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1806 y 2006, dos años y dos
siglos entre ambos. Y dos
–y más– catalanes que dejan
la huella de su ideal en la
historia política argentina. Ellos
confirman que el tiempo es
circular y, a la vez, anulan esa
tonta obsesión de las fronteras,
los límites y las banderas. Joan
Larreu i Espeso y Joaquín Piña,
separados por tantos años,
representan tan solo una lección
de ética en la Argentina.
De la Plaza Mayor, en cuyo Cabildo
Juan Larrea hacía oír su voz en
1806, frente a la inminencia de las
primeras invasiones inglesas a esta
tierra, ante un vacilante delegado del rey de
España, el virrey Santiago de Liniers; solo
queda, justamente, el Cabildo, algo reformado
pero casi igual, en la que ahora es la Plaza
de Mayo. Es el símbolo de la liberación de
España que los criollos lograrían años más
tarde, el 25 de mayo de 1810, con el aporte
del mencionado Joan Larreu (conocido y
nombrado en adelante como Juan Larrea),
Domènec Matheu i Xicola, Blas Parera (autor
del himno nacional argentino), Ramon Larreu y
otros catalanes que buscaron aquí su ideal de
libertad e independencia.
Hasta hace unos días, el obispo emérito de
Iguazú, provincia de Misiones, era el Padre
Joaquín Piña, un catalán natural de Mataró,
como la gran mayoría de sus compatriotas
nombrados antes en esta nota. Misiones es
una de las provincias más pobres del país,
con una población en gran parte indígena
–y marginada–, con altos porcentajes de
desnutrición y analfabetismo. También tiene
algunos atributos positivos: su tierra roja
característica y su vegetación exuberante,
donde las ruinas jesuíticas rivalizan como
atracción turística con las cataratas del Iguazú.
Piña, el hombre que inaugura la participación
de los catalanes en la vida política argentina
en el siglo XXI, dejó su cargo en el obispado
el día 8 de diciembre, luego de que el 56,57%
de los misioneros lo eligieron al frente de la
lista del FUD (Frente Unidos por la Dignidad),
superando al oficialismo encabezado por
el gobernador Carlos Rovira. En verdad, el
obispo Piña presentó su renuncia al Vaticano
a mediados del año pasado cuando cumplió la
edad reglamentaria de 75 años.
Resultan singulares los nombres y las obras
de esos hombres catalanes en instancias
tan decisivas de la vida argentina. Al punto
que, cuando esto no era Argentina, sino la
cabeza de un virreinato que dependía de un
rey que era preso de Napoleón, se formó un
impensable Batallón Voluntarios Urbanos de
Cataluña, que tuvo por capitán a Juan Larrea.
Este, que había nacido en Mataró en 1782,
donde se había formado en la marina, llega a
Buenos Aires en los primeros años del siglo
XIX para dedicarse al comercio de vinos,
quesos y cueros, con el que se extenderá
a Paraguay, Perú y Chile. El citado batallón,
que tuvo una importante actuación en la
defensa de la ciudad frente a los ingleses,
fue creado por Jaume Nadal i Guarda, Jaume
Lavallol, Oleguer Reynals y muchos otros,
y se constituyó en una fuerza permanente,
rompiendo la prohibición de que el pueblo
tuviese armas, y obligando al dubitativo Liniers
a atacar el fuerte que habían tomado los
Catalanes
en la
política
argentina
////por Claudio Suaya
Joan Larreu (després conegut com Juan Larrea) Joaquín Piña
Juan Larrea había
nacido en Mataró
en 1782, donde se
había formado en la
marina
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ingleses en la segunda invasión.
Después de haber comandado un barco
en 1808 y participar de las conspiraciones
independentistas, Larrea formó parte de la
Primera Junta de Gobierno en 1810, en el
sector opuesto a Saavedra, el conservador
presidente de la junta que mantenía vínculos
con España y pretendía mantener el régimen
de honores y privilegios aristocratizantes luego
de la Revolución de Mayo. Fue miembro activo,
junto con Domènec Matheu, de la Asamblea
Constituyente del año 1813, que aboliría la
esclavitud, eliminaría el tributo permanente
que los indígenas del virreinato del Río de la
Plata pagaban a los reyes de España, pasando
a considerarlos hijos primogénitos de América
e igualando sus derechos a los de todos; y
firmaría la extinción de los títulos nobiliarios y
la eliminación de la tortura. Larrea es quien,
por otra parte, propone la Fiesta Nacional del
25 de mayo, la que hoy se celebra, y con su
propio dinero organizó una armada y dio lugar
a la Marina de Guerra, poniendo a su frente al
Almirante Guillermo Brown.
Curiosamente, luego de la victoria del día
29 de octubre de este año, el obispo Piña
declaró: «esta gesta es, para los misioneros,
comparable a la abolición de la esclavitud
que se decretó en la Asamblea del año XIII.»
Aunque distintos sectores comprenden de
distintas maneras la intervención de este
último catalán, por lo menos la crónica es
sencilla: el gobernador Rovira, que está
gastando su segundo mandato, intentó
modificar la Constitución provincial (en realidad
un solo artículo) para permitir la reelección
indefinida del gobernador. Ante el descrédito
de la política partidaria y de los hombres
que la ejercen como profesión, la oposición
decidió encolumnarse tras la figura del
obispo Piña, que no eludió el compromiso y
que se encontró con el sorpresivo apoyo del
arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Jorge
Bergoglio (figura fundamental en Roma), lo
que permitió ganar la aprobación del Vaticano.
El gobernador Rovira, por su parte, contó con
el apoyo del presidente de la nación. Piña
acusó al presidente Kirchner de proyectar sus
anhelos en el mal ejemplo de Misiones; el
presidente acusó a Bergolglio de nacionalizar
el enfrentamiento entre la iglesia y el
peronismo (conflicto que se mantiene, con sus
más y sus menos, desde mitad del siglo XX).
Piña denunció
fraudes, duplicación
de documentos,
intimación a los
indígenas y quema
de iglesias
Piña denunció fraudes, duplicación de
documentos, intimación a los indígenas y
quema de iglesias. El presidente decidió viajar
a Misiones a respaldar a su amigo Rovira:
«el diablo llega a todos», sentenció, «los que
llevan pantalones y los que usan sotanas.» El
Papa aceptó la renuncia de Piña justo en este
momento y esto tampoco gustó al gobierno,
que interpretó que era dejarle las manos
libres al ahora presidente de la Convención
Constituyente, que se reunirá y sesionará para
no aprobar la causa por la que fue convocada.
«No está actualizado, porque ya no se usan
sotanas; la última vez que fui al Vaticano me
tuvieron que prestar una, porque no tenía»,
supo contestar con humor el triunfador de la
elección de Misiones.
El obispo Joaquín Piña, que ha cambiado
substancialmente el panorama de la vida
política argentina, asegura que no tomará
cargos políticos, que «el gobernador Rovira
es autista y dictador, que son muchos los
gobernantes que quieren quedarse en el poder
y yo, justamente, con tantas ganas de dejarlo,
che...».
Este hombre que se declara catalán y que
conserva el acento, recuerda su infancia
en Barcelona (nació en 1930) y afirma que
está acostumbrado a vivir bajo dictaduras:
«mi padre solía decir que tenía un hijo del
rey, uno de la república y otro de Franco.»
Curiosamente, como su compatriota Larrea,
estuvo en Paraguay. Hace poco menos de
doscientos años el hombre de la Primera Junta
extendería su comercio en el país guaraní.
Piña, por su parte, fue cura del pueblo de
Santa Rosa durante más de diez años bajo
la terrible dictadura de Alfredo Stroessner
y recuerda sus gestiones para ayudar a
detenidos y los asesinatos de personas. El
sacerdote que está a cargo de la Diócesis de
Iguazú desde 1986, declara como tesis que
«en la Argentina no hay problemas de pobreza
sino de distribución de la riqueza.» .|