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ORGULLO
momento estuvieras acá estarías a
toda máquina en miles de análisis,
estaríamos conversando de vez en
cuando desde la irreverencia y al
mismo tiempo desde la alegría hacia
el momento histórico, aquel que
se veía venir cuando ya te ibas. Por
suerte, hubo muchos otros momentos
en que lo hicimos y que alimentan mi
idea clara de lo que sería el ahora
contigo. Yo tenía 17 y vos un par más,
sentadas con un batido, con una universidad
por delante y una bolsa de
boletines IKÉ por escribir (vos la parte
del humor ácido por supuesto), así
como miles de reuniones activistas
en mi casa, en la tuya, en organizaciones,
en los intentos y logros varios
de hacer, de decir, de gritar que
todo debía ser diferente y que no nos
íbamos a rendir... no nos hubiéramos
imaginado las conversaciones últimas
que tuvimos y el mutuo apoyo.
Muchas veces volvimos juntas de las
marchas por diversos motivos hacia
los barrios del sur. Por tu esencia que
pensó siempre en su propia existencia,
que lo reflexionó todo, que lo escogió
todo. Mi corazón abierto por tu
presencia”.
Laura Hernández
“A Roxana, o Roxy Poxy, como le decía
por cariño, la conocí en la UCR a
fines de los años 70, cuando ambas
cursábamos la carrera de filosofía.
Siendo cuatro años menor que yo, desde
el inicio, me impresionó su erudición,
su finísimo humor y memoria sin igual.
No recuerdo el curso o fecha exacta
en que nos conocimos (ella era la de
la memoria), pero estoy segura de que
nuestro interés común en la filosofía, el
arte y la política, cimentaron nuestra
amistad. Trabajamos juntas en la Asociación
Estudiantil de la Escuela de Filosofía
y tuvimos algunos cursos y círculos
de discusión comunes. Aunque en
aquellos tiempos nos inclinábamos por
autores y temáticas filosóficas diferentes,
pasábamos horas amenísimas, filosofando,
escuchando música o leyendo
poesía, incluso la de ella que, ya desde
entonces, tenía la profundidad y sensibilidad
de poetas de la talla de Borges
o Benedetti. Roxana fue un ser extraordinario,
no sólo por sus innegables
dotes intelectuales sino, además, como
pude percibir más claramente con el
paso del tiempo, por su accionar, siempre
íntegro y presente, acompañado de
su inimitable capacidad para llamar al
pan “pan” y al vino “vino”, con gran humor,
originalidad y, maravillosamente,
sin preocuparse jamás por el “qué dirán”.
La quise muchísimo como amiga,
la admiré aún más, como persona pública,
donde su entrega y compromiso
a la lucha por los derechos de todos,
hoy se reconoce ampliamente. La extraño
mucho y, por eso, hoy como ayer,
yo también digo por nuestros derechos:
Presente, ¡ni un paso atrás!
Christel Steinvorth
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