en mi colección de libros
de mesa. El invierno es la época en la cual el jardinero sueña y
elabora planes sobre lo que cultivará cuando llegue la primavera, y
cuanto más leía acerca de la “flor de la alegría” como era llamada
por los Sumerios, más intrigante se convertía la perspectiva de
cultivar adormideras en mi jardín, tanto estéticamente, como
farmacológicamente. Después de Hogshire, me encontré con otro
tipo de escritores, escritores de jardinería más convencionales y
también más conocidos, muchos de los cuales escribían sobre la
adormidera –de su efímera belleza exterior (las flores duran solo
uno o dos días) y de su misterioso y oscuro interior.
“Las adormideras han lanzando un hechizo sobre los jardineros y
artistas durante muchos siglos” es una frase típica de un escritor de
jardinería, esto inevitablemente seguido por connotaciones
oscuras sobre la adormidera, por ejemplo, sobre su adicción. Pero
en ninguna parte de mi lectura me pareció haber encontrado
alguna advertencia sobre si el cultivo de Papaver somniferum
podría llevar a un jardinero a romper la ley. “Cuando se planta en
un jardín”, una autoridad en plantas anuales declaraba, “el cultivo
de P. somniferum es un caso de Honi soit quit mal y pense (que el
mal caiga sobre aquel que piense mal).” En general, los escritores
de jardinería tienden a ignorar o pasar por alto la cuestión jurídica
y centrarse en la belleza de la somniferum, belleza que todos están
de acuerdo, es exquisita.
Después de leer sobre la adormidera aquel invierno, me pregunté
si era posible separar la belleza física de la flor de las propiedades
narcóticas de la planta. Parecía que incluso los escritores de
jardinería, quienes (presumiblemente) nunca habían tenido
intención de probar el opio, estaban subconscientemente
influenciados por el potencial de la adormidera de cambiar el
estado de ánimo. El simple hecho de mirar una adormidera era
imaginar la duermevela, a juzgar por muchos de los pintores
impresionistas americanos. Si alguna vez hubo una manera
inocente de mirar a la adormidera, parecía que nuestra cultura lo
había olvidado hace mucho tiempo.
también se usaban para prevenir muchas enfermedades,
incluyendo la malaria, la tuberculosis, la tos, el insomnio, la
ansiedad e incluso los cólicos en los bebés. Considerados como “la
medicina propia de Dios”, los preparados de opio eran tan
comunes en el botiquín de la era victoriana como lo es ahora la
aspirina.
¿Existe alguna otra flor que haya tenido el mismo impacto de la
adormidera en la historia y la literatura? Sobre todo en el siglo XIX,
donde la amapola jugó un papel tan crucial como lo es el petróleo
en nuestro siglo: el opio era la base de las economías nacionales,
un elemento básico en la medicina, un elemento esencial del
comercio, la musa de la poesía Romántica.
Tuve que sondear una decena de amigos antes de encontrar
alguno que había probado realmente el opio; el opio es un forma
fumable es aparentemente casi imposible de conseguir en nuestros
días, sin duda porque traficar con heroína es mucho más fácil y
lucrativo. (Una consecuencia involuntaria de la guerra contra las
drogas ha sido el aumento de la potencia de todas las drogas
ilegales). Este amigo mío que había fumado opio alguna vez sonrió
con nostalgia al recordar aquella tarde hace mucho tiempo:
¡aquellos sueños! ¡los sueños! Fue todo lo que me dijo. Cuando le
presioné para que me diera una explicación más detallada, me
refirió a Roberto Bulwer-Lytton, el poeta victoriano, que había
comparado el efecto del opio al de frotar el alma con seda.
Ya no tenía duda que tenía que tratar de cultivar adormidera,
aunque fuera solo como una curiosidad histórica. Bueno, no sólo
eso, pero también. De nuevo, hay que entender la mentalidad del
jardinero. Una vez cultivé melones Jenny Lind, una variedad
popular del siglo XIX, nombrada así por el soprano más famoso de
esa época, solamente para tener una idea de lo que la palabra
“melón” podría haber conjurado en la menta de Walt Whitman o
Chester Arthur. Cultivé un árbol de manzanas “Esopus Spitzenberg”
solamente porque Thomas Jefferson lo había hecho en Monticello,
declarándolo “la mejor variedad de manzanas comestibles del
mundo”. La jardinería es, entre otras cosas, un ejercicio de
nostalgia histórica, y yo estaba ansioso de mirar con mis propios
ojos hacia el corazón negro de la adormidera. Ф
Ahora yo también estaba cayendo bajo el hechizo de la
adormidera. Saqué mi copia de Confesiones de un inglés comedor
de opio, de De Quincey y releí también las descripciones de los
sueños de opio de Coleridge. Leí relatos de la Guerra del Opio, en
el que Inglaterra fue a la guerra con el principal propósito de
mantener abiertos los puertos de China para el tráfico de opio, que
llegaba desde India. Leí sobre los medicamentos del siglo XIX, en
los que el opio –en forma de láudano- fue el ingrediente principal
de todos ellos. En parte, esto se debía a que el objetivo principal de
la asistencia médica en esos años era curar el dolor, no tanto curar
la enfermedad y para curar el dolor no hay mejor analgésico que el
opio y sus derivados. Pero las preparaciones a base de opio