HERREROS Y ALQUIMISTAS Mircea Eliade - Thule-italia.net
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3. El mundo sexualizado<br />
Cuando hablamos de la «sexualización» del mundo vegetal conviene que nos<br />
entendamos sobre el sentido del término. No se trata de los fenómenos reales de la<br />
fertilización de las plantas, sino de una clasificación morfológica «cualitativa», que es<br />
consecuencia y expresión de una experiencia de simpatía mística con el mundo. Es la<br />
idea de la Vida que, proyectada sobre el cosmos, lo «sexualiza». No se trata de<br />
observaciones correctas, «objetivas», «científicas», sino de una valorización del mundo<br />
que le rodea en términos de Vida y, por tanto, de destino antropocósmico, que implica la<br />
sexualidad, la fecundidad, la muerte y el renacimiento. No es que los hombres de las<br />
sociedades arcaicas hayan sido incapaces de observar «objetivamente» la vida de las<br />
plantas. Prueba de que no es así es el descubrimiento de la fecundización artificial y el<br />
injerto de las palmeras de dátiles e higueras en Mesopotamia, operaciones conocidas<br />
desde tiempos muy remotos, pues ya dos párrafos, por lo menos, del Código de<br />
Hammurabi legislan sobre esta cuestión. Estos conocimientos prácticos fueron a<br />
continuación transmitidos a los hebreos y árabes 1 . Pero la fertilización artificial de los<br />
árboles frutales no se consideraba como una simple técnica hortícola, cuya eficacia<br />
procedía de sí misma, sino que constituía un ritual, en el que estaba implicada la<br />
participación sexual del hombre por el hecho de que procuraba la fertilidad vegetal. Las<br />
prácticas orgiásticas en relación con la fecundidad terrestre, y sobre todo con la<br />
agricultura, están abundantemente probadas en la historia de las religiones. (Véase<br />
nuestro Tratado, pp. 271 y ss., 303 y ss.)<br />
Bastará con un ejemplo, que precisamente se relaciona con el injerto de<br />
limoneros y naranjos, para ilustrar el carácter ritual de esta operación. Ibn Washya nos<br />
ha transmitido en su Libro sobre la agricultura nabatea las costumbres de los<br />
campesinos de Mesopotamia, Persia y Egipto. El libro se ha perdido, pero según los<br />
fragmentos conservados, sobre todo por Maimónides, puede juzgarse sobre la naturaleza<br />
de las «supersticiones» que rodeaban la fertilización e injerto de los árboles frutales en<br />
el Cercano Oriente. Maimónides explica la prohibición existente entre los judíos de<br />
utilizar los limones de los árboles injertados con el fin de evitar las prácticas orgiásticas<br />
de los pueblos vecinos, que acompañaban necesariamente a los injertos. Ibn Washya —<br />
y no es éste el único autor oriental que se deja arrastrar por tales imágenes— hablaba<br />
incluso de injertos fantásticos y «contra natura» entre las diversas especies vegetales.<br />
(Decía, por ejemplo, que injertando una rama de limonero en un laurel o un olivo se<br />
conseguían limones muy pequeños, del tamaño de aceitunas.) Pero luego precisa que el<br />
injerto no llegaría a buen término si no se llevaba a cabo ritualmente y en una cierta<br />
conjunción entre el sol y la luna. Y explica el rito diciendo que la rama de limonero<br />
«debía hallarse en la mano de una joven bellísima, con la cual debía tener relación<br />
sexual, vergonzosa y contra natura, un hombre; durante el coito la joven coloca la rama<br />
en el árbol» 2 . El sentido está claro: para obtener una unión «contra natura» en el mundo<br />
vegetal se requería también una unión sexual contra natura de la especie humana.<br />
Tal universo mental difiere radicalmente del que permite y alienta la<br />
observación objetiva de la vida de las plantas. Como otros pueblos de la antigüedad<br />
oriental, los mesopotámicos empleaban los términos de «macho» y «hembra»<br />
refiriéndose a vegetales, pero la clasificación se hacía tomando en consideración<br />
criterios morfológicos aparentes (semejanza con los órganos genitales humanos) o el<br />
lugar de esta o aquella planta en las operaciones mágicas. Así, por ejemplo, el ciprés o<br />
la mandragora (NAMTAR) eran «machos», mientras que el arbusto nikibtu (Liquidambar<br />
orientalis) era tomado por «macho» o «hembra», según su forma o la función ritual que<br />
se le atribuía 3 . Análogos conceptos hallamos en la antigua India: por ejemplo, Caraka