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En la sicología social de los pueblos existe una tendencia<br />

al cambio extremo de consensos. Si revisas la<br />

historia del siglo XX, apreciarás el predominio de los<br />

valores de la izquierda en las décadas del veinte y del<br />

treinta, los de derecha en los años cuarenta y cincuenta,<br />

los de izquierda, nuevamente, en los sesenta y setenta;<br />

y el regreso de la derecha en los ochenta y noventa.<br />

Los intelectuales son celebrados según el color<br />

político de cada época: en los sesenta, hasta Borges<br />

y Paz se mostraban “izquierdosos” y publicaban entusiastas<br />

poemas rojos de los que después renegaron.<br />

Los noventa fueron opacos por muchas razones, pero<br />

tuvieron, tienen, una vanguardia, y los jóvenes que entonces<br />

se formaron en Cuba, aún los más apolíticos,<br />

heredaron valores que son visibles incluso en aquellos<br />

que abandonaron el proyecto social.<br />

Por eso, no hay que hacerle demasiado caso a los<br />

signos de una época: el conservadurismo de las masas,<br />

que por lo general refleja cierto cansancio social<br />

o el agotamiento de alguna vía redentora, siempre es<br />

un estado pasajero si los problemas sociales persisten.<br />

No acepto explicaciones tan superficiales como las<br />

que se refugian en un “así piensa o siente la gente”: el<br />

optimismo, como el pesimismo, se construyen.<br />

En los sesenta la mayoría de los escritores se declaraba<br />

públicamente de izquierdas, y eso no impidió que<br />

la Reacción trabajara en la creación de escritores de<br />

derechas. Las generaciones literarias se construyen, y<br />

no por ello dejan de ser hijas de una época. La juventud<br />

es rebelde por naturaleza, porque las sociedades<br />

necesitan de un factor iconoclasta que las renueve. El<br />

capitalismo encausa esa rebeldía hacia el libre albedrío<br />

por la vía del mercado, de forma que en unos años, la<br />

transforma en un nuevo conservadurismo; el socialismo<br />

necesita encausar la rebeldía hacia el conocimiento<br />

(que conlleva responsabilidad) y liberarla de las<br />

atractivas ofertas de un mercado que vende y compra<br />

conciencias. No siempre lo logra.<br />

¿Existe una manera nueva de ser revolucionario,<br />

es un término que también se ha resemantizado o sigue<br />

teniendo las mismas significaciones?<br />

En primer lugar, un revolucionario no se conforma<br />

con la descripción y transformación de lo visible,<br />

que suele ser lo aparente, la manifestación inmediata<br />

del problema; busca las razones últimas, descubre<br />

la raíz, e intenta soluciones auténticas. En ese<br />

sentido es un radical. Es exactamente lo contrario<br />

a un reformista. Este último acepta el estado de cosas<br />

existente, lo describe minuciosamente como si<br />

fuese la inamovible Realidad, y proyecta sobre él los<br />

cambios que considera posibles; es cientificista, no<br />

científico, porque se atiene a lo visible, a lo empíricamente<br />

demostrable.<br />

Los positivistas cubanos del siglo XIX fueron casi<br />

todos reformistas. Un revolucionario –-tenemos en<br />

Cuba dos ejemplos luminosos: José Martí y Fidel Castro–,<br />

sabe que tras lo visible o aparente, existen posibilidades<br />

ocultas. Hay una anécdota de Martí muy<br />

ilustrativa de lo que digo: después de un encendido<br />

discurso revolucionario en Tampa, cuentan que un<br />

emigrado recién llegado le dijo: «pero señor, en la Isla<br />

no se respira la atmósfera que usted describe». A lo<br />

que el Apóstol respondió: «es que yo no hablo de la atmósfera,<br />

yo hablo del subsuelo».<br />

Un segundo aspecto, tan importante o más que el<br />

anterior, lo resume el Che en una frase: “Déjeme decirle,<br />

aún a costa de parecer ridículo –afirmaba sin titubear–,<br />

que el verdadero revolucionario está guiado por<br />

grandes sentimientos de amor”. Si no existen motivaciones<br />

éticas, no se es revolucionario.<br />

La definición más reciente y completa de Revolución<br />

que hace Fidel es esencialmente ética. No se lucha<br />

por los pobres porque así lo dice una teoría o un<br />

libro; se lucha contra las injusticias, ocurran donde<br />

ocurran, porque es una necesidad ética.<br />

Las teorías explican las razones de las injusticias y<br />

las posibles soluciones, y pueden equivocarse y mejorarse,<br />

pero un revolucionario no se equivoca a la hora<br />

de tomar partido por los explotados.<br />

Roque Dalton se burla de los seudorevolucionarios<br />

de salón en unos versos certeros:<br />

«Los que / en el mejor de los casos / quieren hacer la<br />

revolución / para la Historia para la lógica / para la ciencia<br />

y la naturaleza / para los libros del próximo año o el futuro<br />

/ para ganar la discusión e incluso / para salir por fin en los<br />

diarios y no simplemente / para eliminar el hambre / para<br />

eliminar la explotación de los explotados».<br />

Esos fueron los que no soportaron el derrumbe de<br />

lo que se llamó “el campo socialista”.<br />

La derecha, en su momento de mayor auge, allá<br />

por los años noventa, trató de trazar las coordenadas<br />

de una izquierda “civilizada”, “democrática”,<br />

“políticamente correcta” –imagínate a la derecha<br />

estableciendo un canon de comportamiento para la<br />

izquierda–, que se opusiera a la que identifica muy<br />

claramente como “izquierda revolucionaria”. Todavía<br />

hoy intenta oponer ambos conceptos, con lo cual no<br />

hace sino ratificar la vigencia y la coherencia históricas<br />

de los revolucionarios.<br />

¿Le parece que al final de esta primera década del<br />

siglo XXI la condición revolucionaria esté en vías de<br />

desaparecer, como parecía que sucedería con el internacionalismo<br />

en los umbrales del año 2000?<br />

En lo absoluto. Ser revolucionario no solo es hoy<br />

la única opción ética, también es la única postura<br />

cuerda, casi diría que pragmática, ante el desastre<br />

63<br />

<strong>correo</strong><br />

febrero-marzo<br />

2011

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