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respuestas excelentes y comenzaban a abrigar esperanzas.
Aprobaban sus juicios. Nacían los sueños. A medida que el
tiempo transcurría, tales reuniones aumentaban. Las ideas se
convertían en historias; relatos de injusticia que otros pudieran
considerar insignificantes. ¡Pero no este oyente! Él era compasivo.
Y a medida que hablaban los que lo rodeaban, parecían aumentar en
número y gravedad las injusticias descubiertas. Con cada nueva
historia, los hombres se conmovían más ante la injusticia, que ahora
parecía estar desenfrenada. Pero el joven sabio se sentaba
sosegadamente y no añadía ni una palabra a estas murmuraciones.
Es que era demasiado magnánimo. Siempre clausuraba las
conversaciones vespertinas con una humilde palabra de
condescendencia hacia los que tenían la responsabilidad de
gobernar. No obstante, que este hombre se pudiera sentar
tranquilamente para siempre era pedir demasiado. Este interminable
desfile de injusticias estaba destinado a agitar aun al más respetable
de los hombres. Hasta el más puro de corazón se enojaría. (¡Y este
hombre era, sin duda, el más puro de corazón en todo el reino!)
Un hombre tan compasivo no podía tolerar estos sufrimientos ni
permanecer silencioso para siempre. Tan magnánimo personaje
algún día tenía que dar su opinión.
Por último, sus seguidores, que él juró que no tenía, casi
palidecieron. Sus críticas en cuanto a las fechorías del reino no solo
crecían sino que abundaban. Todos querían hacer algo acerca de
estas interminables injusticias.
Parecía que al fin el joven príncipe consentiría en la acción. Al
principio fue solo una palabra; más tarde, una oración. Saltó el
corazón de aquellos hombres. El júbilo reinó. Al fin la nobleza se
levantaba para tomar medidas. ¡Pero no fue así! Él les advirtió que
no tomaran sus palabras en sentido equivocado. Sí, lamentaba
aquella situación, pero no podía hablar contra los que gobernaban.
No, absolutamente no. No importaba cuán grandes y justificados
fueran los motivos para quejarse. Él no hablaría contra el rey.
Sin embargo, se lamentaba más y más. Era obvio que algunas
informaciones lo llevaban al paroxismo. Por último, se manifestó su
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