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P«¿ ablo es Pablo?». Esta pregunta, cargada<br />
de intención y bondad, se la hizo una<br />
vez a otra persona una que me conoce muy<br />
bien y llevaba un tiempo largo sin verme.<br />
Una pregunta que, poco a poco, se me ha<br />
ido haciendo muy importante -convirtiéndose<br />
en tarea y desafío- y que, envuelta<br />
por ese «hilo» de fe y esperanza que vivo,<br />
se podría reformular así: «¿Juan Pablo es lo<br />
que Dios quiere que sea?».<br />
Soy consciente de que mi vida se ha<br />
ido y se va construyendo con nombres y<br />
adjetivos diferentes que me ayudan a ser<br />
y a decir lo que soy: buen o regular hijo<br />
y hermano, fiel o mediocre amigo, esperanzado<br />
o escéptico colaborador del Reino,<br />
entusiasta o desganado jesuita, disponible<br />
o resignado compañero de comunidad,<br />
agradecido o exigente sacerdote…<br />
Sin embargo, por debajo de estos<br />
modos de ser y vivir -y dándoles o restándoles<br />
calidad- creo que existe con fuerza<br />
otra cosa en mi vida y en nuestra vida, una<br />
especie de verdad a modo de «Magnificat o<br />
Bienaventuranzas» y que, de vez en cuando,<br />
me ha hecho experimentar que yo soy<br />
más yo cuando al palpar mis fragilidades y<br />
mi pecado compruebo que el amor de Dios<br />
y el de los demás es mucho mayor que el<br />
mío. Una verdad que me ha hecho verme<br />
Todo recibido de Dios<br />
Juan Pablo Rodríguez Gutiérrez, SJ<br />
más nítidamente cuando no me he mirado<br />
desde mis pequeños o grandes éxitos y<br />
fracasos, sino desde la mirada compasiva y<br />
cariñosa de Dios; o cuando me he sentido<br />
«bueno» no por mis tacaños empeños o<br />
mis flacas conquistas morales y apostólicas,<br />
sino porque otros me hacían gratuita y<br />
generosamente «bueno».<br />
Me he sorprendido aproximándome a<br />
lo que Dios quiere que sea cuando he vivido<br />
en la Iglesia, en la Compañía de Jesús<br />
y con las personas sin tantas exigencias y<br />
con más gratuidad, o cuando he acogido<br />
la vida confiadamente con todos sus sabores<br />
y sus espectaculares sorpresas. Me he<br />
reconocido más jesuita y sacerdote, cuando<br />
lo he vivido como regalo que Otro y otros<br />
me han hecho, insinuándome que me diera<br />
a los demás dispuesto a recibir siempre<br />
mucho más de lo que iba a entregar. Se<br />
me ha hecho, también, muy transparente<br />
lo que soy, cuando los más desfavorecidos,<br />
los más humildes, los más pobres,<br />
las mujeres que incansablemente alientan<br />
vida, los hombres que se afanan en trabajos<br />
duros por una familia que quizá está<br />
lejos…, me han devuelto amablemente, sin<br />
pretenderlo y sin reproche alguno, la medida<br />
real de mi estatura haciéndome que me<br />
sienta pequeño y hermano.<br />
Y, finalmente, se me ha ensanchado el<br />
corazón y he reconocido mi nombre inscrito<br />
en él cuando he vivido agradecidamente<br />
todo como recibido de Dios en las muchas<br />
personas y rostros que Él ha ido poniendo<br />
en mi camino, y he devuelto torpemente a<br />
Dios en ellos, lo que de Él venía. O expresado<br />
con otras palabras: siento y creo que<br />
soy más yo, y más lo que Dios quiere que<br />
sea, cuando rezo el «Tomad, Señor, y recibid»<br />
y atisbo que esta oración me hace<br />
ser, nos hace ser, de un modo único, lo que<br />
verdaderamente somos y lo que Dios quiere<br />
que seamos. ■