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Cuentan los códices que aquí se producían
finísimos lienzos con los que se vestían los
emperadores aztecas y los comerciantes
o pochtecas se detenían para refrescarse
en el manantial junto a un ahuehuete que
consideraban sagrado.
Durante la colonia se construyeron regios
conventos e iglesias. Todavía se conservan
los restos del monasterio de Ocuilán
construido en el siglo XVI que entre las
montañas parece resguardar con celo las
bellísimas lagunas de Zempoala.
Su paisaje es sinuoso y da la impresión de
ser infranqueable, razón por la que muchos
turistas visitan para acampar y retirarse
del bullicio de la megalópolis. También
cuenta con otros atractivos turísticos
como el parque El Ahuehuete, Lagunas
de Zempoala, Exconvento Agustino y
Santuario de Chalma.
Cerca de tres horas de terracería y sin
señalamientos acertados fueron las únicas
herramientas que guiaron a cientos de
familias para darse cita en el Primer Festival
del Globo de Cantoya, ubicado en el
parque temático “La Gloria”, a 15 minutos
del Santuario del Señor de Chalma.
Afortunadamente la gente de las
localidades cercanas al parque, pese a
desconocer del evento, siempre tenía la
respuesta acertada para guiar de manera
orientada a los forasteros.
En ningún momento, el entusiasmo
de la multitud se vio mermado por
la desorganización, por los coches
atorados en el lodazal, los zafarranchos,
las casas para acampar y las bandas
de rock desconocidas que engalanaron
el escenario principal para disfrutar del
espectáculo de luces incandescentes.
A la entrada, los Food Trucks (carros de
comida) y las bebidas artesanales fueron
la mezcla perfecta para agasajar a los
paladares más exigentes que habían
sobrevivido la travesía.
Entrada las ocho de la noche: la gente
empezó a atrincherarse en la zona
de camping para lanzar los globos de
cantoya -los había chinos y nacionales- por
supuesto que aquellos que fueron atraídos
por el síndrome del madeinchismo nunca
pudieron ver sus globos despegar; por el
contrario, las esferas hechas en México,
revistieron el cielo frío que se guardaba
entre los gigantescos árboles.
Entre acrobacias y peripecias, las familias,
amigos y parejas se unían para lanzar
juntos sus luciérnagas artificiales que se
disputarían con las estrellas el esplendor
de la noche y saturar con miles de puntos
luminosos un cielo boscoso que ansiaba
deleitar a su público con espectáculo
inigualable.
Ante los ojos de los espectadores, cientos
de luces se levantaron al son del aire que
soplaba fríamente para desvanecerse en
la inmensidad de la oscuridad. Mientras
tanto, las miradas inocentes de los más
pequeños se deslumbraban de alegría al
revivir las luces flotantes que se lanzaban
cada año para celebrar el cumpleaños
de Rapunzel.
Sin duda, entre el brillo puro de
princesas, luces de Ocuilán y sonrisas
despampanantes, el festival fue
espectáculo grandioso que valió la pena
disfrutar y compartir con los seres queridos.
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