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Columna
ISABEL DE ESTRADA
“Cuarentena maldita, cuarentena
bendita”
Y seguimos en esta eterna cuarentena que detuvo el ritmo
habitual del mundo y cambió costumbres, reglas, humores,
estados, espíritu y tanto más. Y se hizo el silencio en las
ciudades, los cielos, las calles y las rutas. Desaparecieron
las mil y una distracciones y el movimiento perpetuo.
Repentinamente nos encontramos entre cuatro paredes,
con nuestras familias. O solos. Y nos miramos con
detenimiento entre nosotros (los que compartimos casa),
o hacia nosotros, los que no. Y así, fuimos descubriendo
a quien teníamos al lado bajo otra luz, la de la pausa, el
tiempo largo, la necesidad. De a momentos revelador,
de a momentos caótico, intenso, alegre o terrible. Y sin
el ruido y el hormigueo, descorrimos velos. Y ya sin ellos,
percibimos luces, y sombras, en estado puro. Afuera, los
espacios desocupados se poblaron de aquellos “otros”
originarios pobladores. Los que ignoramos, corremos,
eliminamos, pero que persisten y sin que nos percatemos,
allí están, para recordarnos que pertenecemos también al
mundo natural. Con el transcurrir de los meses hubieron
quienes se encontraron tan cómodos entre los muros de
su casa, que quisieron mejorarlos aún más, e incorporar
algo de esa naturaleza perdida. Los relojes se detuvieron,
y llegó la hora de los sueños postergados. Que la felicidad
de quedarse en casa fuera completa.
Me animaría a asegurar, que no existe una familia en que
al menos uno de sus integrantes no haya añorado tener
un perro a lo largo de su vida. Y con la misma seguridad,
diría que al menos la mitad de aquellos que lo anhelaron,
por una razón o por otra, no lo hicieron. Tiempo, trabajo,
dinero o espacio.
Pero por primera vez quizás en nuestras vidas, nos
encontramos sin objetos para consumir y con pocas
necesidades materiales. La sensibilidad a flor de piel y
una sensación desconocida, por descubrir. Y un día, los
teléfonos de los refugios y las asociaciones protectoras de
animales, no pararon de sonar. Y aún lo siguen haciendo,
gracias a Dios! Y en muchas casas la entrada de un
perro, significó la vida natural, tan vapuleada, ignorada y
maltratada.
Nosotros, circulábamos con barbijos, entregando seres
inocentes que poco entendían lo que pasaba. Por
representar una promesa de calor, amor, diversión,
emoción, reencuentro. Exigiendo poco, o nada. Tan solo
con el compromiso del amor y el cuidado.
Todos los que acompañamos a nuestros rescatados
en este recorrido, porque no confesarlo, nos hemos
preguntado lo que sucederá cuando las distracciones y
las infinitas lucecitas de neón, volvieran a brillar, y nuestro
espíritu volviera a distraerse, acelerando nuestras vidas,
para atender lo inmediato, lo urgente.
Y como siempre tenemos la posibilidad de elegir entre
el bien y el mal, de creer o no, de apostar o no hacerlo
y de pensar que todas las crisis vienen también con
aprendizajes. Muchos de nosotros, elegimos entregar
esos valiosos tesoros que son nuestros protegidos. Esos
seres salvados del hambre, el miedo y el sufrimiento, a
quienes acompañamos en su proceso de recuperación
hasta vislumbrar nuevamente el brillo de sus ojos.
Cuarentena bendita, cuarentena bendita, cuarentena
llena de posibilidades y descubrimientos. Cuarentena de
dolor, planes fallidos y universos por descubrir. Allí están,
los hijos perrunos de la cuarentena en sus hogares. Para
siempre?
“Por primera vez quizá en nuestras vidas, nos encontramos sin objetos
para consumir y con pocas necesidades materiales”