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UN DÍA INFINITO EN EL

UN DÍA INFINITO EN EL SPA UN ESCRITOR POCO HABITUADO A LOS LUJOS APRENDE POR FIN A DEJARSE LLEVAR RECORRIENDO LOS RESORTS DE MÁS SOLERA DE LOS DOLOMITAS POR ANDREW SEAN GREER FOTOGRAFÍA DE DANILO SCARPATI 84 CENTURION-MAGAZINE.COM

Desayuno en el hotel Rosa Alpina en los Dolomitas Página opuesta: la alberca en el club del resort San Luis La famosa ciudad balneario de Cortina d’Ampezzo está a solo dos horas de distancia de Venecia. Desde Innsbruck (Austria) se tarda un poco más, pero para compensarlo puede disfrutar de ciertos placeres como tomarse un espresso en el bar Al Pacino (aunque solo sea por el nombre), una bratwurst en una pequeña cabaña junto a la carretera o abandonar la autopista justo donde Ötzi, el hombre de hielo, vagaba hace 5,000 años (su momia está expuesta muy cerca de allí). También puede sentir la emoción de escalar las montañas utilizadas durante milenios por sus habitantes para escapar de imperios y ejércitos con la intención de vivir con relativa tranquilidad. Incluso escuchando la radio, con canciones en alemán intercaladas con algo de pop italiano, uno se hace idea de cómo es este lugar: una zona alemana e italiana pero que, al mismo tiempo, no es ni una cosa ni la otra. Una mezcla de strudel y cannoli. Al contemplar los sobrecogedores Dolomitas, elevándose entre la niebla como las tres brujas de Shakespeare, bien podría pensar que está cruzando la siempre cambiante frontera del Imperio de los Habsburgo y el Imperio Romano. Los romanos introdujeron los baños termales en estas montañas. A finales del siglo xix, estos se transformaron en balnearios y en el siglo xxi en centros de bienestar con una amplia oferta: planes nutricionales a la medida, tratamientos de belleza, boot camps (campamentos inspirados en los entrenamientos del ejército) temporales o tratamientos tradicionales detox con excursión y sauna. Mi viaje por los Dolomitas recorriendo algunos de los mejores spas de la región lo imagino lleno de jugos de apio y baños turcos, exfoliaciones de barro raspando como lijas y una robusta mujer tirolesa haciéndome papilla. Busco una escapada moderna. ¿Y por qué no va a ser posible si tengo el aire puro de la montaña, el teléfono desconectado y un prado lleno de flores como único obstáculo entre los Alpes y yo? Nuestra aventura comienza en el “diamante de los Dolomitas”: el hotel Cristallo en Cortina d’Ampezzo. A medida que vamos ascendiendo la ladera desde esta pequeña y elegante ciudad, la imagen de los balcones y las columnas de estilo clásico del hotel me recuerda a la porción del pastel de mazapán que he probado en Innsbruck. En algún lado he visto este lugar, pero ¿dónde? De pronto me viene a la memoria La pantera rosa, la película original de 1963 protagonizada por David Niven, Claudia Cardinale y, por supuesto, Peter Sellers. En el film original, la glamorosa elite internacional celebra grandes fiestas mientras los invitados se escabullen de habitación en habitación para robar un diamante. Recuerdo cómo el atento personal del hotel frustra los planes del ladrón y compruebo que este nivel de atención aún sigue vivo cuando Gianluca, el director comercial, me saluda efusivamente. Con él corroboro mis recuerdos de La pantera rosa; me cuenta que en los años 60 y 70 el jet-set se alojaba en el Cristallo y bailaba toda la noche en su discoteca Monkey. Más tarde, el interior del hotel se renovó por completo para atraer a un grupo nuevo de clientes. Gianluca me acompaña por la zona del spa, un edificio que en su día fue un hospital de guerra y un centro de rehabilitación. El personal viste de blanco y esta deslumbrante elegancia le da un cierto aire de clínica de lujo. Giulia Roccatello, la consultora de salud del hotel, me explica el sistema de tests, tratamientos y servicios (como el entrenador virtual del gimnasio y la Nube, un balón de agua caliente sobre el que flotas) y me sugiere que en el desayuno me limite a comer la fruta, la verdura y los cereales del Health Coach Corner para así evitar tentaciones como el queso y la carne. «La semana pasada se alojaron unos franceses que únicamente querían jugo de zanahoria –menciona entre risas–. ¡No sabemos por qué!». Le prometo mi intención de seguir todos sus consejos y no excederme con las zanahorias. Me voy mentalizando para la inminente paliza que me va a dar la robusta tirolesa. En el fondo siento que me lo merezco por haber sucumbido a tanto lujo. Pero la realidad es mucho más agradable: la especialista me cubre de una generosa capa de arcilla negra y me manda a secar. Tras una ducha, recibo un masaje del que no puedo decir cuánto dura porque me quedo dormido. CENTURION-MAGAZINE.COM 85

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