Hermandad La Merced - Revista La Reseña 2018
Organo informativo oficial anual de la Hermandad de Jesús Nazareno de La Merced de La Antigua Guatemala.
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-El Señor siempre me ha protegido. En una ocasión, estando muy
cerca de los rieles que conducen el anda hasta el atrio, recibí un
empujón cayendo de espaldas sobre la alfombra; milagrosamente no
me golpeé siendo diabética y con una cirugía reciente en la pierna-
Nos contó mientras buscaba algunas fotos de Jesús Nazareno.
Tratando de rastrear este maravilloso canto, nos trasladamos a la
Nueva Guatemala donde la señora Socorro viuda de Chavarría –doña
Coco- en el histórico templo de San Francisco nos contó que ella
cantaba en un coro en la parroquia Santa Marta en el año 1943 y
que allí aprendió este alabado. Seguramente que el alabado en
cuestión formó parte originalmente de los homenajes a Jesús
Sacramentado como lo atestigua el hecho de encontrarlo en un
himnario dedicado al Santísimo, la Inmaculada Concepción y el
Corazón de Jesús, fechado en 1930 e impreso en la Tipografía
Sánchez & de Guise, integrándose luego a las interpretaciones
ejecutadas al paso de nazarenos y sepultados. La letra parece
ceñirse más a la figura de Jesús con la cruz a cuestas ya que implora
“una mirada de sus dulces ojos”.
Aún así, podemos conjeturar que su aparecimiento debió realizarse
después de las dos primeras décadas del siglo XX, cuando como
producto de la Reforma Liberal de finales del siglo XIX; la renovación
del culto a partir del pontificado de León XIII; la revolución mexicana
de 1910 y su creciente influencia en la música popular
guatemalteca; y el mejoramiento de las imprentas y su acceso a las
masas, se vivió un acercamiento del pueblo a las formas
tradicionales de la liturgia.
Cuando los gobiernos liberales guatemaltecos desmontaron el
aparato eclesiástico que operaba en Guatemala desde la colonia, el
catolicismo profundamente arraigado en la población tuvo que
buscar formas alternas de mantener el culto y la liturgia. La música,
parte fundamental de éstos se vio debilitada en sus formas más
elaboradas al no contar con sus grandes patrocinadores, como por
ejemplo las ordenes religiosas. El pueblo buscó entonces nuevas
formas de alabar a Dios, proliferando las expresiones menos
académicas y más vernáculas.
Siguiendo la tesis del historiador Fernando Urquizù, es
paradójicamente en el período liberal donde se fortalecen las
expresiones religiosas que subsisten hasta nuestros días. Esto
obedeció fundamentalmente a la asimilación de nuevas formas de
expresión ideológica y artística que el pueblo incorporó a su universo
religioso.
A finales del siglo XIX, el Papa León XIII intenta insertar a la Iglesia
Católica dentro del marco de un mundo cambiante y abiertamente
laico que se alejaba rápidamente de los cánones tradicionales de la
religión. El documento más fuerte sin duda alguna fue la encíclica
Rerum Novarum, publicada en 1891 y que contenía un fuerte
pronunciamiento en cuanto al “nuevo orden” socio-económico de la
sociedad contemporánea. Paralelamente a este pronunciamiento,
los esfuerzos de la Iglesia se dirigieron a modernizar el culto,
haciendo más cercanos los sacramentos, la liturgia y aprovechando
nuevos elementos tales como la fotografía para extender y fortalecer
el imaginario colectivo.
A finales de la primera década del siglo XX se desarrolló en el vecino
país del norte una revolución cuyos efectos políticos, sociales y
económicos influyeron de diversas formas sobre nuestro país
gobernado férreamente por aquellos años por el licenciado Manuel
Estrada Cabrera. Sin embargo dentro de la cultura popular
encontramos varios elementos ligados a
ese movimiento popular. Uno de los más
destacados en este aspecto es quizá la
proliferación de corridos populares que
tienen mucha influencia de los que se
hicieron en México por aquellos años.
Junto a los corridos fueron importados
cantos religiosos populares como el
famoso “Tu Reinarás” que tanto arraigo
tiene en nuestros días.
A la par de esto, imprentas como
“Sánchez & de Guise” que ya
funcionaban desde finales del siglo XIX,
incrementaron su producción haciendo
accesibles a una base mayor de población
los cantos, novenas y devocionarios que
hasta en ese momento se conocían,
motivando también la producción de
nuevos elementos que enriquecieran y
modernizaran el culto.
Según apunta el doctor Carlos Navarrete
en su libro “El romance tradicional y el
corrido en Guatemala” se han podido
identificar alabados derivados del
“Alabado Viejo” que procede del siglo XVII
y que es adjudicado a Fray Antonio Margil
de Jesús de la Orden de los Recoletos.
Este alabado influye concretamente en el
famoso “Venid Pecadores”, situación que
demuestra el arraigo, la pervivencia y el
profundo sentimiento que a través de los
siglos ha despertado en los guatemaltecos
la devoción por la pasión redentora de
Nuestro Señor y los dolores y lágrimas de
la Santísima Virgen María.
Son, pues, nuestros cantos populares más
conocidos como “alabados”, tesoros poco
estudiados y en vías de extinción. Después
del Concilio Vaticano II se han introducido a
la liturgia cantos de origen protestante en
detrimento de aquellos creados por la
piedad popular especialmente antes de la
primera mitad del siglo XX.
En la ya cercana Semana Santa
prestemos oídos no sólo a nuestras
sentidas marchas. En alguna esquina,
tras un balcón, en la puerta del templo o
en medio de la concurrida plaza, alguna
persona piadosa, como doña Amalia o
doña Socorro, envolverán a Jesús o la
Virgen con las notas de su oración
convertida en canto. Sintámonos parte
de ese sentimiento y cantemos con ellas;
no permitamos que las grandes y
legítimas expresiones de nuestra
devoción se extingan. Sigamos haciendo
de nuestra Semana Santa el bastión
de la religiosidad y tradición que aún
hoy representa.
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