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jesuitas102

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P«¿ ablo es Pablo?». Esta pregunta, cargada<br />

de intención y bondad, se la hizo una<br />

vez a otra persona una que me conoce muy<br />

bien y llevaba un tiempo largo sin verme.<br />

Una pregunta que, poco a poco, se me ha<br />

ido haciendo muy importante -convirtiéndose<br />

en tarea y desafío- y que, envuelta<br />

por ese «hilo» de fe y esperanza que vivo,<br />

se podría reformular así: «¿Juan Pablo es lo<br />

que Dios quiere que sea?».<br />

Soy consciente de que mi vida se ha<br />

ido y se va construyendo con nombres y<br />

adjetivos diferentes que me ayudan a ser<br />

y a decir lo que soy: buen o regular hijo<br />

y hermano, fiel o mediocre amigo, esperanzado<br />

o escéptico colaborador del Reino,<br />

entusiasta o desganado jesuita, disponible<br />

o resignado compañero de comunidad,<br />

agradecido o exigente sacerdote…<br />

Sin embargo, por debajo de estos<br />

modos de ser y vivir -y dándoles o restándoles<br />

calidad- creo que existe con fuerza<br />

otra cosa en mi vida y en nuestra vida, una<br />

especie de verdad a modo de «Magnificat o<br />

Bienaventuranzas» y que, de vez en cuando,<br />

me ha hecho experimentar que yo soy<br />

más yo cuando al palpar mis fragilidades y<br />

mi pecado compruebo que el amor de Dios<br />

y el de los demás es mucho mayor que el<br />

mío. Una verdad que me ha hecho verme<br />

Todo recibido de Dios<br />

Juan Pablo Rodríguez Gutiérrez, SJ<br />

más nítidamente cuando no me he mirado<br />

desde mis pequeños o grandes éxitos y<br />

fracasos, sino desde la mirada compasiva y<br />

cariñosa de Dios; o cuando me he sentido<br />

«bueno» no por mis tacaños empeños o<br />

mis flacas conquistas morales y apostólicas,<br />

sino porque otros me hacían gratuita y<br />

generosamente «bueno».<br />

Me he sorprendido aproximándome a<br />

lo que Dios quiere que sea cuando he vivido<br />

en la Iglesia, en la Compañía de Jesús<br />

y con las personas sin tantas exigencias y<br />

con más gratuidad, o cuando he acogido<br />

la vida confiadamente con todos sus sabores<br />

y sus espectaculares sorpresas. Me he<br />

reconocido más jesuita y sacerdote, cuando<br />

lo he vivido como regalo que Otro y otros<br />

me han hecho, insinuándome que me diera<br />

a los demás dispuesto a recibir siempre<br />

mucho más de lo que iba a entregar. Se<br />

me ha hecho, también, muy transparente<br />

lo que soy, cuando los más desfavorecidos,<br />

los más humildes, los más pobres,<br />

las mujeres que incansablemente alientan<br />

vida, los hombres que se afanan en trabajos<br />

duros por una familia que quizá está<br />

lejos…, me han devuelto amablemente, sin<br />

pretenderlo y sin reproche alguno, la medida<br />

real de mi estatura haciéndome que me<br />

sienta pequeño y hermano.<br />

Y, finalmente, se me ha ensanchado el<br />

corazón y he reconocido mi nombre inscrito<br />

en él cuando he vivido agradecidamente<br />

todo como recibido de Dios en las muchas<br />

personas y rostros que Él ha ido poniendo<br />

en mi camino, y he devuelto torpemente a<br />

Dios en ellos, lo que de Él venía. O expresado<br />

con otras palabras: siento y creo que<br />

soy más yo, y más lo que Dios quiere que<br />

sea, cuando rezo el «Tomad, Señor, y recibid»<br />

y atisbo que esta oración me hace<br />

ser, nos hace ser, de un modo único, lo que<br />

verdaderamente somos y lo que Dios quiere<br />

que seamos. ■

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