Hermandad La Merced - Revista La Reseña 2020
Organo informativo oficial anual de la Hermandad de Jesús Nazareno de La Merced de La Antigua Guatemala.
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movía a pesar del calor y de la falta de aire.
La hija no la molestó, ni jugó ni cenó, pero
se levantaron temprano al día siguiente, y se
vistieron con ropa nueva y salieron a la calle
como si la desgracia no las hubiera mordido
nunca. El chucho las siguió hasta la esquina
del callejón y las contempló alejándose.
Caminaron por toda la ciudad, fueron a San
Felipe y al medio día entraron al templo de
La Merced y allí se quedaron hasta que salió
la procesión. La niña andaba feliz, fijándose
en los juguetes de los demás niños,
gozando la apretasón, sintiendo que su
padre no había desaparecido y estaba en las
filas de los cargadores como todos los años.
Así que a pesar del hambre llevó a la madre
arrastrada al Parque San Sebastián, donde
cada año esperaban la llegada del cortejo
para presenciar el momento cuando Élfego
cargaba al Nazareno.
La madre quiso evitarle el dolor a la niña,
pero ella se resistió a moverse. Estaba
sonriente y dichosa. Aguardaron el
momento emocionante cuando apareció el
anda con el Cristo adolorido, de ojos claros
y penetrantes que te mira en dónde estés,
aguantando el dolor de la cruz, con las
espinas de la corona clavadas en la frente.
reconoció a su padre debajo del tapasol, con
los lentes oscuros que utilizaba a pesar de la
prohibición, con el bigote espeso que le hacía
cosquillas cuando la besaba, y la mujer sintió
un frío horroroso recorriéndole el cuerpo.
Allí estaba Élfego, igualito que la noche que
salió a buscar cigarrillos, atento a la banda
interpretando la marcha fúnebre que era
especial pero a ellas les sonó igual a todas.
Quisieron aproximarse pero los romanos
con las lanzas les impidieron el paso.
A medio recorrido se le miraba el gesto
duro de hombre conteniendo las lágrimas.
Por un instante volteó el rostro y se sonrió
con ellas, pero de inmediato regresó a su
actitud fría, de devoto. La multitud les
impidió seguir el paso, y la procesión las fue
dejando atrás, impedidas a presenciar el
cambio de turno. Llegaron a la esquina
cuando ya todos los cargadores eran el
mismo, y Élfego había desaparecido.
Madre e hija regresaron a la casa sin
comentar el suceso. La adulta
persignándose, pero más tranquila, y la
chiquita feliz, porque había visto a su padre
en compañía del Nazareno.
Se deslizaron entre la multitud para hacer el
recorrido de la primera calle del Chajón,
pendientes del brazo que le correspondía a
su marido, queriendo conocer a la persona
que lo reemplazaría, y, entonces, la niña
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