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ORGULLO
lestares, críticas, deseos arrastrados
o latentes, privilegios y necesidades
no satisfechas antojadas de justicia
social.
Es esta dimensión, que resalta lo que
existe y no lo que la metodología logra
capturar, se encierra las riquezas
de los mundos y el potencial de saltar
desde la descripción de aquello
que nos rodea a la acción política. Es
el sentimiento y la emoción que moldean
nuestras necesidades y nuestros
mundos; un bastión para entender
nuestras prioridades disfrazadas
de racionalidad. Es señalar el accionar
público, privado y personal como
representantes cristalizados de discursos
de materia mortal y no divina.
Desmantelando esta primera capa de
reflexión, no hay nada que no podamos
cuestionar. Podríamos tomar el
rol de críticos a la acción generalizadora
que se otorga el privilegio de
llamarse mayoría –moral, religiosa,
étnica, etc– y proponerle la contraoferta
de generalizar, pero en el buen
sentido de la acción. Es decir, que
nos reconozcamos en nuestros privilegios
y necesidades para dar paso
en aquellos espacios que nuestra
existencia no puede colmar más que
con generalizaciones hegemónicas.
Implicaría las micro-políticas de no
tomar la palabra por la otra, el reconocerse
en sus propias capacidades,
superar la tiranía de pensarse como
mayoría simple, entenderse en un mundo
descentrado del diálogo monoteico
–donde el Dios es el Ego–, despejar sillas
en la mesa de toma de decisiones,
moldear estrategias comunicativas o
políticas con justa representación.
Por supuesto, ningún tirano se ha bajado
de las escalinatas del trono con una
sonrisa en la cara. Reconocer nuestros
propios límites implica la alianza y la
discusión con sectores colindantes –
donde sus fronteras pierden sentido en
la cotidianeidad–, como los movimientos
feministas, sindicales, estudiantiles,
entre otros. La propuesta de abrazar
la acción de generalizar implica, como
estrategia política para las poblaciones
LGTBIQ+, el cuestionar cómo se ha
abordado el juego político desde nuestras
múltiples trincheras.
Como acción política, nuestro quehacer
dice mucho sobre el modelo social,
económico y político por el cual apostamos,
por lo que la tensión se encuentra
no solo en cuándo logramos el reconocimiento
de los derechos humanos,
pero también el cómo, ¿nuestra acción
política es un cuerpo ético o una ley de
la selva capitalista que se limita a reproducir
lo ya existente? ¿Son los movimientos
LGTBIQ+ un campo fértil para
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