— 164 — »les, pues ;a ley del Brasil no reconoce otro matrimonio »que el legal y no concede legitimidad a los hijos de ma- »trimonio católico; con todo, con las frecuentes predica- »ciones y exhortaciones se obtuvo algún bien. Unos 6.840 »bautismos, 700 matrimonios, 5.189 confirmaciones desde »el día de la toma de posesión hasta el día presente, y »3.000 comuniones mensuales.» Llama algo el difunto Obispo, a lo que es en realidad mucho y muy bueno, realizado a costa de muchos sacrificios y abnegación, teniendo que luchar con las dificultades de las comunicaciones, con las inclemencias del tiempo y del clima, y con las condiciones de los naturales, pobres y muy apartados unos de otros. Las preocupaciones principales del P. Pascual eran: primera, reunir en pueblos a las familias esparcidas por los campos, a fin de facilitarles los medios de instrucción civil y de educación cristiana; segunda, creación de escuelas del Estado y algún Colegio de Religiosas, y tercera, la erección de un Seminario para la formación del clero indígena, necesidad la más imperiosa, pues los sacerdotes del país, ya aclimatados allí y conocedores mejor que nadie de las costumbres y vida de sus cooterráneos, podrán más fácilmente soportal- las molestias d e . un clima tropical e insimiarse mejor en el ánimo de aquellos fieles. En esto estaba empeñado el Sr. Obispo de Agatópolis, se lo oímos de sus labios, cuando le sorprendió la muerte; y esta será seguramente la obra que deberá llevar a cabo el que, a no tardar, le suceda. Que el Señor, cuyas altas disposiciones adoramos, haya premiado al P. Pascual tantas obras buenas, y le dé un sucesor digno y lleno del mismo celo apostólico, para llevar a feliz término aquella obra, tan del agrado del mismo Dios, de provecho para las almas y de honor para la Orden Mercedaria. Madrid y mayo de 1926. FR. INOCENCIO LÓPEZ SANTAMARÍA = 165 — La Tercera Orden de la Merced. ¿Que es la Tercera Orden de la Merced? El Capitulo general, celebrado el año pasado en Roma, re comienda a los religiosos que erijan en todas partes la 'Orden Tercera, y LA MERCED, que se intitula su órgano— claro está que sólo en la provincia de Castilla—, debe tomar con interés esta recomendación. ¿Qué es una Orden Tercera? «En cierta iglesia de la Orden dominicana se celebraba un funeral. Uno de los presentes, maravillado de ver tanta concurrencia de señoras a aquel funeral que en el aparato externo mostraba ser modesto, preguntó a una de las señoras: ¿Quién es la muerta? Contestóle la señora en voz baja Y brevemente: Una terciaria dominica. Con esta respuestd quedóse el preguntante más a oscuras que estaba, y preguntóle de nuevo: ¿Quiénes son las terciarias dominicas? Las terciarias dominicas son, le contestó, personas que en medio del mundo hacen profesión de vida religiosa. Res- Puesta sencilla, pero elocuente y justa» (1). Es, pues, lo esencial de las Ordenes Terceras, que las d istingue de todas las demás asociaciones <strong>religiosas</strong>, ser una imitación de la vida religiosa por las personas que viven en el mundo. La vida religiosa es una corporación maravillosamente o rdenada, que por eso se Ilaman0 rdenes y la Tercera Orden debe ser una asociación orgánica con sus superiores, maestros de novicios, consejeros y administradores todos subord inados a la dirección del P. Moderador y a la inspección Y corrección del P. Visitador, que deben cbnducirla al fin Propio, la perfección cristiana; las Ordenes <strong>religiosas</strong>, además de los mandamientos, tienen el compromiso sagrado contraído ante Dios y su Iglesia de cumplir los consejos ev angélicos, y las Terceras Ordenes tienen también el pro- Pósito público, aunque no obligatorio, de la práctica de los consejos evangélicos en cuanto se compadezca con el estado y condición de seglares; las Ordenes <strong>religiosas</strong> tienen una serie de observancias regulares, diarias, mensuales y anuales, que guardadas garantizan el cumplimiento de los votos y los elevan a la perfección de la santidad, y las Orde- (1) P. Ludovico Fanfani en el opúsculo «fi Terz'Ordine di S. Domenic o.—Roma-1923, pág. 5.