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El Mollete Literario

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Luego de mucho insistir, me llevó a conocer la noche<br />

madrileña de música que zumbaba en los oídos hasta tres<br />

horas después de salir del lugar en turno; me pagaba tragos,<br />

me presentaba amigos que había conocido al momento; me regaló<br />

un labial y una tira de condones que nunca usé porque<br />

siempre rechacé a todos los tipos que se me acercaban. Me<br />

enseñó las calles de su Madrid de día y sin tacones. Me prestó<br />

una novelita de Espido Freire con la que volví a la lectura<br />

de algo más que los periódicos y me preguntó, muy seria,<br />

si era lesbiana; luego me miró fijamente y me dijo que ella<br />

había dejado Alcalá de Henares porque su hombre se había<br />

liado con una panameña que no supo hacerla en la ciudad y<br />

se refugió en su pueblo para robar maridos y escandalizar a<br />

las señoras. Tomó mi mano, hizo mi cabello a un lado y me<br />

dijo que no tenía que explicarle nada, que los condones se<br />

los guardara a ella para cuando los necesitara.<br />

Por mayo de 2017 viajé a Blanes, busqué cierta librería<br />

esperando que fuera un mito para no hallarme en el lugar de<br />

escritores muertos, pero era real, así que compré unos cuantos<br />

libros para dejar de ser Joan Vollmer y convertirme en<br />

María Font. Antes de partir le di las llaves a Blanca, la puta<br />

de mi renacimiento, un poco en forma de agradecimiento y<br />

otro tanto por compasión, pues siempre me pareció extraño<br />

que descansara con los ojos medio abiertos en una silla de<br />

aquel lugar que mantenía el ruido constante de las lavadoras<br />

encendidas, dando y dando vueltas en ciclos programados<br />

de acuerdo a la cantidad de ropa o dinero. La renta estaba<br />

cubierta por dos meses y yo no tardaría tanto dando vueltas.<br />

Al regresar a Madrid, Blanca ya no estaba, había dejado<br />

la llave bajo la alfombra, costumbre de otros países que jamás<br />

había entendido. Aún me quedaba semana y media en<br />

aquel piso, así que busqué a Blanca por cuatro días seguidos<br />

sin ocuparme de otra cosa más que de comer, pero no supe<br />

nada. Entonces comencé a buscar empleo y hallé una cafetería<br />

pequeña a tres cuadras de Vallecas, considerando que<br />

era el único lugar donde estaba altamente comprobado que<br />

fuera el país que fuera siempre hallaba la taza correcta y las<br />

palabras de sobra, sin necesidad de correcciones engorrosas.<br />

Me instalé en Entrevías y todos los días, excepto los sábados,<br />

caminaba hasta el tren, subía en el Pozo y leía un poquito<br />

hasta llegar a Vallecas. Mis días de descanso los usaba para<br />

recorrer las estaciones del tren y mirar qué había a los lados;<br />

siempre quise hacer eso con el metro de México, pero estaba<br />

demasiado ocupada en cualquier cantidad de cosas que<br />

para Blanca resultaba un secreto que jamás optó por revelar.<br />

<strong>El</strong> secreto de la mexicana, le gustaba decir, mirándome<br />

mientras me prendía algún cigarro.<br />

La recordaba casi todos los días intrigada por su desaparición,<br />

como si aquello fuera un mal made in México; por<br />

las noches más que en el día. Por eso hice unos cuantos amigos,<br />

fiables, de acento curiosos y ninguno mexicano; siempre<br />

acordándome que a Blanca nunca le gustó que rechazara<br />

a cada uno de los hombres que me presentó y que mirara<br />

con desconfianza a sus amigas. Solía decirme: las putas somos<br />

las personas más confiables, la cantidad de historias y<br />

secretos que guardamos. Digamos, entonces, que comencé<br />

a salir en su honor.<br />

Viajé a Barcelona, Cataluña, Andalucía, sigo esperando<br />

llegar a París y a Portugal, con escala especial en Lisboa, mi<br />

querida Lisboa que siempre va a esperar por mí. Llamo a mi<br />

madre una vez al mes y a mi padre una cada dos meses. A<br />

mis hermanos escribo cartas de vez en cuando, cosas aburridas<br />

que para mí representan el primer ensayo de un regreso<br />

a la escritura. He empezado a llenar mi piso con libros y más<br />

muebles; hago despensas cada vez más completas y como<br />

un poco más.<br />

Llevo ya casi seis años viviendo en el mismo lugar, mi rostro<br />

parece haber cambiado y mis arrugas pequeñitas son la<br />

huella de todo lo que sigo sin olvidar, van marcando el mapa<br />

del secreto de la mexicana que ya nadie conocerá jamás, pues<br />

la puta de mi amiga habría sido la única a quien le hubiera<br />

contado todo, todo lo que era México para mí, todo lo que<br />

ahí quiso pasarme. Conozco muy bien cómo entra el sol por<br />

la ventana en la sala y el camino que recorre hasta los libros<br />

que cada día caben menos. No he vuelto a ver a Blanca desde<br />

ese mayo en que decidí salir de casa —ahora si puedo llamar<br />

de aquel modo a este lugar —; de vez en cuando mantengo<br />

relaciones con chicos agradables, pero sólo hago que duren<br />

entre una semana y un mes. Llevo diez páginas de la novela<br />

de Leonard Cohen que arrumbé en el fondo de mi mochila de<br />

viaje y procuro no decir cosas que causen falsas expectativas<br />

en las personas, jamás. Una mujer que sufre, como me dijo<br />

una noche Blanca, caminando con sus tacones tan altos como<br />

los que nunca usaría yo, siempre tiene fuego en la mirada,<br />

un fuego que no se termina por más lágrimas que parezcan<br />

querer salir cada día y tú, maja, la tienes bien liada en la vida.<br />

Quizá por eso jamás llegué hasta el primer punto<br />

en mi recorrido lejos de casa, para no derretir todo a la<br />

primera mirada de ausencia y extrañamiento; aunque aún<br />

llevo la Antártida en mis huesos y en cada poema que me<br />

recuerda el sufrimiento y el adiós de mi último tiempo en<br />

México… Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la<br />

escalera,<br />

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,<br />

nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie camina<br />

por la calle recogiendo tu sombra partida en pedacitos,<br />

tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te extraña,<br />

puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,<br />

puedes perderte para siempre en tu tristeza,<br />

nadie grita tu nombre, nadie te espera,<br />

sólo el silencio que baja y te destroza,<br />

sólo el silencio que baja y te aniquila,<br />

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,<br />

nadie camina desde la oscura zona del derrumbe<br />

[…]<br />

Max Rojas<br />

23<br />

<strong>El</strong> <strong>Mollete</strong> <strong>Literario</strong>

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