14ColumnaISABEL DE ESTRADA“Cada vez que me preguntan..”Decidí compartir la historia de fundación Zorba conustedes. .Algunos se sentirán identificados, otros quizásempiezan a ver otra realidad. Crecí en una familia decampo. Una familia tradicional para la cual los animaleshabían sido creados al servicio del hombre. Los perroscuidaban la casa, trabajaban con la hacienda o satisfacíanlos juegos de los niños y se adaptaban a quienes lestocara en suerte. Sin embargo, cada noche, mis amigos losanimales adquirían otra entidad. Una y otra vez, la dulcevoz de mi madre daba vida a los cuentos de los hermanosGrimm, de Andersen o de Quiroga y nos deleitaba conlas canciones de Ma. Elena Walsh, en las que las tortugasiban a la peluquería, los gatos usaban galera, y las vacasestudiaban en la escuela. Pero en el mundo real, las vacasiban a parar al matadero, los monos pasaban sus vidas enjaulas con el único objetivo de entretener a la gente, ya los perros de la calle se los llevaba la perrera, y nuncamas volvíamos a saber de ellos. A lo largo del tiempocrie avestruces, zorrinos, liebres, palomas, gatos, perrosy ovejas, cualquiera que se encontrara en dificultad. Mastarde quise ser veterinaria, pero la vida me llevo haciaotros horizontes.Llego un día en el que una dolorosa ruptura de amor, mehizo tomar otros rumbos y me retire al campo en soledad,a lamer mis heridas, como tantas veces lo había vistohacer en el reino animal. En mis recorridos por BuenosAires, veía animales desesperados, desgarrando bolsasde basura, madres hambrientas a la caza de alimentopara sus cachorros, cuzcos extraviados, enfermos ycadáveres tirados al borde de la ruta. Ante los casosmas desesperados, detener el auto se convirtió en unacostumbre. Veía subir a un ser asustado que, entre ladesconfianza y la esperanza, se entregaba a su nuevodestino. Con cuidado y tranquilidad en poco tiemporecuperaba la alegría y las ganas de vivir. El agradecimientome emocionaba. Intentaba imaginar las historias detrásde esas heridas y, ante mi asombro, casi siempre halle unerror humano.Me acerque entonces al refugio de perros del pueblomas cercano adonde vivía. Una vez a la semana limpiabacaniles, recibía animales moribundos y ayudaba en loque podía. Pero a pesar del esfuerzo cotidiano de unpunado de mujeres, poco cambiaba la realidad de esosseres sufrientes, desesperados, atrapados en un sistemaprecario al que nadie daba demasiada importancia.Descubrí que en cada rincón de nuestro país sucedía algoparecido y que muchos corazones y esfuerzos individualeshacían lo imposible por salvarlos. Pedí ayuda, me informeacerca de lo que hacían en otros países, y a partir deese momento supe que quería cambiar esa realidad.Cree fundación Zorba, con el objetivo de ayudarlos ydesenmascarar el mundo clandestino de las carreras degalgos. En el camino compartí momentos felices y tristescon familiares, voluntarios o compañeros esporádicos.Y con cada silueta que recupero sus formas, en cadamirada de ojos tristes, encendida, con los saltos , ladridosy lengüetazos, mis heridas fueron cicatrizando y encontréyo también aquella alegría perdida.gttMuchos de ellosya no están, pero todos se fueron habiendo conocido lamano del hombre que acaricia.. Otros corren todavía a milado, viven y me acompañan en esta aventura diaria: la deayudar a mis amigos de la infancia.Acompaña aIsabel de EstradaPresidente Fundación ZorbaAutora de “Perros sin collar”, “Correr para vivir”,“Buenos Aires Guau”, “Aullidos en el Viento”fundacionzorba.org
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