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<strong>correo</strong><br />
febrero-marzo<br />
2011<br />
Finalmente entramos a Nicaragua, probablemente<br />
a fines de septiembre, por las cercanías de Jalapa, seguros<br />
de recibir apoyo orgánico interno, en hombres y<br />
avituallamiento, de parte de los conservadores y de los<br />
socialistas; los primeros contactados sin duda por Peter<br />
Vivas, y los socialistas probablemente por Virgilio Godoy.<br />
El núcleo de los Córdoba, de Jalapa, nos contactó<br />
con mucho sigilo y muy rápidamente, me parece que de<br />
parte de los conservadores; mientras que los socialistas<br />
lo hicieron a través Adolfo Evertz Vélez, quien en algún<br />
momento nos visitó en la montaña. Pero el apoyo no se<br />
concretó, no tenían posibilidades de hacerlo.<br />
De todas maneras, el general Raudales había decidido<br />
visitar un pequeño caserío, tal vez de su propia<br />
comarca, probablemente muy cerca de Susucayán,<br />
del poblado de El Jícaro, de donde era originario y había<br />
tenido sus propiedades. Llegamos ahí entrada la<br />
noche, convocamos a sus habitantes, todos los adultos,<br />
mujeres y hombres, se hicieron presente alumbrándose<br />
con candiles. El ambiente era una mezcla<br />
contradictoria de júbilo y temor. No hay dudas de que<br />
Raudales era ahí un personaje muy querido. A petición<br />
del general yo les hablé: ninguno aceptó el llamado.<br />
Luego lo hizo Virgilio Godoy, y el resultado fue igual.<br />
Se impuso el temor.<br />
El general decidió continuar la marcha, sin muestras<br />
de desánimo. Era un hombre de gran entereza.<br />
Días después, hicimos un alto. Entonces Raudales me<br />
pidió regresar a Tegucigalpa con el propósito de plantear,<br />
directamente a Peter Vivas, la necesidad de recontactar<br />
a la gente del interior. Me autorizó a que me<br />
acompañara Julio Velásquez, un hombre que se guiaba<br />
por las estrellas, pues la caminata la hacíamos de noche;<br />
también le pedí autorización para que regresara<br />
conmigo Marco Antonio López Azmitia, un estudiante<br />
guatemalteco, que vivía en Tegucigalpa y a quién yo<br />
había invitado a sumarse a nuestra guerrilla. Después<br />
Marco Antonio se trasladaría a vivir a Nicaragua<br />
Llegamos a El Chichicaste y desde ahí Lino Moncada<br />
nos ayudó a salir a Tegucigalpa ocultos en un camión<br />
cargado de maíz, estibando los sacos a ambos<br />
lados de la cama del camión para dejar libre el centro<br />
hasta una altura suficiente, donde íbamos nosotros.<br />
Luego los taparon con tablas encima de las cuales pusieron<br />
la última hilera de sacos. Así viajamos hasta un<br />
lugar seguro, donde pudimos salir para continuar el<br />
viaje cómodamente.<br />
En Tegucigalpa fui víctima de un severo ataque<br />
de malaria. En esas condiciones Peter me visitó (yo<br />
estaba en casa de Tenchita Tijerino, mi residencia habitual),<br />
y me dijo que trataría de hacer algo, a mi me<br />
resultó evidente que no lo haría, ya no tenía posibilidades.<br />
Como ya dije, Lepaguare había desmontado la<br />
operación. Agüero daba seguimiento a la guerrilla de<br />
Raudales, pero se mantenía al margen porque no tenía<br />
relación orgánica con el Partido Conservador.<br />
Finalmente, Raudales decidió regresar, probablemente<br />
alrededor del 10 de octubre. Buscando la frontera<br />
hondureña, a la altura de los llanos de Yaulí, la<br />
columna fue atacada por la Guardia, creo que el 14 de<br />
ese mes. Ahí murió Ramón Romero hijo, y el general<br />
fue alcanzado por un impacto de bala de Garand que<br />
le arrancó la quijada. Julio Alonso Leclaire me contó<br />
que fue una situación dolorosa, que el general pedía<br />
por señas que lo mataran. Nadie se atrevió. Lograron<br />
montarlo en una bestia y continuaron la marcha hasta<br />
que murió desangrado.<br />
Ramón Raudales<br />
Raudales tenía entonces 67 años. Un patriarca de<br />
pelo completamente blanco, que contrastaba armoniosamente<br />
con su color de piel morena. De gran fortaleza<br />
física, producto sin duda de su vida disciplinada.<br />
Hombre de buenos modales, educado, de hablar pausado<br />
y en voz baja, nunca decía malas palabras. Siempre<br />
usó sombrero de fieltro. De sonrisa fácil. Muy querido<br />
por la gente de su entorno. Un paradigma, incluso<br />
para Santos López, a pesar de nunca lo acompañó.<br />
Hasta el dictador Somoza lo calificó como “un hombre<br />
de mente despejada y de carácter fuerte”. Don Toribio<br />
y la Tenchita, sufrieron mucho por su muerte.<br />
Y Raudales no había sido un asimilado tardío del<br />
ESDN, por el contrario, fue uno de los primeros. Según<br />
le relató Sandino a José Román, hablando de “cómo<br />
empezó mi guerra. Un joven Raudales de El Jícaro, un<br />
viejo Maradiaga y varios otros que más adelante conocerá,<br />
aportaron algo más al dinero que yo tenía y puse<br />
en efectivo, para poder levantarnos en armas. Y con 29<br />
nueve hombre, el dos de noviembre de 1926 ataqué el<br />
poblado de El Jícaro …” Raudales, pues, se inicia durante<br />
la guerra constitucionalista contra el gobierno<br />
de Adolfo Díaz. Mucho antes de que Sandino decidiera<br />
iniciar la guerra de liberación, después del Pacto del<br />
Espino Negro, contra la intervención militar directa<br />
del ejército norteamericano.<br />
A partir de entonces, Raudales se convierte primero<br />
en apoyo logístico indispensable para Sandino, garantizando<br />
el avituallamiento desde Honduras, y después en<br />
parte del primer círculo de su mando militar, hasta terminar<br />
como uno de los responsables de resguardar las<br />
armas de Sandino, en Wiwilí, al final del proceso de paz.<br />
A pesar de su curriculum, Raudales nunca ha sido<br />
reivindicado. Incluso se le ha negado el grado de<br />
general. Peor aún, hasta se ha denostado su última<br />
gesta guerrillera.<br />
Carlos Fonseca no cometió ese error. En su cronología<br />
histórica de Nicaragua, escrita en 1972, se expresa<br />
sí de la gesta guerrillera de Raudales. “Esta acción