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argumento del segundo acto

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La Celestina<br />

Lucrecia, echa esa antepuerta. ¡Oh vieja sabia y honrada, tú seas bienvenida! ¿Qué te parece cómo<br />

ha querido mi dicha y la fortuna ha rodeado que yo tuviese de tu saber necesidad, para que tan<br />

presto me hubieses de pagar en la misma moneda el beneficio que por ti me fue demandado para ese<br />

gentilhombre que curabas con la virtud de mi cordón?<br />

CELESTINA.-<br />

¿Qué es, señora, tu mal, que así muestra las señas de su tormento en las coloradas colores de tu<br />

gesto?<br />

MELIBEA.-<br />

Madre mía, que comen este corazón serpientes dentro de mi cuerpo.<br />

CELESTINA.-<br />

Bien está. Así lo quería yo. Tú me pagarás, doña loca, la sobra de tu ira.<br />

MELIBEA.-<br />

¿Qué dices? ¿Has sentido en verme alguna causa donde mi mal proceda?<br />

CELESTINA.-<br />

No me has, señora, declarado la calidad <strong>del</strong> mal. ¿Quieres que adivine la causa? Lo que yo digo es<br />

que recibo mucha pena de ver triste tu graciosa presencia.<br />

MELIBEA.-<br />

Vieja honrada, alégramela tú, que grandes nuevas me han dado de tu saber.<br />

CELESTINA.-<br />

Señora, el sabidor sólo Dios es. Pero como para salud y remedio de las enfermedades fueron<br />

reputadas las gracias en las gentes de hallar las melecinas, de ellas por experiencia, de ellas por arte,<br />

de ellas por natural instinto alguna partecilla alcanzó a esta pobre vieja, de la cual al presente podrás<br />

ser servida.<br />

MELIBEA.-<br />

¡Oh qué gracioso y agradable me es oírte! Saludable es al enfermo la alegre cara <strong>del</strong> que le visita.<br />

Paréceme que veo mi corazón entre tus manos hecho pedazos. El cual, si tú quisieses, con muy poco<br />

trabajo juntarías con la virtud de tu lengua, no de otra manera que cuando vio en sueños aquel grande<br />

Alejandro, rey de Macedonia, en la boca <strong>del</strong> dragón la saludable raíz con que sanó a su criado Tolomeo<br />

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