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ñar sus funciones de una manera digna de confianza”.<br />

No está de más considerar los efectos de lo que se<br />

ha dado en llamar “Globalización” en el funcionamiento<br />

de los Recursos Humanos: a) por un lado, la internalización<br />

de la economía, b) la interdependencia de los mercados,<br />

que ha dado como resultado la creación de una<br />

sociedad global, y c) sobre todo, la aparición de nuevos<br />

criterios intangibles a tener en cuenta (versatilidad, adaptabilidad,<br />

resistencia a los cambios, innovación, etc.). En<br />

este contexto, los aspectos que recogen los perfiles de exigencias<br />

actuales han variado mucho con respecto a los de<br />

hace diez o quince años. En el suplemento Expansión &<br />

Empleo del diario El Mundo (número 126, domingo, 16 de<br />

mayo de 2010) leemos que «en un período como el actual<br />

“lo que necesitamos son personas imprescindibles,<br />

profesionales provocadores que ofrezcan ideas originales,<br />

que controlen su miedo y que se atrevan a transformar<br />

su entorno” […]. Las características que definen a estos<br />

individuos son la proactividad, la tenacidad, la creatividad<br />

y el compromiso aunque, si no son apuntaladas<br />

por la visibilidad social, perderán parte de su brillantez».<br />

Considero que tales efectos de la globalización<br />

han supuesto la mediatización definitiva de los intereses<br />

crematísticos de las clases burguesas hoy ya consolidadas.<br />

A hombros de Marx, podemos afirmar que este esquema<br />

se ha asentado sobre el predominio de la propiedad<br />

y la seguridad de unos pocos (que podemos denominar<br />

“propietarios”) sobre unas maquilladas igualdad y libertad<br />

de la mayoría (o “trabajadores”). Además, nos hallamos<br />

ante el peligroso dualismo –cada vez más monismo– de<br />

la política y el poder: sabemos muy bien que, por ejemplo,<br />

en nuestro país el poder económico (las grandes empresas<br />

y entidades bancarias), solo financian generosamente<br />

a aquellos partidos políticos que defiendan sus intereses.<br />

La cuestión es, pues, cómo eludir, en la medida de<br />

lo posible, el control, presión y coacción del poder económico.<br />

Rafael Larrañeta explica que “en un país donde el<br />

desposeído o el marginado no puede levantar la voz contra<br />

la injusticia y ser desagraviado, jamás podremos imaginar<br />

que existe verdadera democracia” (“¿Superioridad ética de<br />

la democracia?”), lo que contrasta muy tristemente con<br />

la siguiente afirmación redactada por la Comisión Europea<br />

(Bruselas, 2000): “todos los que viven en Europa, sin<br />

excepción, deben tener las mismas oportunidades para<br />

adaptarse a las demandas que impone la transformación<br />

social y económica y para participar activamente en la concepción<br />

del futuro de Europa”. ¿Democratización de la<br />

economía? ¿Ética en la empresa? ¿Se reducen, de alguna<br />

manera, lo social y laboral a lo meramente económico?<br />

En este complicado contexto, el Derecho es<br />

necesario –pero insuficiente–; aquel no agota la moral,<br />

por lo que se requieren mecanismos de cohesión social<br />

diferentes de él, mediante los que se haga hincapié<br />

en el compromiso y participación activa de las organizaciones.<br />

Así, columbramos una interdependencia entre<br />

el espacio público y el espacio privado para el desarrollo<br />

pleno de nuestra libertad, en constante convivencia<br />

–y liza– con los propósitos de las empresas. El Derecho<br />

y la Ética (aplicada a partir de la instauración de meras<br />

normas) se nos antojan, pues, insuficientes de cara<br />

a fundamentar el compromiso social de las empresas.<br />

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