mensapiens - Mensa Argentina
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Este no es...<br />
Este no es un poema:<br />
Es mi cobijo de palabras;<br />
palabras que se vieron<br />
desoladas - como yo -<br />
y vinieron a mi encuentro.<br />
Yo...<br />
no tenía nada<br />
y las ordené en una<br />
cuidada estrategia de insinuación.<br />
No esperaba hallar secretas geometrías,<br />
solo deseaba formar una oración;<br />
encontrar esa armonía visceral<br />
que se adueña de todas las cosas.<br />
Y tu...<br />
sencillamente,<br />
eras feliz con tu ración<br />
Hoy...<br />
Ya no estoy buscando respuestas,<br />
mis dudas, herían con dolor.<br />
He detenido el péndulo,<br />
apostando a la razón;<br />
razón que somete a las horas<br />
y me dio nueva prisión.<br />
......................................<br />
Afortunadamente...<br />
Mis palabras,<br />
han venido acompañando,<br />
a mi basta soledad.<br />
HAR, 08/00<br />
El Ascensor<br />
Robustiano Garrido<br />
Las lucecillas indicadoras marcaban el piso<br />
23 cuando el ascensor, bruscamente, se detuvo.<br />
Edgar Vinaglia, un lúcido presbítero<br />
luterano, apuntó que a su juicio, estaban<br />
varados entre los pisos 23 y 24 de la lujosa<br />
torre de convenciones.<br />
Había atrapadas en el traicionero ascensor,<br />
doce representantes de las más diversas<br />
e importantes religiones del planeta.<br />
Doce personas que se dirigían al coqueto<br />
salón del nivel 48. En cuestión de minutos<br />
comenzaría allí, en el centro de conferencias<br />
“Nemiberto Ambrosi” un trascendental<br />
debate religioso.<br />
Se discutiría sobre el espinoso asunto de<br />
la existencia de dios.<br />
Era tal el caudal de gente, participantes<br />
y meros curiosos, que habían concurrido<br />
al edifi cio, que el personal de seguridad y<br />
vigilancia fue desbordado en su capacidad;<br />
y nadie se percató de que uno de los treinta<br />
ascensores se hallaba detenido en las siniestras<br />
entrañas del complejo.<br />
Dentro de el elevador, reinaba una<br />
calma aparente. Los religiosos permanecían<br />
quietos, exhibiendo cierta rebuscada<br />
tranquilidad. Estaban seguros de que en<br />
cuestión de instantes, el ascensor retomaría<br />
su marcha normal, y los llevaría a su destino,<br />
unos veinticinco pisos más arriba.<br />
Simultáneamente, en el salón “Nemiberto<br />
Ambrosi”, la conferencia-debate daba<br />
comienzo. A pesar de la ausencia de doce<br />
de los trescientos oradores, nadie se hizo<br />
ningún problema.<br />
Habrían transcurrido ya treinta minutos, y<br />
la temperatura interna del atiborrado ascensor<br />
empezaba a elevarse ostensiblemente.<br />
Gruesas y brillantes gotas de transpiración<br />
comenzaban a brotar de los rostros de<br />
los involuntarios prisioneros.<br />
Y fue en ese momento cuando se encendió<br />
la peligrosa mecha de la discordia.<br />
Uno de los pasajeros, el rabino León<br />
Waisbein, hizo pública una particular creencia.<br />
Dijo en voz alta: “No debemos preocuparnos,<br />
mi dios nos salvará a todos!”.<br />
Bastó este pequeño pero signifi cativo<br />
comentario, para que Toshiro Kami (un<br />
encendido defensor de las doctrinas de<br />
Buda) reaccionara airadamente espetándole<br />
que cómo podía asegurar tan temerariamente<br />
que sería precisamente su dios, y no<br />
el Buda, quien los sacaría de aquella incómoda<br />
situación.<br />
Entonces, con una risa nerviosa e histérica,<br />
intervino Mohamed Razullbah, que<br />
Escritos<br />
expresó:”Queridos amigos, dejad de hablar<br />
sandeces e improperios, como todos seguramente<br />
sabéis, en estos casos de detención<br />
imprevista de ascensores, es el mismo Alá<br />
quien nos trae las soluciones.”<br />
Fue ahí que Cotapec Huamoc, acérrimo<br />
defensor de la teología maya, fuera de si, le<br />
lanzó un terrible golpe de puño que partió la<br />
débil mandíbula del sorprendido musulmán.<br />
El caos se adueño del singular universo<br />
religioso que poblaba en ascensor.<br />
Comenzaron a escucharse gritos e insultos<br />
de grueso calibre en los más disparatados<br />
idiomas, lenguajes y dialectos.<br />
Todos peleaban descontroladamente,<br />
buscando demostrar a los otros once que<br />
era su dios, exclusivamente su dios quien los<br />
sacaría de ese aprieto.<br />
El normalmente calmo Padre Rodriguez,<br />
anciano cura español, la emprendió a salvajes<br />
puntapiés contra el rostro consternado<br />
de la sacerdotisa egipcia Anubis Micerino,<br />
quien yacía en el piso, empapada en sangre.<br />
Estaban en el clímax de la batalla,<br />
cuando de repente el ascensor comenzó,<br />
lentamente, a salir de su quietud.<br />
La máquina empezó a ganar velocidad.<br />
La inicial mueca de alivio en los rostros<br />
de los contendientes, dio paso rápidamente<br />
al pánico al percatarse de que el movimiento<br />
del ascensor se debía, no al normal funcionamiento<br />
del mismo, sino a que el cable se<br />
había cortado.<br />
Un segundo antes de estrellarse contra<br />
el frío cemento del décimo subsuelo, los<br />
gritos de terror en el interior del elevador<br />
alcanzaron decibeles sorprendentes.<br />
Después, el impacto y la consecuente<br />
explosión (ya que uno de los pasajeros era<br />
miembro de una destructiva secta, y portaba<br />
dos cartuchos de dinamita dentro de un<br />
texto sagrado apócrifo).<br />
En instantes, la belicosa imagen del<br />
grupo de creyentes dio paso a la espantosa<br />
visión de una sangrienta mescolanza de<br />
cadáveres destrozados.<br />
Mientras tanto dios, el verdadero y único<br />
dios, se mataba de risa.<br />
<strong>Mensa</strong>piens<br />
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