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Objetos 38 Asentada

Objetos 38 Asentada sobre uno de los yacimientos de oro más importantes del planeta, Filipinas atesora una extensa historia de joyas y reliquias de oro. Stephanie Zubiri se adentra en este rico legado y explora cómo los joyeros filipinos se inspiran en él Fotografía de Scott A. Woodward Una pieza que representa a la Garuda, el ave mitológica del Sudeste Asiático de origen hindú que prueba las relaciones interculturales precoloniales en Filipinas Tesoro nacional Corazón de oro C uando la expedición de Magallanes desembarcó en Butuán, en 1521, el explorador Antonio Pigafetta escribió sobre el rajá Siagu lo siguiente: «El rey que vino a nuestros barcos nos dijo que en su isla había pedazos de oro, grandes como nueces y huevos, que se encontraban tan solo tamizando la tierra y que todos sus vasos y algunos adornos de su casa eran de este metal. [...] Un velo de seda le cubría la cabeza y dos anillos de oro le pendían de las orejas. [...] Llevaba al costado una especie de daga o espada, que tenía un largo mango de oro y cuya vaina era de madera muy bien trabajada. Sobre cada uno de sus dientes se veían tres pepitas de oro, de manera que se hubiera dicho que tenía todos sus dientes ligados con este metal». La mayoría desconoce que Filipinas esconde uno de los mayores yacimientos de oro del mundo y un legado minero que se remonta al año 1000 a. C. Dada la escasez de manuscritos antiguos, las reliquias en oro de esa época son de las pocas cosas que conservan un vínculo directo con el patrimonio filipino. El descubrimiento del Tesoro de Surigao —una amplia colección de piezas antiguas descubierta CENTURION-MAGAZINE.COM

39 por casualidad en 1981 y autentificadas por el Códice Boxer del siglo xvi— puso en entredicho el estereotipo de que los «indigentes salvajes» necesitaban ser colonizados, develando que antes de la llegada de los españoles existía una sofisticada cultura de hábiles orfebres y una floreciente sociedad dedicada al comercio marítimo. Aileen Bautista siente fascinación por el oro precolonial porque lo considera «un símbolo de riqueza, no de opresión». Junto con su marido, el banquero Edwin Bautista, esta profesora de empresariales radicada en Manila ha reunido una de las colecciones privadas de oro excavado más impresionantes del país. Gran parte de la colección se expuso recientemente en la casa de subastas Salcedo Auctions de Manila e incluso los artículos más destacados de los Bautista también se han podido ver en el famoso Musée du Quai Branly de París. «[Estos objetos son] una ventana al alma de nuestros antepasados», afirma Aileen. La exposición en Salcedo Auctions presentaba cerca de una docena de Mark Wilson, diseñador de joyas e iluminación máscaras mortuorias en buen estado de conservación, innumerables collares, aretes y anillos, así como fajas y otros accesorios, cada cual más ornamentado. «Mira este collar, se llama tutubi o libélula. ¡Los detalles son impresionantes! ¿Cómo lo habrán hecho?», se pregunta Aileen. Diminutos puntos de oro envuelven las cuentas perfectamente redondas, creando una artesanía de una complejidad sorprendente semejante al delicado insecto. También hay piezas repujadas con diseños estampados e incluso refinados mecanismos con pequeñísimas cadenas que se agitan y bailan como hojas al viento. Todo ello es un claro testimonio de la sofisticación de la civilización indígena antes de que El encanto de algunos de estos lingling-os reside en que han sido heredados y transmitidos por sus antepasados. Son objetos que incluso hoy en día siguen en circulación y tienen un significado cultural importante Filipinas fuera «descubierta» por Occidente. «El pasado nos dice mucho sobre las posibilidades —asegura Edwin—. Como sociedad, nada nos impide estar al frente. Podemos aprovechar esa riqueza ahondando en lo más profundo de nuestro pasado y de este modo obtener la confianza necesaria para perseguir cualquier aspiración de futuro». Estas bellas reliquias que brillan de forma esplendorosa en sus vitrinas se mantienen sorprendentemente vivas pese a su antigüedad. Son una prueba tangible de la embriagadora magia del oro, capaz de provocar fuego, enviar navíos a expediciones por los siete mares y conducir a la humanidad hacia una frenética búsqueda del preciado metal. «¿Has oído hablar de Ofir? —pregunta Pinky Magsano con un tono intrigante—. Cuenta la leyenda que la tierra de Ofir, de donde procedía el oro del rey Salomón, era en realidad Filipinas. Algunos incluso sostienen que la reina de Saba era de Cebú». Magsano, ávida coleccionista y comerciante de antigüedades filipinas, alude al libro de Timothy Schwab y Anna Zamoranos titulado Ophir – Mark Wilson Philippines en el que se ofrece un análisis exhaustivo de las evidencias que avalan esta hipótesis. Enfundada en un suéter de lana de vivos colores, su collar hecho a mano con macizas piezas de oro antiguo y abalorios reluce bajo el suave y fugaz sol de la tarde. Magsano, majestuosa a su ecléctica manera, bien podría ser la mismísima reina de Saba. La coleccionista forma parte de un selecto grupo de intelectuales apasionados por la Edad Dorada filipina que se han reunido en Baguio en el departamento del diseñador y coleccionista Mark Wilson. «Era muy importante que vinieras a Baguio para ver las reliquias de oro que tienen acá —me informa Wilson—. Es muy distinto del oro de las tierras bajas

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